lunes, 20 de febrero de 2017

LOS SECRETOS MAS ÍNTIMOS

Después de estos sucesos, la gente quedó profundamente sensibilizada; el pueblo en masa estaba dispuesto a seguir la sombra del profeta hasta el extremo del mundo. ¡Qué oportunidad —pensó Jesús— para una gran siembra!.

Por las aldeas diseminadas a la orilla del lago corrió la voz de que, en un determinado día de la semana, el profeta de Nazaret iba a actuar en la pradera que se extiende detrás del primer altozano, a la salida de Cafarnaún.

Cuando llegó el día, y al ver Jesús a tanta gente reunida, sintió como si un vino añejo levantara olas en su corazón. No podía disimular su alegría. Había jardines en flor en sus ojos.
Les mostraré —pensaba— las laderas más secretas de mi corazón, donde está escrito el nombre de mi Padre; les revelaré los secretos más recónditos de mi alma.

Comenzó a hablarles lentamente, con un cierto aire de suspenso mágico. —Hoy pueden suceder cosas nunca vistas —les dijo—: levantad una piedra cualquiera y os vais a encontrar con el Padre. 
¿Habéis visto alguna vez danzar al sol? Hoy lo podéis ver en las hojas de aquel limonero. Mirad allá, a lo lejos, el lago. ¿No veis allí la risa de la luz? Hoy puede haber sorpresas: desde los rincones del olvido pueden venir a visitaros los sueños y anhelos más escondidos de vuestra vida. Andad con cuidado, porque desde debajo de la ceniza puede saltar una chispa capaz de incendiar el mundo. Dios cambió de nombre: ya no se llama Jahvé, se llama Padre. Y de Él estamos hablando esta mañana. El Padre descansa a la sombra de los álamos y en el mar profundo de sus pensamientos. Nosotros no podemos ofrecerle más que lamentos y lágrimas, pero El nos bañará en el mar de la ternura, y otra vez nos reiremos y seremos felices.

Parecía arte de encantamiento. La enorme multitud se mantenía inmóvil, absorta, prendida de la boca del Maestro. Continuó: —¿Hay aquí algún padre —preguntó— que haya depositado una piedra en las manos de su hijo hambriento cuando éste le pedía un pedazo de pan?. 
Entre vosotros, con frecuencia, vuelan las piedras contra el tejado del vecino. Pero con sus hijos es otra cosa. Si un niño os pide un pedazo de pescado, ¿hay alguien aquí que sea capaz de poner en sus manos una serpiente, para que lo muerda, lo envenene y lo mate? Yo los he visto matarse unos a otros con el veneno de la difamación. Los he visto morderse unos a otros como canes rabiosos.

También he visto puñales afilados, escondidos bajo el manto, listos para el asesinato de la calumnia. Unos con otros son capaces de cualquier cosa. Pero ¿con sus hijos? ¡Ah!, con sus hijos son, sin excepción, pura solicitud y cariño.

Y continuó: —¿Habéis visto alguna vez una flor que por perfumar pida un aplauso, o una estrella que por brillar reclame un premio, o un padre que por amar pida reconocimiento?

Aman sin esperar recompensa, porque Dios depositó en el corazón de los padres una chispa de su fuego. Ahora bien, si vosotros, cuyo corazón no está amasado de buena levadura, sino de arcilla quebradiza; si vosotros sois capaces de comportaros de esa manera con vuestros hijos, ¿no pensasteis cómo será aquel Padre? Si lo pensarais, dormiríais seguros, despertaríais felices, y nunca los lobos rondarían vuestra morada. El Padre hace levantarse todas las mañanas al sol para daros a vosotros calor y luz, y hace salir las estrellas por la noche para ahuyentar del corazón el miedo; ha hecho los montes altos y verdes, y los jardines muy coloridos para que vuestro corazón esté alegre y contento.

El Pobre de Nazaret estaba arrebatado por la inspiración. Era su día, el día del diluvio, el diluvio del amor. De hecho, fue uno de los días más dichosos de su vida. Y continuó: —Como las plantas necesitan del sol, vosotros necesitáis de su amor. 
He visto con frecuencia una cicatriz en la frente de vosotros: es el lenguaje de la angustia, que dice: ¿qué comeremos, cómo nos vestiremos, dónde dormiremos? Escuchad, son necesidades primarias, y hay que trabajar. Así que, ¡manos a la obra! Y empuñemos la sierra, la garlopa, el cepillo, las mazas, los martillos, las hoces, las azadas, las redes, y vámonos al embate del pan de cada día. Lucha, sí; pero lucha con paz. Trabajo, sí; pero trabajo con alegría. Las espinas negras de la zozobra y de la inquietud arrancároslas del corazón como clavos oxidados y arrojadlas en las manos del Padre. Antes de que vosotros salgáis al encuentro de Él, ya salió Él al encuentro de vosotros.

Antes de que abráis vosotros la boca para pedir algo, Él ya está inquieto por lo que vosotros necesitáis. Aunque siempre hayáis oído hablar de un Dios vestido de relámpagos, hoy vais a sentir que el vasto mar de su Amor os llama eternamente a su seno; y en noches de tempestad tendremos tertulias familiares en el hogar, junto al fogón, y de nuevo nos reiremos y seremos felices.

—No sé por qué —continuó diciendo el Pobre de Nazaret— a los niños les gustan los nidos de los pájaros. Cuando yo era niño me sentía feliz observando las costumbres de las golondrinas. La ternura inundaba mi sangre al ver las cabecitas implumes de las pequeñas aves en el nido, con el pico bien abierto, y al ver la solicitud con que sus padres les daban de comer todo el día. Si así se comportan las aves, ¿no pensasteis qué no hará nuestro Padre del cielo con sus hijos? ¿No valéis vosotros más que una golondrina?. 

Mirad un pedazo de pan: para poder comerlo, antes hemos tenido que sembrar el trigo, escardar, segar, trillar, moler, amasar y cocer. ¡Cuánto trabajo para obtener un pedazo de pan! Mirad ahora esos gorriones: no siembran ni siegan, y ¿quién los alimenta? El Padre. ¿No valéis vosotros más que un gorrión?. 

Otro tanto sucede con las águilas que planean solitariamente en las alturas y con aquellas otras poderosas aves que cruzan los océanos como veloces navíos. A todos los alimenta el Padre.

Y continuó:
—Aquí hay personas de elevada, mediana o baja estatura. A veces se piensa que ser pequeño de estatura es como ser pequeño en todo, y se siente vergüenza por eso, y se hacen esfuerzos inauditos para crecer siquiera un dedo. ¿Lo consiguen? Ya veis que no. El hombre libre es aquel que sabe sobrellevar con paciencia sus cadenas. 

¿Entendieron la lección? 

Si el pequeño aceptara su estatura, se sentiría regio como un príncipe. La felicidad no está en tener o no tener, sino en aceptarlo todo con paz. El Padre distribuye entre sus hijos los regalos y las contrariedades, y, a veces, éstas son señal de un mayor cariño, porque la contrariedad, sobrellevada con paz, es una callada tempestad que quiebra y desgaja las ramas muertas.

Levantad los ojos —continuó Jesús— y observad detenidamente cuanto alcanza vuestra vista: advertid cómo el mirto de los cerros impregna de fragancia el viento, así como también los árboles frutales de vuestros huertos. 

¿Quién podría enumerar las florecillas que gozosamente lucen en este prado? Además de ser bonitas, nos regalan su perfume. ¿Lo pensasteis alguna vez? Y esos árboles parecen poemas escritos por la tierra en el cielo. ¿Sabéis cómo se llamó el rey de las elegancias? Se llamó Salomón. Os garantizo que ni Salomón, en el esplendor de su gloria, pudo vestirse tan primorosamente como las felices flores de esta pradera. Las mujeres que trabajan día y noche en su telar doméstico saben cuánto cuesta terminar un vestido. Me acuerdo de mi Madre. Pero estas flores no trabajan, no hilan, ¿quién las viste? El Padre mismo las viste primorosamente todas las mañanas. Ahora bien, si a una flor, que no vive los años de una araucaria, sino que a la mañana brilla y a la tarde muere, así la viste el Padre, ¿qué no hará con vosotros, hijos inmortales de un Padre inmortal? Vosotros no envejeceréis ni moriréis como las flores, los cedros, los vestidos, las noticias, sino que brillaréis como las estrellas eternas en la casa de mi Padre; y Él ya tiene preparada una estancia para cada uno, y de nuevo reiremos y seremos felices.

El Pobre de Nazaret era como un pastor que, con una flauta mágica, encantaba y convocaba a los corderos, serpientes, chacales, cabritos y lobos para formar la gran familia de Dios. Los aldeanos no se cansaban, bastaba mirar sus ojos. Tampoco Jesús se fatigaba; al contrario, lucía dichoso y se sentía inspirado.

—Había una vez —continuó— una anciana que, con todos los ahorros y esfuerzos de la vida, había atesorado una decena de monedas de oro. Sin saber cómo ni dónde, perdió una de ellas. Estrujado su corazón por la pena, se metió debajo de las mesas y las camas en busca de la moneda..., y nada. Tomó una escoba, barrió todas las habitaciones, y ¡encontró su moneda!

Fue tanta su alegría, que salió corriendo a la calle, gritando: Amigas, vecinas, encontré la moneda perdida. ¡Felicitadme! Dadme un abrazo, venid a mi casa y hagamos una fiesta porque se me rompe el pecho de alegría. El Padre es así mismo: cuando una hija, perdida en todas las diversiones y distracciones del mundo, se decide a regresar a la casa paterna, y vuelve, y toca a la puerta, y sale el Padre, y, en lugar de pedirle cuentas de sus pasos bajo la música de sermones y amenazas..., igual que aquella anciana, se le enternece el corazón, se le humedecen los ojos y se lanza a los vastos espacios del paraíso gritando: ¡Felicitadme! Venid a mi casa y hagamos una fiesta memorable, porque la hija regresó a la casa... No sé de qué otra manera decíroslo, el Padre es así.

Y continuó Jesús:
— ¿Ojo por ojo y diente por diente? Caducó esa ley carnal. ¿Qué gracia tiene amar al amable y aborrecer al desagradable? Así reaccionan los gentiles. Lo monstruoso es que nuestros legisladores transportaron esa ley salvaje al corazón de nuestro Padre. Y así, siempre han pintado a Dios con ojos cargados de cólera y granizo, disparando rayos para reducir a ceniza a los pobres pecadores. ¡No es así! Muy por el contrario: el Padre se desentiende del rebaño entero para caminar por sendas bordeadas de precipicios, se asoma a los abismos, sube a los riscos más escarpados para ir en busca de la oveja perdida, y, cuando la encuentra, no la somete a cuarenta azotes menos uno, sino que la toma a hombros con ternura infinita y vuelve feliz a su casa cantando y diciendo que aquella alma le daba más alegría que el mundo entero. En lugar de rechazar y condenar, el Padre corre y busca ansiosamente precisamente a las ovejas heridas, enfermas, acosadas por el lobo... No sé de qué otra manera decíroslo, el Padre es así.

Las primicias del banquete —continuó— están reservadas para los últimos y extraviados. Los que ocupaban el último lugar de la fila serán invitados a la cabecera de la mesa. En fin de cuentas, ¿qué cosa es una perla sino un templo construido en torno a un granito de arena? Si el Padre amara tan sólo a los hijos buenos, no sería padre, porque el amor no necesita motivos para amar. 

Mirad ese sol: ¿Creéis vosotros que ese sol beneficia sólo a los campos de los justos? Esa bola de fuego da vida y esplendor también a los campos de los traidores, mentirosos, blasfemos. Los hombres no hacen otra cosa que disparar flechas envenenadas contra el Padre; y Él, a cambio, les regala un sol de oro. 

Mirad esa lluvia: ¿Creéis que hay aquí discriminación y que esa lluvia caerá mansamente tan sólo sobre los campos de los sibaritas, vividores y granujas? Y, a veces, el Padre tiene reservado un paquete de regalos precisamente para los alejados de la casa paterna, porque dice que un cofre de cariño es más eficaz que una sarta de amenazas. ¡Oh, si conocierais al Padre...! 

El Pobre de Nazaret, satisfecho de haber comunicado sus convicciones más profundas e íntimas, fue derivando hacia las últimas conclusiones: —No seáis como niños que andan disparándose piedras unos a otros —agregó—. Ésta es la regla de oro que resume la ley y los profetas: tratad a los demás como os gustaría que los demás os trataran a vosotros. No juzguéis, no entréis en el templo sagrado de las intenciones del prójimo. No hay mayor pecado que el estar pensando en las faltas de los demás. 

¡Qué cosa rara: estás advirtiendo una brizna en el ojo ajeno, mientras el tuyo está atravesado por una gruesa viga! Sed como nuestro Padre, que devuelve bien por mal: si alguien quiere sustraerte el manto, ofrécele también la túnica. Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen y calumnian. La mitad de la hogaza pertenece al otro, pero, aun así, es conveniente que sobre algo por si un huésped llegara inesperadamente. Todos vosotros sois hermanos.

Y acabó diciéndoles:
—Se me olvidaba deciros algo: no calculéis la potencia del mar por su espuma: a pesar de su ternura infinita, el Padre posee el poder total, no lo olvidéis; pero, aun así, prevalece la ternura. Rompamos los candados, barrotes y cadenas, soltemos los pájaros y fieras enjauladas, y surja sobre el mundo el milagro de una inmensa familia bajo la mirada del Padre. 

Como las semillas bajo la nieve sueñan en la primavera, los pobres y los últimos están soñando en el advenimiento del Reino del Amor, lleno de regalos. Ya llega. Está llegando: el Padre ya camina en las nubes, desciende en la lluvia, sonríe en las flores, duerme en el corazón de las madres, juega con los niños, vela junto a los que duermen, vigoriza a los débiles, acompaña a los desolados. ¡Llegó el Reino de Dios, aleluya!

¡Aleluya!, rugió toda la multitud. Era realmente el diluvio. 

Estaba acostumbrado el pueblo a escuchar, hasta el hastío, a sus doctores y sacerdotes sobre mandatos, prohibiciones, reglas, preceptos, obligaciones..., era la muerte. En contraste, esto era primavera y vida.

Y no sólo en este día. Durante todo el año se fue Jesús por los mercados y plazas como un rapsoda popular, inventando parábolas, contando sueños, para decirles, en suma, que Dios es Padre y que nosotros somos hermanos. La multitud siempre acababa diciendo: "Jamás se vio cosa igual en Israel" (Mt 9,33).



EL POBRE DE NAZARET
Ignacio Larrañaga
Editorial San Pablo
Capitulo V
El pobre entre los pobres: Los secretos más íntimos 




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