martes, 14 de marzo de 2017

EN TUS MANOS

Partiendo desde las primeras páginas, hemos recorrido, un largo itinerario, el camino del dolor. Durante el recorrido hemos ido esparciendo por doquier pautas y recetas, no para extirpar el dolor —donde está el hombre, allí estará, como sombra, el sufrimiento—, sino para mitigarlo.

En mi opinión, existe un talismán prodigioso, y se llama el camino del abandono. Sin embargo, no he querido abordarlo a fondo en estas páginas porque ya lo había tratado en otros libros, particularmente en Muéstrame tu rostro (pág. 121-159). No obstante, intentaré entregar aquí tan sólo un breve
esquema, advirtiendo de antemano que esta senda es válida y liberadora para aquellos que viven decididamente en un contexto de fe.

Hace varias décadas recorrió el mundo y se hizo famosa
aquella afirmación de Charles Péguy: "Al llegar a los cuarenta años, el hombre llega a la conclusión de que ni él ni nadie ha sido, es ni será feliz".

Es una afirmación demasiado grave. Los absolutos existen tan sólo en el campo de las ideas, no en la vida. A pesar de que este libro es una embestida a fondo contra toda ficticia ilusión, disentimos de la opinión pesimista de Péguy, y por eso he escrito este libro, y por eso ahora, para coronarlo, entrego, aunque en resumen, esta vía de liberación y de paz: el camino del abandono.

Abandono es una palabra ambigua y se presta a equívocos.
A primera vista, suena a pasividad, fatalismo, resignación. En el fondo, es lo contrario: el abandono, correctamente vivido, coloca a la persona a su máximo nivel de eficacia y productividad.

En todo acto de abandono existe un no y un sí. No a lo que yo quería o hubiese querido. ¿Qué hubiese querido?
¡Venganza contra los que me hicieron esto!; no a esa venganza. ¡Tristeza porque se me fue la juventud!; no a esa tristeza. ¡Resentimiento porque todo me sale mal en la vida!; no a ese resentimiento.

Y sí a lo que Tú, Dios mío, quisiste, permitiste o dispusiste. Sí, Padre, en tus manos extiendo mi vida como un cheque en blanco. ¡Hágase tu voluntad! Como hemos visto en las páginas anteriores, todo lo que resistimos mentalmente lo transformamos en enemigo.

Para con las realidades que le producen agrado, el hombre extiende un lazo emocional de apropiación. Las cosas (o personas) que le causan desagrado, el hombre las resiste mentalmente, las rechaza, con lo que, automáticamente, las transforma en enemigas. Estas pueden ser los ruidos de la calle, el clima, el vecino, los acontecimientos, mil detalles de su propia persona, etc.

La resistencia emocional, por su propia naturaleza, tiende a anular al "enemigo". Ahora bien, existen realidades que, resistidas estratégicamente, pueden ser neutralizadas parcial o totalmente, como la enfermedad, la ignorancia o la pobreza. Sin embargo, gran parte de las realidades que el hombre resiste no tienen solución o la solución no está en sus manos. A estas realidades llamamos situaciones limites, hechos consumados.

La sabiduría consiste, pues, en hacer una pregunta: esto que me molesta, ¿puedo remediarlo? Si hay alguna posibilidad de solución, no es hora de abandonarse, sino de poner en acción todas las energías para lograr la solución. Pero si no hay nada que hacer, porque las cosas son insolubles en sí mismas o la solución no está en nuestras manos, entonces llegó la hora de abandonarse.

Abandonar ¿qué? La rebeldía mental: llegó la hora de silenciar la mente, inclinar la cabeza, depositar los imposibles en manos de Dios Padre y entregarse.

Mirando con la cabeza fría, el hombre descubre que gran parte de las cosas que le disgustan, le entristecen o le avergüenzan no tienen solución. En este caso, es locura encenderse en cólera contra ellas, porque es uno mismo el que se quema inútilmente y se destruye.

Dije que es preciso silenciar la mente, y aquí está el secreto de la liberación; porque la mente tiende a rebelarse, ponderar las consecuencias del disgusto y lamentarse; con todo lo cual, el sujeto mismo que se rebela, y sólo él, se quema y se amarga.

El abandono es, pues, un homenaje de silencio para con el Padre; por consiguiente, un homenaje de amor y, por ende, adoración pura; y, a nivel psicológico, en este silencio mental estriba el secreto de la "salvación", en cuanto terapia liberadora.

Dios organizó el mundo y la vida dentro de un sistema de leyes regulares que llamamos causas segundas, como son la ley de la gravitación o la ley de la libertad.

El Padre, normalmente, respeta sus propias leyes dentro de las cuales organizó y funcionan las estructuras humanas y cósmicas. Ellas continúan en su marcha natural y, como consecuencia, sobrevienen los desastres y las injusticias.

Para Dios, sin embargo, no existen imposibles: podría interferir en las leyes del mundo, descolocándo lo que anteriormente había colocado, y evitar este accidente o aquella calumnia. Pero el Padre, normalmente, consecuente consigo mismo, respeta su obra y permite las desgracias de sus hijos, aunque no las quiera.

Ahora bien; si El, pudiendo evitar todo mal, absolutamente
hablando, no lo evita, es señal de que lo permite. No podríamos decir que una calumnia ha sido querida por Dios, mas sí permitida.

Todo acto de abandono es, pues, una visión de fe. En ella se distinguen dos niveles: el fenómeno y la realidad: lo que se ve y lo que no se ve. Lo que se ve son las reacciones psicológicas, las leyes biológicas, etc., que, eventualmente, pueden incidir en nuestras tribulaciones.

Lo que no se ve es la Realidad, el Señor Dios, fundamento fundante de todo. El último eslabón de la cadena de los acontecimientos lo sujeta el dedo de Dios. Nuestras cuentas pendientes, en última instancia, las tenemos que saldar con
Dios mismo. En el acto de abandono se trascienden los
fenómenos (accidentes, lo que dijeron de mí, lo que me hicieron, la marcha de los acontecimientos) y, detrás de todo, se descubre a Aquel que es y me ama, en cuyas manos se entrega todo.

Para Jesús, en Getsemaní, estaba evidente y estridente que la tormenta que se le avecinaba era una confabulación
miserable, engendrada y organizada por las reacciones psicológicas, intereses personales, utilidades políticas, nacionalismos, ventajas económicas o militares...

Pero Jesús cerró los ojos a esas evidencias de primer plano, trascendió todo, y para El, en ese momento, no había más realidad que "Tu Voluntad" (Mt 26,42), en cuyas manos, luego de fiera resistencia (Me 14,36), se abandonó; y se salvó, primeramente a sí mismo, del tedio y de la angustia; y nos salvó a todos nosotros. Y a partir de este momento contemplamos a Jesús avanzar en el itinerario de la Pasión, bañado de una paz inexplicable, de tal manera que será difícil encontrar en los anales de la historia del mundo un espectáculo humano de semejante belleza y serenidad.

Abandonarse consiste, pues, en desprenderse de sí mismo para entregarse, todo entero, en las manos de Aquel que me ama. Esta "terapia" es plenamente aplicable a la universalidad de todas las fuentes de sufrimiento que hemos
descubierto y explorado en el capítulo segundo de este
libro. No se encontrará ruta más rápida y segura de liberación que la "terapia" del abandono.

Liberarse consiste en depositar en Sus Manos todo lo que está consumado, todo lo que es impotencia y limitación: la ley de la precariedad, la ley de la transitoriedad, la ley de la insignificancia humana, la ley del fracaso, la ley de la enfermedad, la ley de la ancianidad, la ley de la soledad, la ley de la muerte.

Consiste, en suma, en aceptar el misterio universal de la vida. Y nuestra morada se llamará PAZ.

Lanza del Vasto nos ofrece este hermoso apólogo: «Caía la noche. El sendero se internaba en el bosque, más negro que la noche. Yo estaba solo, desarmado. Tenía miedo de avanzar, miedo de retroceder, miedo del ruido de mis pasos, miedo de dormirme en esa doble noche.

Oí crujidos en el bosque, y tuve miedo. Vi brillar entre los troncos ojos de animales, y tuve miedo. Después no vi nada, y tuve miedo, más miedo que nunca. Por fin salió de la sombra una sombra que me cerró el paso.
"¡Vamos! ¡Pronto! ¡La bolsa o la vida!"
Y me sentí casi consolado por esa voz humana, porque al principio había creído encontrar a un fantasma o a un demonio.

Me dijo: "Si te defiendes para salvar tu vida, primero te quitaré la vida y después la bolsa. Pero si me das tu bolsa solamente para salvar la vida, primero te quitaré la bolsa y después la vida".

Mi corazón enloqueció; mi espíritu se rebeló. Perdido por perdido, mi corazón se entregó. Caí de rodillas y exclamé: 


"Señor, toma todo lo que
tengo y todo lo que soy".

De pronto me abandonó el miedo, y levanté los ojos.
Ante mí todo era luz. En ella el bosque reverdecía».



DEL SUFRIMIENTO A LA PAZ
Ignacio Larrañaga
Editorial San Pablo
Capitulo IV
Asumir:
5.5 En tus manos



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