domingo, 19 de marzo de 2017

MEMORIA

Memoria

A lo largo de los años Él fue sobre nuestros horizontes no sólo la certeza que, como una flecha, señalaba los rumbos correctos, sino también la roca solitaria entre los cerros, el lago de aguas descansadas, la nieve perpetua sobre las cumbres.


Fue, a lo largo de la vida, ese no sé qué que le daba respuesta y sentido a todo. Por Él se ha luchado, hacia Él se ha caminado, Él ha sido nuestro compañero de ruta y la ruta misma. Él, sentado bajo el arco del Umbral, continúa esperando a los combatientes con una corona de oro en las manos. Hemos apostado por Alguien, y tenemos la certeza de haber acertado en la apuesta (2 Tim 4,7).

La noche se nos venía encima, y es duro caminar solitariamente y a oscuras; pero Él se transformó para nosotros en una columna de luz, a cuyo resplandor pudimos caminar la noche entera.


Un día nos hundimos en las aguas profundas, nos envolvieron las sombras, y ni siquiera se divisaban las Pléyades. Mientras tanto, los reptiles del miedo comenzaron a enroscarse a nuestra cintura, y, ¡oh dichosa ventura!, de pronto Él se transformó en una sosegada constelación por encima de nuestras cabezas; y se hizo la calma sobre el mar.


Cuando la lámpara se apague, Él será nuestro puerto final. Ahí dormirán su sueño nuestros remos cansados; ahí reposarán nuestras pasiones agitadas y nuestros sueños

imposibles. Él mismo será nuestro descanso.

Hemos pasado por la vida como meteoros. Ha sido una densa historia de la que sólo algunas briznas insignificantes pasarán a las crónicas. Pero los momentos estelares, las horas de fuego, los encuentros en la cumbre, la mano tendida sobre el abismo, el aceite sobre las heridas, los pasos sorpresivos de la desolación a la consolación..., todo eso bajará con nosotros a la sepultura.


Este libro es, pues, de alguna manera, una memoria. Contando con la benevolencia de nuestros lectores, nos atrevemos a hacer nuestras la palabras de san Pablo: "Creí, y por eso hablé" (2 Cor 4,13).


Maran Atha


Enterrado en las entrañas de la humanidad palpita un sueño dormido, envuelto en la niebla transparente. No es una estrella apagada. Es la evocación de un Arquetipo ideal que

habita y duerme en las más recónditas ensoñaciones del mundo.

La humanidad sigue soñando con Alguien que le enseñe a moverse en el laberinto de la angustia, y que, sobre todo, le muestre la puerta de salida. ¿Dónde está el Forjador? Hemos nacido aherrojados; a veces con cadenas de oro, pero siempre cadenas. Se busca un Soldador capaz de fundir esos metales. ¿Dónde está el Encantador que, con toques mágicos, transforme los ensueños en carne viva, los lamentos en canciones, el luto en danza y la muerte en vida?

¡Ya viene! Enterrado en el alma de la humanidad duerme un sueño antiguo. ¡Ojalá estas páginas hayan servido para despertar, al menos en algunos de sus lectores, la nostalgia de ese Cristo que es el ideal eterno del alma profunda de la humanidad!.

¡Ven, Señor Jesús!


Todavía Judas transita por nuestra tierra, cargando enigmas en sus hombros y mendigando de puerta en puerta un mendrugo de misericordia.


A nuestro lado camina la Magdalena, que, después de haber bebido el vinagre de la vida, no se cansa ahora de saborear el vino ardiente cuyas llamas saltan hasta la vida eterna.


También Pedro se sienta a nuestro fogón para llorar, mientras Juan entona una y otra vez canciones de primavera.


¿Y qué decir de Caifás? Continúa resentido. Noche a noche se oculta entre las sombras para disparar, con su honda, guijarros contra las estrellas que brillan más que él.


Pilatos sigue pidiendo a gritos una jofaina para lavarse las manos, después de haber entregado a los inocentes en los brazos de la muerte.


Todos estamos a la espera de que descienda el Pastor de los altos cerros, con su provisión de pan y agua y aceite para las lámparas apagadas y las heridas. Y cuando haya

regresado, en cada mirada divisaremos mundos desconocidos; la higuera estéril, al pie del barranco, dará dulces higos; el Pastor hará resonar su caramillo, y el mundo se apaciguará; la luz luchará con las sombras y acabará venciéndolas. Dios será una brisa en las tardes de estío.

Llegará definitivamente el día de la siega, de la vendimia, de la boda y de la danza. Se abrirán las jaulas, las cadenas se romperán, se oxidarán las espadas y sólo quedarán los arados sobre los campos dilatados. Y regresará para siempre la infancia a nuestros ojos, para poder contemplar al Padre vistiendo las margaritas del campo y alimentando a los gorriones del patio.


¡Ven, Señor Jesús!





EL POBRE DE NAZARET
Ignacio Larrañaga
Editorial San Pablo
Capitulo VIII
Consumación:
Memoria



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