jueves, 27 de abril de 2017

SE CIERRA EL CERCO

Para llegar al conocimiento de la persona y vida de la Madre, es necesario situarnos en el ambiente cultural y religioso en el que María vivió, tener presente las costumbres de la Palestina de aquellos tiempos. 

Lo que hoy llamamos Palestina, nombre que por primera vez aparece en Herodoto, abarcaba entonces Judea, Samaría y Galilea, es decir, todo Israel. Como los evangelios nos hablan tan poco de María, su perspectiva histórica está llena
de lagunas.

Para cubrir esos vacíos vamos a adoptar una regla de oro: lo que es común y normal en su tiempo y en su pueblo, es también común y normal para María.

Hasta los doce años y un día, María era considerada, igual que las demás, una niña. A los doce años y un día, María fue declarada gedulah, que quiere decir mayor de edad, nubil. A esta edad, toda mujer era considerada apta para el matrimonio. La ley suponía que ya había adquirido madurez física y psíquica. Muy pronto, después de cumplir los doce años, según las costumbres de aquellos tiempos, el padre de familia entregaba a su hija «en esponsales».

Dice Lucas que Dios envió al ángel Gabriel a una virgen «desposada con un hombre llamado José» (Le 1,26). María estaba, pues, desposada y no casada. Con la ceremonia de los «esponsales», la muchacha quedaba prometida, incluso comprometida, pero no casada. Diríamos hoy, quedaba de novia. Entre los esponsales y el casamiento propiamente tal, que se llamaba conducción, había un intervalo de unos 12 meses. Se llamaba conducción, porque la novia era conducida solemnemente a la casa del novio.

Durante estos meses María, como las demás prometidas,
quedó en la casa de su padre. Este determinaba y preparaba el ajuar, la dote de la novia, la fecha del casamiento y también el dinero que el novio debía aportar para el matrimonio. Ejercía sobre la desposada la plena polestas paterna. Sin embargo, aunque los desposados no cohabitaban hasta el día de la conducción, los esponsales originaban en ellos lo que llamaríamos un verdadero vínculo jurídico, que en cierto sentido equivalía al matrimonio, de
tal manera que la ley consideraba al novio baealah, «señor» de la prometida.

Durante los meses de esponsales, la prometida guardaba
cuidadosa virginidad. Incluso, según las costumbres de Galilea —es información de Flavio Josefo—, durante estos meses los novios no podían estar solos. En el día de la conducción se designaban dos mujeres para examinar si la novia estaba íntegra. Si se comprobaba que había perdido la virginidad, caía sobre ella la maledicencia, llamándosela barufá, ruda expresión, que significaba «la violada».

Si en tiempo de los esponsales la muchacha ejercía comercio sexual con otro varón diferente del novio, era
considerada adúltera para todos los efectos, y el novio —al que, jurídicamente, se le consideraba «señor»— podía darle, y normalmente le daba, acta de divorcio. Según el Levítico, podía ser lapidada en la plaza pública. Y, según la información de Flavio Josefo, en caso de que la tal muchacha fuese hija de un levita, podía ser quemada viva.

Es preciso colocarse en este contexto de costumbres para apreciar, en toda su dimensión, el valor del silencio de María, al quedar grávida en la época prematrimonial.

El cerco estaba cerrado.



EL SILENCIO DE MARÍA
Ignacio Larrañaga
Editorial San Pablo
Capitulo III
Silencio:
2. El drama de un silencio:
Se cierra el cerco


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