lunes, 10 de julio de 2017

PRÁCTICA SEMANAL - Y DEJANDO LAS REDES

La única manera de vivificar las cosas de Dios es vivificando el corazón. Cuando el corazón se puebla de Dios, los hechos de la vida se llenan del encanto de Dios. Y el corazón se vivifica en los Tiempos Fuertes. Así hicieron los profetas, los santos, y, sobre todo, Cristo.


I parte de la práctica semanal - Palabra de Dios

Durante la sagrada media hora, meditar y profundizar los textos bíblicos, iniciando con el cuaderno espiritual y la Biblia en mano, se sugieren los siguientes pasos:
a) silenciarse (noche sosegada en calma y paz)
b) pedir al espíritu santo su presencia
c) leer la Biblia y ver lo que Dios me dice a mí
d) Y orar con la modalidad de ahora (oración de ) con las frases donde más sintió la presencia de Dios (de la palabra diaria, o del mensaje que escuchó)


Textos Bíblicos de la semana 14 (uno diario)

Día 1 de la práctica semanal - Palabra de Dios
Lucas 10 (1-2)

(1) Después de esto, el Señor designó a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde él debía ir.
(2) Y les dijo: «La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha.


Día 2 de la práctica semanal - Palabra de Dios
Lucas 9 (1-6)

(1) Jesús convocó a los Doce y les dio poder y autoridad para expulsar a toda clase de demonios y para curar las enfermedades.
(2) Y los envió a proclamar el Reino de Dios y a sanar a los enfermos,
(3) diciéndoles: «No lleven nada para el camino, ni bastón, ni alforja, ni pan, ni dinero, ni tampoco dos túnicas cada uno.
(4) Permanezcan en la casa donde se alojen, hasta el momento de partir.
(5) Si no los reciben, al salir de esas ciudad sacudan hasta el polvo de sus pies, en testimonio contra ellos».
(6) Fueron entonces de pueblo en pueblo, anunciando la Buena Noticia y curando enfermos en todas partes.


Día 3 de la práctica semanal - Palabra de Dios
Juan 4 (1-29)



(1) Cuando Jesús se enteró de que los fariseos habían oído decir que él tenía más discípulos y bautizaba más que Juan
(2) –en realidad él no bautizaba, sino sus discípulos–
(3) dejó la Judea y volvió a Galilea.
(4) Para eso tenía que atravesar Samaría.
(5) Llegó a una ciudad de Samaría llamada Sicar, cerca de las tierras que Jacob había dado a su hijo José.
(6) Allí se encuentra el pozo de Jacob. Jesús, fatigado del camino, se había sentado junto al pozo. Era la hora del mediodía.
(7) Una mujer de Samaría fue a sacar agua, y Jesús le dijo: «Dame de beber».
(8) Sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar alimentos.
(9) La samaritana le respondió: «¡Cómo! ¿Tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?». Los judíos, en efecto, no se trataban con los samaritanos.
(10) Jesús le respondió: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: «Dame de beber», tú misma se lo hubieras pedido, y él te habría dado agua viva».
(11) «Señor, le dijo ella, no tienes nada para sacar el agua y el pozo es profundo. ¿De dónde sacas esa agua viva?
(12) ¿Eres acaso más grande que nuestro padre Jacob, que nos ha dado este pozo, donde él bebió, lo mismo que sus hijos y sus animales?».
(13) Jesús le respondió: «El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed,
(14) pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna».
(15) «Señor, le dijo la mujer, dame de esa agua para que no tenga más sed y no necesite venir hasta aquí a sacarla».
(16) Jesús le respondió: «Ve, llama a tu marido y vuelve aquí».
(17) La mujer respondió: «No tengo marido». Jesús continuó: «Tienes razón al decir que no tienes marido,
(18) porque has tenido cinco y el que ahora tienes no es tu marido; en eso has dicho la verdad».
(19) La mujer le dijo: «Señor, veo que eres un profeta.
(20) Nuestros padres adoraron en esta montaña, y ustedes dicen que es en Jerusalén donde se debe adorar».
(21) Jesús le respondió: «Créeme, mujer, llega la hora en que ni en esta montaña ni en Jerusalén se adorará al Padre.
(22) Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos.
(23) Pero la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque esos son los adoradores que quiere el Padre.
(24) Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad».
(25) La mujer le dijo: «Yo sé que el Mesías, llamado Cristo, debe venir. Cuando él venga, nos anunciará todo».
(26) Jesús le respondió: «Soy yo, el que habla contigo».
(27) En ese momento llegaron sus discípulos y quedaron sorprendidos al verlo hablar con una mujer. Sin embargo, ninguno le preguntó: «¿Qué quieres de ella?» o «¿Por qué hablas con ella?».
(28) La mujer, dejando allí su cántaro, corrió a la ciudad y dijo a la gente:
(29) «Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que hice. ¿No será el Mesías?».


Día 4 de la práctica semanal - Palabra de Dios
1 Pedro 2 (9)

(9) Ustedes, en cambio, son una raza elegida, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo adquirido para anunciar las maravillas de aquel que los llamó de las tinieblas a su admirable luz:


Día 5 de la práctica semanal - Palabra de Dios
1 Pedro 4 (7-10)

(7) Ya se acerca el fin de todas las cosas: por eso, tengan la moderación y la sobriedad necesarias para poder orar.
(8) Sobre todo, ámense profundamente los unos a los otros, porque el amor cubre todos los pecados.
(9) Practiquen la hospitalidad, sin quejarse.
(10) Pongan al servicio de los demás los dones que han recibido, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios.


Día 6 de la práctica semanal - Palabra de Dios
Marcos 3 (13-19)

(13) Después subió a la montaña y llamó a su lado a los que quiso. Ellos fueron hacia él,
(14) y Jesús instituyó a doce para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar
(15) con el poder de expulsar a los demonios.
(16) Así instituyó a los Doce: Simón, al que puso el sobrenombre de Pedro;
(17) Santiago, hijo de Zebedeo, y Juan, hermano de Santiago, a los que dio el nombre de Boanerges, es decir, hijos del trueno;
(18) luego, Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago, hijo de Alfeo, Tadeo, Simón, el Cananeo,
(19) y Judas Iscariote, el mismo que lo entregó.


Día 7 de la práctica semanal - Palabra de Dios
Marcos 1 (35-39)

(35) Por la mañana, antes que amaneciera, Jesús se levantó, salió y fue a un lugar desierto; allí estuvo orando.
(36) Simón salió a buscarlo con sus compañeros,
(37) y cuando lo encontraron, le dijeron: «Todos te andan buscando».
(38) El les respondió: «Vayamos a otra parte, a predicar también en las poblaciones vecinas, porque para eso he salido».
(39) Y fue predicando en las sinagogas de toda la Galilea y expulsando demonios



II parte de la práctica semanal - Modalidad

A estas alturas, haz debido hacer el discernimiento sobre cuál o cuáles modalidades se adaptan mejor a tu espíritu y esa o esas modalidades practicarás intensivamente en esta semana.



III parte de la práctica semanal - Vivencia

Vivirás toda la semana procurando informarte sobre las organizaciones apostólicas existentes en tu parroquia, ponderando cuales de esos apostolados se avienen mejor a tus condiciones y posibilidades. Puedes presentarte, ante el Párroco o el Vicario pastoral para informarte mejor y eventualmente, para comprometerte.

Te esforzarás también por descubrir otros medios de comunicación social, no necesariamente eclesiales, como radio, televisión, grabaciones audiovisuales o asociaciones políticas o humanitarias, donde puedes infundir la inspiración cristiana de la vida.

Lee y medita en el libro Encuentro (pág. 146)

Cómo vivir un Desierto.

Tiempo Fuerte significa reservar, para estar con el Señor, unos fragmentos de tiempo en el programa de las actividades, por ejemplo treinta minutos diarios; unas cuantas horas cada quince días, etc. Tiempos Fuertes no sólo para orar sino también para recuperar el equilibrio emocional, la unidad interior, la serenidad y la paz; porque, de otra manera, las gentes acaban por desintegrarse en la locura de la vida.

Los que quieran tomar en serio la vida con Dios, necesitan integrar el sistema de los Tiempos Fuertes en la organización de sus actividades Si salvas los Tiempos Fuertes, los Tiempos Fuertes te salvarán a ti, ¿de qué?, del vacío de la vida y del desencanto existencial. Si te quejas diciendo que falta tiempo, te diré que el tiempo es cuestión de preferencias; y las preferencias dependen de las prioridades. Se tiene tiempo para lo que se quiere.

Cuando se dedica al Señor un día entero (al menos unas siete horas) en silencio y soledad, a este día se le llama Desierto.

Para hacer un Desierto es conveniente, casi necesario, salir del lugar en que uno vive o trabaja, y retirarse a un lugar solitario, sea campo, bosque, montaña o una Casa de Retiro.

Es conveniente ir al Desierto en grupos pequeños (entre tres y cinco, por ejemplo) pero, una vez llegados al lugar donde van a pasar el día, es indispensable que el grupo se disperse y cada persona permanezca en completa soledad. En las últimas horas pueden reunirse para una intercomunicación fraterna y para hacer oración comunitaria.

Es conveniente que cada persona lleve algo de comer, sin olvidar que el Desierto tiene también un cierto carácter penitencial. Sin embargo, no deben abstenerse de tomar líquido para evitar cualquier deshidratación.

En suma: Desierto es un tiempo fuerte dedicado a Dios en silencio, soledad y penitencia. Es conveniente disponer de un conjunto de textos bíblicos, salmos, ejercicios de relajación, todo lo cual lo encontrarás en el presente librito. No olvidarse de llevar un cuaderno para anotar impresiones.

Pauta orientadora

1 - Utiliza esta pauta con flexibilidad porque el Espíritu Santo puede tener otros planes. Debes dar un margen a la espontaneidad de la Gracia. Por ejemplo tienes que tomar con mucha libertad los minutos que asigno a cada punto.

2 - Una vez que llegues al lugar donde va a transcurrir el día, comienza con una lectura rezada de salmos. Se trata de preparar y ambientar el nivel profundo de la persona, el nivel del espíritu. Unos sesenta (60) minutos.

3 - En caso de que te encuentres en estado dispersivo, prepara tu nivel periférico con ejercicios de relajación, concentración y silenciamiento. Unos treinta (30) minutos. A lo largo del día puedes repetir estos ejercicios; pero, de entrada, es necesario conseguir un estado elemental de serenidad.

4 - Diálogo personal con el Señor Dios, diálogo no necesariamente de palabras sino de interioridades, hablar con Dios, estar con Él, amar y sentirse amado. Es lo más importante del Desierto. Puedes utilizar las modalidades. Unos setenta y cinco (65) minutos.

5 - Por ser un día intenso en cuanto a la actividad cerebral, es conveniente que haya varios breves intervalos de descanso en que lo importante es no hacer nada, sólo descansar.

6 - No puede faltar en el Desierto una prolongada lectura meditada según el método expuesto en la segunda modalidad, utilizando los textos bíblicos, confrontando tu vida personal y apostólica con la Palabra de Dios, Unos ochenta (80) minutos.

7 - Tampoco debe faltar un sabroso y prolongado diálogo con Jesucristo, expresamente con El. Hablar con Él como un amigo habla con otro amigo, haciendo mentalmente un paseo con Él por los caminos de la vida, solucionando las dificultades. Unos cincuenta (50) minutos.

8 - Un ejercicio intensivo de abandono: sanar de nuevo las heridas, aceptar tanta cosa rechazada, perdonarse y perdonar, consolidar y robustecer la paz. Unos cuarenta (40) minutos.

El criterio más seguro de presencia divina es la paz. Si tienes paz, aún en plena aridez, Dios está contigo. Y recuerda cuántos Desiertos hacía Jesús.



Referencias bíblicas para el Desierto

“El Desierto es la peregrinación del Pueblo de Dios en busca del Rostro del Señor.”

Antiguo Testamento:

- Moisés se encuentra con Dios en el Desierto: 
Éxodo 3 (1-15)

(1) Moisés, que apacentaba las ovejas de su suegro Jetró, el sacerdote de Madián, llevó una vez el rebaño más allá del desierto y llegó a la montaña de Dios, al Horeb.
(2) Allí se le apareció el Angel del Señor en una llama de fuego, que salía de en medio de la zarza. Al ver que la zarza ardía sin consumirse,
(3) Moisés pensó: «Voy a observar este grandioso espectáculo. ¿Por qué será que la zarza no se consume?».
(4) Cuando el Señor vio que él se apartaba del camino para mirar, lo llamó desde la zarza, diciendo: «¡Moisés, Moisés!». «Aquí estoy», respondió el.
(5) Entonces Dios le dijo: «No te acerques hasta aquí. Quítate las sandalias, porque el suelo que estás pisando es una tierra santa».
(6) Luego siguió diciendo: «Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob». Moisés se cubrió el rostro porque tuvo miedo de ver a Dios.
La misión de Moisés
(7) El Señor dijo: «Yo he visto la opresión de mi pueblo, que está en Egipto, y he oído los gritos de dolor, provocados por sus capataces. Sí, conozco muy bien sus sufrimientos.
(8) Por eso he bajado a librarlo del poder de los egipcios y a hacerlo subir, desde aquel país, a una tierra fértil y espaciosa, a una tierra que mana leche y miel, al país de los cananeos, los hititas, los amorreos, los perizitas, los jivitas y los jebuseos.
(9) El clamor de los israelitas ha llegado hasta mi y he visto cómo son oprimidos por los egipcios.
(10) Ahora ve, yo te envío al Faraón para que saques de Egipto a mi pueblo, a los israelitas».
(11) Pero Moisés dijo a Dios: «¿Quién soy yo para presentarme ante el Faraón y hacer salir de Egipto a los israelitas?».
(12) «Yo estaré contigo, les dijo a Dios, y esta es la señal de que soy yo el que te envía: después que hagas salir de Egipto al pueblo, ustedes darán culto a Dios en esta montaña».
La revelación del Nombre divino y la promesa de liberación
(13) Moisés dijo a Dios: «Si me presento ante los israelitas y les digo que el Dios de sus padres me envió a ellos, me preguntarán cual es su nombre. Y entonces, ¿qué les responderé?».
(14) Dios dijo a Moisés: «Yo soy el que soy». Luego añadió: «Tú hablarás así a los israelitas: «Yo soy» me envió a ustedes».
(15) Y continuó diciendo a Moisés: «Tú hablarás así a los israelitas: El Señor, el Dios de sus padres, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, es el que me envía. Este es mi nombre para siempre y así será invocado en todos los tiempos futuros.

Dios conduce al Pueblo de Israel a través del Desierto: 
Éxodo, los capítulos 14 al 20

Capítulo 14
Desde Etám hasta el Mar Rojo
(1) El Señor habló a Moisés en estos términos:
(2) «Ordena a los israelitas que vuelvan atrás y acampen delante de Pihajirot, entre Migdol y el mar, frente a Baal Sefón. Acampen a orillas del mar, frente al lugar indicado.
(3) Así el Faraón creerá que ustedes vagan sin rumbo por el país y que el desierto les cierra el paso.
(4) Yo, por mi parte, endureceré su corazón para que salga a perseguirlos, y me cubriré de gloria a expensas de él y de todo su ejército. Así los egipcios sabrán que yo soy el Señor». Los israelitas cumplieron esta orden.
Los israelitas perseguidos por los egipcios
(5) Cuando informaron al rey de Egipto que el pueblo había huido, el Faraón y sus servidores cambiaron de idea con respecto al pueblo, y exclamaron: «¿Qué hemos hecho? Dejando partir a Israel, nos veremos privados de sus servicios».
(6) Entonces el Faraón hizo enganchar su carro de guerra y alistó sus tropas.
(7) Tomó seiscientos carros escogidos y todos los carros de Egipto, con tres hombres en cada uno.
(8) El Señor endureció el corazón del Faraón, el rey de Egipto, y este se lanzó en persecución de los israelitas, mientras ellos salían triunfalmente.
(9) Los egipcios los persiguieron los caballos y los carros de guerra del Faraón, los conductores de los carros y todo su ejército; y los alcanzaron cuando estaban acampados junto al mar, cerca de Pihajirot, frente a Baal Sefón.
(10) Cuando el Faraón ya estaba cerca, los israelitas levantaron los ojos y, al ver que los egipcios avanzaban detrás de ellos, se llenaron de pánico e invocaron a gritos al Señor.
(11) Y dijeron a Moisés: «¿No había tumbas en Egipto para que nos trajeras a morir en el desierto? ¿Qué favor nos has hecho sacándonos de allí?
(12) Ya te lo decíamos cuando estábamos en Egipto: "¡Déjanos tranquilos! Queremos servir a los egipcios, porque más vale estar al servicio de ellos que morir en el desierto"».
(13) Moisés respondió al pueblo: «¡No teman! Manténganse firmes, porque hoy mismo ustedes van a ver lo que hará el Señor para salvarlos. A esos egipcios que están viendo hoy, nunca más los volverán a ver.
(14) El Señor combatirá por ustedes, sin que ustedes tengan que preocuparse por nada».
El paso por el Mar Rojo
(15) Después el Señor dijo a Moisés: «¿Por qué me invocas con esos gritos? Ordena a los israelitas que reanuden la marcha.
(16) Y tú, con el bastón en alto, extiende tu mano sobre el mar y divídelo en dos, para que puedan cruzarlo a pie.
(17) Yo voy a endurecer el corazón de los egipcios, y ellos entrarán en el mar detrás de los israelitas. Así me cubriré de gloria a expensas del Faraón y de su ejército, de sus carros y de sus guerreros.
(18) Los egipcios sabrán que soy el Señor, cuando yo me cubra de gloria a expensas del Faraón, de sus carros y de sus guerreros».
(19) El Angel de Dios, que avanzaba al frente del campamento de Israel, retrocedió hasta colocarse detrás de ellos; y la columna de nube se desplazó también de delante hacia atrás,
(20) interponiéndose entre el campamento egipcio y el de Israel. La nube era tenebrosa para unos, mientras que para los otros iluminaba la noche, de manera que en toda la noche no pudieron acercarse los unos a los otros.
(21) Entonces Moisés extendió su mano sobre el mar, y el Señor hizo retroceder el mar con un fuerte viento del este, que sopló toda la noche y transformó el mar en tierra seca. Las aguas se abrieron,
(22) y los israelitas entraron a pie en el cauce del mar, mientras las aguas formaban una muralla a derecha e izquierda.
(23) Los egipcios los persiguieron, y toda la caballería del Faraón, sus carros y sus guerreros, entraron detrás de ellos en medio del mar.
(24) Cuando estaba por despuntar el alba, el Señor observó las tropas egipcias desde la columna de fuego y de nube, y sembró la confusión entre ellos.
(25) Además, frenó las ruedas de sus carros de guerra, haciendo que avanzaran con dificultad. Los egipcios exclamaron: «Huyamos de Israel, porque el Señor combate en favor de ellos contra Egipto».
(26) El Señor dijo a Moisés: «Extiende tu mano sobre el mar, para que las aguas se vuelvan contra los egipcios, sus carros y sus guerreros».
(27) Moisés extendió su mano sobre el mar y, al amanecer, el mar volvió a su cauce. Los egipcios ya habían emprendido la huida, pero se encontraron con las aguas, y el Señor los hundió en el mar.
(28) Las aguas envolvieron totalmente a los carros y a los guerreros de todo el ejército del Faraón que habían entrado en medio del mar para perseguir a los israelitas. Ni uno solo se salvó.
(29) Los israelitas, en cambio, fueron caminando por el cauce seco del mar, mientras las aguas formaban una muralla, a derecha e izquierda.
(30) Aquel día, el Señor salvó a Israel de las manos de los egipcios. Israel vio los cadáveres de los egipcios que yacían a la orilla del mar,
(31) y fue testigo de la hazaña que el Señor realizó contra Egipto. El pueblo temió al Señor, y creyó en él y en Moisés, su servidor.

Capítulo 15
El canto de Moisés
(1) Entonces Moisés y los israelitas entonaron este canto en honor del Señor: «Cantaré al Señor, que se ha cubierto de gloria: él hundió en el mar los caballos y los carros.
(2) El Señor es mi fuerza y mi protección, él me salvó. El es mi Dios y yo lo glorifico, es el Dios de mi padre y yo proclamo su grandeza.
(3) El Señor es un guerrero, su nombre es «Señor».
(4) El arrojó al mar los carros del Faraón y su ejército, lo mejor de sus soldados se hundió en el Mar Rojo.
(5) El abismo los cubrió, cayeron como una piedra en lo profundo del mar
(6) Tu mano, Señor, resplandece por su fuerza, tu mano, Señor, aniquila al enemigo.
(7) Con la inmensidad de tu gloria derribas a tus adversarios, desatas tu furor, que los consume como paja.
(8) Al soplo de tu ira se agolparon las aguas, las olas se levantaron como un dique, se hicieron compactos los abismos del mar.
(9) El enemigo decía: «Los perseguiré, los alcanzaré, repartiré sus despojos, saciaré mi avidez, desenvainaré la espada, mi mano los destruirá».
(10) Tú soplaste con tu aliento, y el mar los envolvió; se hundieron como plomo en las aguas formidables.
(11) ¿Quién, como tú, es admirable entre los santos, terrible por tus hazañas, autor de maravillas?
(12) Extendiste tu mano y los tragó la tierra.
(13) Guías con tu fidelidad al pueblo que has rescatado y lo conduces con tu poder hacia tu santa morada.
(14) Tiemblan los pueblos al oír la noticia: los habitantes de Filistea se estremecen,
(15) cunde el pánico entre los jefes de Edom, un temblor sacude a los príncipes de Moab, desfallecen todos los habitantes de Canaán.
(16) El pánico y el terror los invaden, la fuerza de tu brazo los deja petrificados, hasta que pasa tu pueblo, Señor, hasta que pasa el pueblo que tú has adquirido.
(17) Tú lo llevas y lo plantas en la montaña de tu herencia, en el lugar que preparaste para tu morada, en el Santuario, Señor, que fundaron tus manos.
(18) ¡El Señor reina eternamente!».
(19) Cuando la caballería del Faraón, con sus carros y sus guerreros, entró en medio del mar, el Señor hizo que las aguas se volvieran contra ellos; los israelitas, en cambio, cruzaron el mar como si fuera tierra firme.
(20) Entonces Miriam, la profetisa, que era hermana de Aarón, tomó en sus manos un tamboril, y todas las mujeres iban detrás de ella, con tamboriles y formando coros de baile.
(21) Y Miriam repetía: «Canten al Señor, que se ha cubierto de gloria: él hundió en el mar los caballos y los carros».
La marcha a través del desierto
Las aguas de Mará
(22) Moisés hizo partir a los israelitas del Mar Rojo. Ellos se dirigieron hacia el desierto de Sur, y después de caminar tres días por ese desierto sin encontrar agua,
(23) llegaron a Mará, pero no pudieron beber el agua porque era amarga. De allí procede el nombre de Mará –que significa «Amarga»– dado a ese lugar.
(24) Y el pueblo se puso a protestar contra Moisés, diciendo: «¿Qué vamos a beber ahora?».
(25) Moisés invocó al Señor, y el Señor le indicó un árbol. Moisés arrojó un trozo de él en el agua, y esta se volvió dulce. Allí el Señor les impuso una legislación y un derecho, y allí los puso a prueba.
(26) Luego les dijo: «Si escuchas realmente lo voz del Señor, tu Dios, y practicas lo que es recto a sus ojos, si prestas atención a sus mandamientos y observas todos sus preceptos, no te infligiré ninguna de las enfermedades que envié contra Egipto, porque yo, el Señor, soy el que te da la salud».
(27) Después llegaron a Elim, un lugar donde había doce fuentes y setenta palmeras, y allí establecieron su campamento, a orilla de las aguas.

Capítulo 16
Las codornices y el maná
(1) Luego partieron de Elim, y el día quince del segundo mes después de su salida de Egipto, toda la comunidad de los israelitas llegó al desierto de Sin, que está entre Elim y el Sinaí.
(2) En el desierto, los israelitas comenzaron a protestar contra Moisés y Aarón.
(3) «Ojalá el Señor nos hubiera hecho morir en Egipto, les decían, cuando nos sentábamos delante de las ollas de carne y comíamos pan hasta saciarnos. Porque ustedes nos han traído a este desierto para matar de hambre a toda esta asamblea».
(4) Entonces el Señor dijo a Moisés: «Yo haré caer pan para ustedes desde lo alto del cielo, y el pueblo saldrá cada día a recoger su ración diaria. Así los pondré a prueba, para ver si caminan o no de acuerdo con mi ley.
(5) El sexto día de la semana, cuando preparen lo que hayan juntado, tendrán el doble de lo que recojan cada día».
(6) Moisés y Aarón dijeron a todos los israelitas: «Esta tarde ustedes sabrán que ha sido el Señor el que los hizo salir de Egipto,
(7) y por la mañana verán la gloria del Señor, ya que el Señor los oyó protestar contra él. Porque ¿qué somos nosotros para que nos hagan estos reproches?».
(8) Y Moisés añadió: «Esta tarde el Señor les dará carne para comer, y por la mañana hará que tengan pan hasta saciarse, ya que escuchó las protestas que ustedes dirigieron contra él. Porque ¿qué somos nosotros? En realidad, ustedes no han protestado contra nosotros, sino contra el Señor».
(9) Moisés dijo a Aarón: «Da esta orden a toda la comunidad de los israelitas: Preséntense ante el Señor, porque él ha escuchado sus protestas».
(10) Mientras Aarón les estaba hablando, ellos volvieron su mirada hacia el desierto, y la gloria del Señor se apareció en la nube.
(11) Y el Señor dijo a Moisés:
(12) «Yo escuché las protestas de los israelitas. Por eso, háblales en estos términos: «A la hora del crepúsculo ustedes comerán carne, y por la mañana se hartarán de pan. Así sabrán que yo, el Señor, soy su Dios».
(13) Efectivamente, aquella misma tarde se levantó una bandada de codornices que cubrieron el campamento; y a la mañana siguiente había una capa de rocío alrededor de él.
(14) Cuando esta se disipó, apareció sobre la superficie del desierto una cosa tenue y granulada, fina como la escarcha sobre la tierra.
(15) Al verla, los israelitas se preguntaron unos a otros: ¿Qué es esto?». Porque no sabían lo que era. Entonces Moisés les explicó: «Este es el pan que el Señor les ha dado como alimento.
(16) El señor les manda que cada uno recoja lo que necesita para comer, según la cantidad de miembros que tenga cada familia, a razón de unos cuatro litros por persona; y que cada uno junte para todos los que viven en su carpa».
(17) Así lo hicieron los israelitas, y mientras unos juntaron mucho, otros juntaron poco.
(18) Pero cuando lo midieron, ni los que habían recogido poco tenían menos. Cada uno tenía lo necesario para su sustento.
(19) Además, Moisés les advirtió: «Que nadie reserve nada para el día siguiente».
(20) Algunos no le hicieron caso y reservaron una parte; pero esta se llenó de gusanos y produjo un olor nauseabundo. Moisés se irritó contra ellos,
(21) y a partir de entonces, lo recogían todas las mañanas, cada uno de acuerdo con sus necesidades; y cuando el sol empezaba a calentar, se derretía.
El maná y el sábado
(22) Como la ración de alimento que recogieron el sexto día de la semana resultó ser el doble de la habitual –dos medidas de cuatro litros por persona– todos los jefes de la comunidad fueron a informar a Moisés.
(23) El les dijo: «El Señor dice lo siguiente: Mañana es sábado, día de descanso consagrado al Señor. Cocinen al horno o hagan hervir la cantidad que ustedes quieran, y el resto guárdenlo para mañana».
(24) Ellos lo guardaron para el día siguiente, como Moisés les había ordenado; pero esta vez no dio mal olor ni se llenó de gusanos.
(25) Entonces Moisés les dijo: «Hoy tendrán esto para comer, porque este es un día de descanso en honor del Señor, y en el campo no encontrarán nada.
(26) Ustedes lo recogerán durante seis días, pero el séptimo día, el sábado, no habrá nada».
(27) A pesar de esta advertencia, algunos salieron a recogerlo el séptimo día, pero no lo encontraron.
(28) El Señor dijo a Moisés: «¿Hasta cuando se resistirán a observar mis mandamientos y mis leyes?
(29) El Señor les ha impuesto el sábado, y por eso el sexto día les duplica la ración. Que el séptimo día todos permanezcan en su sitio y nadie se mueva del lugar donde está».
(30) Y el séptimo día, el pueblo descansó.
(31) La casa de Israel llamó «maná» a ese alimento. Era blanco como la semilla de cilantro y tenía un gusto semejante al de las tortas amasadas con miel.
El maná conservado en el Arca
(32) Después Moisés dijo: «El Señor ordena lo siguiente: Llenen de maná un recipiente de unos cuatro litros, y consérvenlo para que sus descendientes vean el alimento que les di de comer cuando los hice salir de Egipto».
(33) Y Moisés dijo a Aarón: «Toma un recipiente, coloca en él unos cuatro litros de maná y deposítalo delante del Señor, a fin de conservarlo para las generaciones futuras».
(34) Aarón puso en el recipiente la cantidad de maná que el Señor había ordenado a Moisés, y lo depositó delante del Arca del Testimonio, a fin de que se conservara.
(35) Los israelitas comieron el maná durante cuarenta años, hasta que llegaron a una región habitada. Así se alimentaron hasta su llegada a los límites de Canaán.

Capítulo 17
El agua brotada de la piedra
(1) Toda la comunidad de los israelitas partió del desierto de Sin y siguió avanzando por etapas, conforme a la orden del Señor. Cuando acamparon en Refidim, el pueblo no tenía agua para beber.
(2) Entonces acusaron a Moisés y le dijeron: «Danos agua para que podamos beber». Moisés les respondió: «¿Por qué me acusan? ¿Por qué provocan al Señor?».
(3) Pero el pueblo, torturado por la sed, protestó contra Moisés diciendo: «¿Para qué nos hiciste salir de Egipto? ¿Sólo para hacernos morir de sed, junto con nuestros hijos y nuestro ganado?».
(4) Moisés pidió auxilio al Señor, diciendo: «¿Cómo tengo que comportarme con este pueblo, si falta poco para que me maten a pedradas?».
(5) El Señor respondió a Moisés: «Pasa delante del pueblo, acompañado de algunos ancianos de Israel, y lleva en tu mano el bastón con que golpeaste las aguas del Nilo. Ve,
(6) porque yo estaré delante de ti, allá sobre la roca, en Horeb. Tú golpearás la roca, y de ella brotará agua para que beba el pueblo». Así lo hizo Moisés, a la vista de los ancianos de Israel.
(7) Aquel lugar recibió el nombre de Masá –que significa «Provocación»– y de Meribá –que significa «Querella»– a causa de la acusación de los israelitas, y porque ellos provocaron al Señor, diciendo: «¿El Señor está realmente entre nosotros, o no?».
La victoria sobre los amalecitas
(8) Después vinieron los amalecitas y atacaron a Israel en Refidim.
(9) Moisés dijo a Josué: «Elige a algunos de nuestros hombres y ve mañana a combatir contra Amalec. Yo estaré de pie sobre la cima del monte, teniendo en mi mano el bastón de Dios».
(10) Josué hizo lo que le había dicho Moisés, y fue a combatir contra los amalecitas. Entretanto, Moisés, Aarón y Jur habían subido a la cima del monte.
(11) Y mientras Moisés tenía los brazos levantados, vencía Israel; pero cuando los dejaba caer, prevalecía Amalec.
(12) Como Moisés tenía los brazos muy cansados, ellos tomaron una piedra y la pusieron donde él estaba. Moisés se sentó sobre la piedra, mientras Aarón y Jur le sostenían los brazos, uno a cada lado. Así sus brazos se mantuvieron firmes hasta la puesta del sol.
(13) De esa manera, Josué derrotó a Amalec y a sus tropas al fino de la espada.
(14) El Señor dijo a Moisés: «Escribe esto en un documento como memorial y grábalo en los oídos de Josué: «Yo borraré debajo del cielo el recuerdo de Amalec».
(15) Luego Moisés edificó un altar, al que llamó «El Señor es mi estandarte».
(16) y exclamó: «Porque una mano se alzó contra el trono del Señor, el Señor está en guerra contra Amalec de generación en generación».

Capítulo 18
La visita de Jetro a Moisés
(1) Jetró, sacerdote de Madián y suegro de Moisés, se enteró de todo lo que Dios había hecho en favor de Moisés y de su pueblo Israel, cuando el Señor hizo salir a Israel de Egipto.
(2) Entonces partió llevando consigo a Sipora, la esposa de Moisés –que este había hecho regresar a su casa–
(3) y a sus dos nietos. uno de ellos se llamaba Gersón, porque Moisés había dicho: «Fui un emigrante en tierra extranjera»;
(4) y el otro se llamaba Eliezer, porque Moisés había dicho: «El Dios de mi padre es mi ayuda y me libró de la espada del Faraón».
(5) Cuando Jetró, que venía con la esposa y los hijos de su yerno, llegó al desierto donde había acampado Moisés, junto a la montaña de Dios,
(6) se hizo anunciar con estas palabras: «Aquí está Jetró, tu suegro, que viene a verte acompañado de tu esposa y de tus hijos».
(7) Moisés salió enseguida al encuentro de su suegro, le hizo una profunda reverencia y lo besó. Después de saludarse mutuamente, entraron en la carpa.
(8) Moisés relató a su suegro todo lo que el Señor había hecho al Faraón y a los egipcios a causa de Israel, las dificultades con que habían tropezado en el camino, y cómo el Señor los había librado.
(9) Jetró manifestó su alegría por todo el bien que el Señor había dispensado a Israel, librándolo del poder de Egipto.
(10) y exclamó: «Bendito sea el Señor que los libró de las manos de los egipcios y de las manos del Faraón.
(11) Ahora sé que el Señor es más grande que todos los dioses, porque él salvó a su pueblo del poder de los egipcios, a causa de la arrogancia con que estos lo trataron».
(12) Luego Jetró ofreció un holocausto y sacrificios a Dios, y Aarón y todos los ancianos de Israel fueron a participar de la comida con el suegro de Moisés, en la presencia de Dios.
La institución de los jueces, colaboradores de Moisés
(13) Al día siguiente, Moisés se sentó para juzgar los asuntos que le presentaba el pueblo, mientras la gente permanecía de pie junto a él, de la mañana a la noche.
(14) Su suegro, al ver todo lo que él hacía por el pueblo, le preguntó: «¿Qué significa eso que haces con el pueblo? ¿Por qué lo haces tú solo, mientras la gente se queda de pie junto a ti, de la mañana a la noche?
(15) Moisés respondió a su suegro: Esa gente acude a mí para consultar a Dios.
(16) Cuando tienen un pleito, acuden a mí. Entonces yo decido quién tiene razón, y les doy a conocer las disposiciones y las instrucciones de Dios».
(17) El Suegro de Moisés le dijo: «Lo que haces no está bien.
(18) Así quedarán completamente agotados, tú y toda esa gente que está contigo. Esa tarea es demasiado pesada para ti, y tú solo no puedes realizarla.
(19) Ahora escúchame. Yo te daré un consejo, y que Dios esté contigo. Tú debes representar al pueblo delante de Dios y exponerle los asuntos de la gente.
(20) Al mismo tiempo, tienes que inculcarles los preceptos y las instrucciones de Dios, y enseñarles el camino que deben seguir y la manera cómo deben comportarse.
(21) Pero además tienes que elegir, entre todo el pueblo, a algunos hombres capaces, temerosos de Dios, dignos de confianza e insobornables, para constituirlos jefes del pueblo: jefes de mil, de cien, de cincuenta y de diez personas.
(22) Ellos administrarán justicia al pueblo permanentemente. Si hay algún caso difícil, que te lo traigan a ti, pero que juzguen por sí mismos los casos de menor importancia. De esa manera, se aliviará tu carga, y ellos la compartirán contigo.
(23) Si obras así, y Dios te da sus órdenes, tú podrás resistir y toda esa gente regresará en paz a sus hogares».
(24) Moisés siguió el consejo de su suegro y puso en práctica todo lo que él le había indicado.
(25) Entre todos los israelitas, eligió a algunas personas capaces, y las puso como jefes del pueblo: jefes de mil, de cien, de cincuenta y de diez personas,
(26) que administraban justicia al pueblo permanentemente. Ellos presentaban a Moisés los asuntos más difíciles, y juzgaban por sí mismos las cuestiones de menor importancia.
(27) Luego Moisés despidió a su suegro, y este regresó a su país.
La Alianza del Sinaí

Capítulo 19
La llegada al Sinaí
(1) El primer día del tercer mes, después de su salida de Egipto, los israelitas llegaron al desierto del Sinaí.
(2) Habían partido de Refidim, y cuando llegaron al desierto de el Sinaí, establecieron allí su campamento. Israel acampó frente a la montaña.
Ofrecimiento de la Alianza
(3) Moisés subió a encontrarse con Dios. El Señor lo llamó desde la montaña y le dijo: «Habla en estos términos a la casa de Jacob y anuncia este mensaje a los israelitas:
(4) «Ustedes han visto cómo traté a Egipto, y cómo los conduje sobre alas de águila y los traje hasta mí.
(5) Ahora, si escuchan mi voz y observan mi alianza, serán mi propiedad exclusiva entre todos los pueblos, porque toda la tierra me pertenece.
(6) Ustedes serán para mí un reino de sacerdotes y una nación que me está consagrada». Estas son las palabras que transmitirás a los israelitas».
(7) Moisés fue a convocar a los ancianos de Israel y les expuso todas estas palabras, como el Señor se lo había ordenado.
(8) El pueblo respondió unánimemente: «Estamos decididos a poner en práctica todo lo que ha dicho el Señor». Y Moisés comunicó al Señor la respuesta del pueblo.
Los preparativos de la teofanía
(9) El Señor dijo a Moisés: «Yo vendré a encontrarme contigo en medio de una densa nube, para que el pueblo pueda escuchar cuando yo te hable. Así tendrá en ti una confianza a toda prueba». Y Moisés comunicó al Señor las palabras del pueblo.
(10) Luego añadió: «Ve adónde está el pueblo y ordénales que se purifiquen hoy y mañana. Que laven su ropa
(11) y estén preparados para pasado mañana. Porque al tercer día el Señor descenderá sobre la montaña del Sinaí, a la vista de todo el pueblo.
(12) Fija también un límite alrededor del pueblo, haciendo esta advertencia: «Cuídense de subir a la montaña y hasta de tocar sus bordes, porque todo el que toque la montaña será castigado con la muerte.
(13) Pero nadie pondrá su mano sobre el culpable, sino que deberá ser apedreado o muerto a flechazos; sea hombre o animal, no quedará vivo. Y cuando suene la trompeta, ellos subirán a la montaña».
(14) Moisés bajó de la montaña y ordenó al pueblo que se sometiera a las purificaciones rituales. Todos lavaron su ropa,
(15) y luego les dijo: «Estén preparados para pasado mañana. Mientras tanto, absténganse de tener relaciones sexuales».
La teofanía
(16) Al amanecer del tercer día, hubo truenos y relámpagos, una densa nube cubrió la montaña y se oyó un fuerte sonido de trompeta. Todo el pueblo que estaba en el campamento se estremeció de temor.
(17) Moisés hizo salir al pueblo del campamento para ir al encuentro de Dios, y todos se detuvieron al pie de la montaña.
(18) La montaña del Sinaí estaba cubierta de humo, porque el Señor había bajado a ella en el fuego. El humo se elevaba como el de un horno, y toda la montaña temblaba violentamente.
(19) El sonido de la trompeta se hacía cada vez más fuerte. Moisés hablaba, y el Señor le respondía con el fragor del trueno.
(20) El Señor bajó a la montaña del Sinaí, a la cumbre de la montaña, y ordenó a Moisés que subiera a la cumbre. Moisés subió,
(21) y el Señor le dijo: «Baja y ordena al pueblo que no traspase los límites para ver al Señor, porque muchos de ellos perderían la vida.
(22) Incluso los sacerdotes que se acerquen al Señor deberán purificarse, para que el Señor no les quite la vida».
(23) Moisés le respondió: «El pueblo no se atreverá a subir a la montaña del Sinaí, porque tú se lo prohibiste cuando mandaste poner un límite alrededor de la montaña declarada sagrada».
(24) El Señor le dijo: «Baja enseguida y vuelve después en compañía de Aarón. Pero que los sacerdotes y el pueblo no traspasen los límites para subir adonde está el Señor, no sea que él les quite la vida».
(25) Moisés bajó adonde estaba el pueblo y les dijo todas esas cosas.

Capítulo 20
Los diez mandamientos
(1) Entonces Dios pronunció estas palabras:
(2) Yo soy el Señor, tu Dios, que te hice salir de Egipto, de un lugar en esclavitud.
(3) No tendrás otros dioses delante de mí.
(4) No te harás ninguna escultura y ninguna imagen de lo que hay arriba, en el cielo, o abajo, en la tierra, o debajo de la tierra, en las aguas.
(5) No te postrarás ante ellas, ni les rendirás culto, porque yo soy el Señor, tu Dios, un Dios celoso, que castigo la maldad de los padres en los hijos, hasta la tercera y cuarta generación, si ellos me aborrecen;
(6) y tengo misericordia a lo largo de mil generaciones, si me aman y cumplen mis mandamientos.
(7) No pronunciarás en vano el nombre del Señor, tu Dios, porque él no dejará sin castigo al que lo pronuncie en vano.
(8) Acuérdate del día sábado para santificarlo.
(9) Durante seis días trabajarás y harás todas tus tareas;
(10) pero el séptimo es día de descanso en honor del Señor, tu Dios. En él no harán ningún trabajo, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo, ni tu esclava, ni tus animales, ni el extranjero que reside en tus ciudades.
(11) Porque en seis días el Señor hizo el cielo, la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos, pero el séptimo día descansó. Por eso el Señor bendijo el día sábado y lo declaró santo.
(12) Honra a tu padre y a tu madre, para que tengas una larga vida en la tierra que el Señor, tu Dios, te da.
(13) No matarás.
(14) No cometerás adulterio.
(15) No robarás.
(16) No darás falso testimonio contra tu prójimo.
(17) No codiciarás la casa de tu prójimo; no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey, ni su asno, ni ninguna otra cosa que le pertenezca.
El temor del pueblo y la mediación de Moisés
(18) Al percibir los truenos, los relámpagos y el sonido de la trompeta, y al ver la montaña humeante, todo el pueblo se estremeció de temor y se mantuvo alejado.
(19) Entonces dijeron a Moisés: «Háblanos tú y oiremos, pero que no nos hable Dios, porque moriremos».
(20) Moisés respondió al pueblo: «No teman, porque Dios ha venido a ponerlos a prueba para infundirles su temor. Así ustedes no pecarán».
(21) Y mientras el pueblo se mantenía a distancia, Moisés se acercó a la nube oscura donde estaba Dios.
El Código de la Alianza: la ley relativa al altar
(22) El Señor dijo a Moisés: Di a los israelitas: Ustedes han visto que les hablé desde el cielo.
(23) No se fabriquen dioses de plata o de oro para ponerlos a mi lado.
(24) Me harás un altar de tierra, y sobre él ofrecerás tus holocaustos y tus sacrificios de comunión, tus ovejas y tus bueyes. Vendré y te bendeciré en cualquier lugar donde yo haga que se recuerde mi Nombre.
(25) Si me edificas un altar de piedra, no lo harás con piedras talladas, porque al trabajarlas con el hierro, las profanarás,.
(26) Tampoco subirás por gradas a mi altar, para que no se vea tu desnudez.


Exodo 24 (1-18)

La conclusión de la Alianza
(1) El Señor dijo a Moisés: «Sube a encontrarte con el Señor en compañía de Aarón, Nadab y Abihú, y de setenta de los ancianos de Israel, y permanezcan postrados a distancia.
(2) Tú serás el único que te acercarás al Señor. Que los demás no se acerquen y que el pueblo no suba contigo».
(3) Moisés fue a comunicar al pueblo todas las palabras y prescripciones del Señor, y el pueblo respondió a una sola voz: «Estamos decididos a poner en práctica todas las palabras que ha dicho el Señor».
(4) Moisés consignó por escrito las palabras del Señor, y a la mañana siguiente, bien temprano, levantó un altar al pie de la montaña y erigió doce piedras en representación a las doce tribus de Israel.
(5) Después designó a un grupo de jóvenes israelitas, y ellos ofrecieron holocaustos e inmolaron terneros al Señor, en sacrificio de comunión.
(6) Moisés tomó la mitad de la sangre, la puso en unos recipientes, y derramó la otra mitad sobre el altar.
(7) Luego tomó el documento de la alianza y lo leyó delante del pueblo, el cual exclamó: «Estamos resueltos a poner en práctica y a obedecer todo lo que el Señor ha dicho».
(8) Entonces Moisés tomó la sangre y roció con ella al pueblo, diciendo: «Esta es la sangre de la alianza que ahora el Señor hace con ustedes, según lo establecido en estas cláusulas».
(9) Luego Moisés subió en compañía de Aarón, Nadab, Abihú y de setenta de los ancianos,
(10) y ellos vieron al Dios de Israel. A sus pies había algo así como una plataforma de lapislázuli, resplandeciente como el mismo cielo.
(11) El Señor no extendió su mano contra esos privilegiados de Israel: ellos vieron a Dios, comieron y bebieron.
Moisés en la cumbre de la montaña
(12) El Señor dijo a Moisés: «Sube hasta mí, a la montaña, y quédate aquí. Yo te daré las tablas de piedra, con la ley y los mandamientos, que escribí para instruirlos».
(13) Entonces Moisés se levantó junto con Josué, su ayudante, y subió a la montaña de Dios.
(14) El había dicho a los ancianos de Israel: «Espérennos aquí, hasta nuestro regreso. Con ustedes quedarán Aarón y Jur: el que tenga algún pleito que se dirija a ellos».
(15) Y Luego subió a la montaña. La nube cubrió la montaña,
(16) y la gloria del Señor se estableció sobre la montaña del Sinaí, que estuvo cubierta por la nube durante seis días. Al séptimo día, el Señor llamó a Moisés desde la nube.
(17) El aspecto de la gloria del Señor era a los ojos de los israelitas como un fuego devorador sobre la cumbre de la montaña.
(18) Moisés entró en la nube y subió a la montaña. Allí permaneció cuarenta días y cuarenta noches.
La organización del culto


Exodo 9 (15-24)

(15) Si yo hubiera extendido mi mano y enviado una peste contra ti y contra tu pueblo, ya habrías desaparecido de la tierra.
(16) Pero preferí dejarte con vida, para mostrarte mi poder y para que mi Nombre sea pregonado por toda la tierra.
(17) ¡Y todavía tienes la audacia de oponerte a mi pueblo para impedir su partida!
(18) Pero mañana, a esta misma hora, haré caer sobre Egipto una terrible granizada, como no la hubo desde su fundación hasta el presente.
(19) Por eso, ordena que pongan bajo techo tu ganado y todo lo que tengas al aire libre, porque todo lo que esté al aire libre, porque todo lo que esté al aire libre y no se encuentre bajo techo –sea hombre o animal– morirá víctima del granizo».
(20) Algunos servidores del Faraón, atemorizados por la palabra del Señor, pusieron bajo techo a sus esclavos y su ganado;
(21) pero otros no hicieron caso de esta amenaza y dejaron en el campo a sus esclavos y su ganado.
(22) Entonces el Señor dijo a Moisés: «Extiende tu mano hacia el cielo, y que caiga el granizo sobre la gente, los animales y la vegetación que crece en los campos, en todo el territorio de Egipto».
(23) Moisés extendió su bastón hacia el cielo, y el Señor envió truenos y granizo. Cayeron rayos sobre la tierra, y el Señor hizo llover granizo sobre Egipto.
(24) El granizo y el fuego que formaba remolinos en medio de él, se precipitaron con tal violencia, que nunca hubo en Egipto nada semejante desde que comenzó a ser una nación.


El Rostro del Señor conduce a Moisés por el Desierto: 
Éxodo 33 (7-23)

(7) Moisés tomó la Carpa. la instaló fuera del campamento, a una cierta distancia, y la llamó Carpa del Encuentro. Así, todo el que tenía que consultar al Señor debía dirigirse a la Carpa del Encuentro, que estaba fuera del campamento.
(8) Siempre que Moisés se dirigía hacia la Carpa, todo el pueblo se levantaba, se apostaba a la entrada de su propia carpa y seguía con la mirada a Moisés hasta que él entraba en ella.
(9) Cuando Moisés entraba, la columna de nube bajaba y se detenía a la entrada de la Carpa del Encuentro, mientras el Señor conversaba con Moisés.
(10) Al ver la columna de nube, todo el pueblo se levantaba, y luego cada uno se postraba a la entrada de su propia carpa.
(11) El Señor conversaba con Moisés cara a cara, como lo hace un hombre con su amigo. Después Moisés regresaba al campamento, pero Josué –hijo de Nun, su joven ayudante– no se apartaba del interior de la Carpa.
La oración de Moisés
(12) Moisés dijo al Señor: «Tú me ordenas que guíe a este pueblo, pero no me has indicado a quién enviarás conmigo, a pesar de que me dijiste: «Yo te conozco por tu nombre y te he brindado mi amistad».
(13) Si me has brindado tu amistad, dame a conocer tus caminos, y yo te conoceré: así me habrás brindado realmente tu amistad. Ten presente que esta nación es tu pueblo».
(14) El Señor respondió: «Yo mismo iré contigo y te daré el descanso».
(15) Moisés agregó: «Si no vienes personalmente, no nos hagas subir de aquí
(16) ¿Cómo se podrá conocer que yo y tu pueblo gozamos de tu amistad, si tú no vienes con nosotros? Así yo y tu pueblo nos distinguiremos de todos los otros pueblos que hay sobre la tierra».
(17) El Señor respondió a Moisés: «También haré lo que me acabas de decir, porque te he brindado mi amistad y te conozco por tu nombre».
La gloria del Señor
(18) Moisés dijo: «Por favor, muéstrame tu gloria».
(19) El Señor le respondió: «Yo haré pasar junto a ti toda mi bondad y pronunciaré delante de ti el nombre del Señor, porque yo concedo mi favor a quien quiero concederlo y me compadezco de quien quiero compadecerme.
(20) Pero tú no puedes ver mi rostro, añadió, porque ningún hombre puede verme y seguir viviendo».
(21) Luego el Señor le dijo: «Aquí a mi lado tienes un lugar. Tú estarás de pie sobre la roca,
(22) y cuando pase mi gloria, yo te pondré en la hendidura de la roca y te cubriré con mi mano hasta que haya pasado.
(23) Después retiraré mi mano y tú verás mis espaldas. Pero nadie puede ver mi rostro».


Las etapas del Desierto: 
Números, capítulos 10 al 14 

Capítulo 10
Las trompetas de plata
(1) El Señor dijo a Moisés:
(2) Manda hacer dos trompetas de plata, forjadas a martillo. Ellas te servirán para convocar a la comunidad y para movilizar las divisiones.
(3) Cuando se hagan sonar las dos trompetas, toda la comunidad se reunirá delante de ti, a la entrada de la Carpa del Encuentro.
(4) Pero si tocan una sola, se reunirán contigo los jefes, es decir, los capitanes de los regimientos de Israel.
(5) Cuando ustedes den un toque de trompeta acompañado de una aclamación, se pondrán en movimiento las divisiones acampadas al este;
(6) y al segundo toque de trompeta, realizado de la misma manera, lo harán las divisiones acampadas al sur. Así, el toque de trompetas acompañado de una aclamación, los hará avanzar,
(7) mientras que para reunir a la comunidad se tocarán las trompetas sin proferir ninguna aclamación.
(8) Las trompetas las tocarán los hijos de Aarón, los sacerdotes. Este será para ustedes y para sus descendientes un decreto irrevocable, a lo largo de las generaciones.
(9) Cuando ustedes, en su propia tierra, tengan que combatir contra un enemigo que venga a atacarlos, deberán tocar las trompetas profiriendo aclamaciones, y el Señor, su Dios, se acordará de ustedes, y se verán libre de sus enemigos.
(10) En las grandes ocasiones, en las fiestas días de luna nueva, tocarán las trompetas sobre sus holocaustos y sus sacrificios de comunión; y este será para ustedes un memorial delante de su Dios. Yo soy el Señor, su Dios.
Marcha de los israelitas desde el Sinaí
hasta las estepas de Moab
El orden de la marcha
(11) En el segundo año, el día veinte del segundo mes, la nube se alzó por encima de la Morada del Testimonio,
(12) y los israelitas fueron avanzando por etapas desde el desierto del Sinaí, hasta que la nube se detuvo en el desierto de Parán.
(13) Cuando se inició la marcha, según la orden que dio el Señor por medio de Moisés,
(14) el primero en partir fue el estandarte de la división de Judá, distribuida por regimientos, Al frente de sus tropas iba Najsón, hijo de Aminadab;
(15) al frente de las tropas de la tribu de Isacar iba Natanael, hijo de Suar;
(16) y al frente de las tropas de la tribu de Zabulón iba Eliab, hijo de Jelón.
(17) Una vez que se desarmó la Morada, avanzaron los gersonitas y los meraritas, que eran los encargados de transportarla.
(18) Luego avanzó el estandarte de la división de Rubén, distribuida por regimientos. Al frente de sus tropas iba Elisur, hijo de Sedeur;
(19) al frente de las tropas de la tribu de Simeón iba Selumiel, hijo de Surisadai;
(20) y al frente de las tropas de la tribu de Gad iba Eliasaf, hijo de Deuel.
(21) Los quehatitas, que llevaban los objetos sagrados, avanzaron después, a fin de que la Morada ya estuviera erigida antes de su llegada.
(22) A continuación avanzó el estandarte de la división de Efraím, distribuida por regimientos. Al frente de sus tropas iba Elisamá, hijo de Amihud;
(23) al frente de las tropas de la tribu de Manasés, iba Gamaliel, hijo de Padasur;
24 y al frente de las tropas de la tribu de Benjamín, iba Abidán, hijo de Gedeón.
(25) Finalmente, a la retaguardia de todos los campamentos, avanzó el estandarte de la tribu de Dan, distribuida por regimientos. Al frente de sus tropas iba Ajiézer, hijo de Amisaddai;
(26) al frente de la tribu de Aser, iba Peguiel, hijo de Ocrán;
(27) y al frente de los descendientes de Neftalí, iba Ajirá, hijo de Enán.
(28) Este era el orden en que avanzaban los israelitas, distribuidos por regimientos cuando emprendían la marcha.
La invitación de Moisés a Jobab
(29) Moisés dijo a Jobab, que era hijo de su suegro Reuel, el madianita: «Nosotros vamos a emprender la marcha hacia el lugar que el Señor prometió darnos. Ven con nosotros, y seremos generosos contigo, porque el Señor prometió ser generoso con Israel».
(30) El replicó: «No iré con ustedes, sino que regresaré a mi país natal».
(31) «Por favor, no nos abandones, le insistió Moisés; tú sabes muy bien en qué lugar del desierto podemos acampar, y por eso nos servirás de guía.
(32) Si vienes con nosotros, te haremos participar de los bienes que el Señor nos conceda».
La partida
(33) Ellos partieron de la montaña del Señor y recorrieron un camino de tres días. Durante todos ese tiempo, el Arca de la Alianza del Señor avanzó al frente de ellos, para buscarles un lugar donde hacer un alto.
(34) Desde que dejaron el campamento, la nube del Señor estaba sobre ellos durante el día.
(35) Cuando el Arca se ponía en movimiento, Moisés exclamaba: ¡Levántate, Señor! ¡Que tus enemigos se dispersen y tus adversarios huyan delante de ti!
(36) Y cuando se detenía, exclamaba: ¡Descansa, Señor, entre los diez mil millares de Israel!

Capítulo 11
El castigo del Señor en Taberá
(1) Una vez, el pueblo se quejó amargamente delante del Señor. Cuando el Señor los oyó, se llenó de indignación. El fuego del Señor se encendió contra ellos y devoró el extremo del campamento.
(2) El pueblo pidió auxilio a Moisés. Este intercedió ante el Señor, y se apagó el fuego.
(3) Aquel lugar fue llamado Taberá –que significa Incendio– porque allí se había encendido el fuego del Señor contra los israelitas.
Las quejas del pueblo en el desierto
(4) La turba de los advenedizos que se habían mezclado con el pueblo se dejó llevar de la gula, y los israelitas se sentaron a llorar a gritos, diciendo: «¡Si al menos tuviéramos carne para comer!
(5) ¡Cómo recordamos los pescados que comíamos gratis en Egipto, y los pepinos, los melones, los puerros, las cebollas y los ajos!
(6) ¡Ahora nuestras gargantas están resecas! ¡Estamos privados de todo, y nuestros ojos no ven nada más que el maná!».
(7) El maná se parecía a la semilla de cilantro y su color era semejante al del bedelio.
(8) El pueblo tenía que ir a buscarlo; una vez recogido, lo trituraban con piedras de moler o lo machacaban en un mortero, lo cocían en una olla, y lo preparaban en forma de galletas. Su sabor era como el de un pastel apetitoso.
(9) De noche, cuando el rocío caía sobre el campamento, también caía el maná.
La intercesión de Moisés
(10) Moisés oyó llorar al pueblo, que se había agrupado por familias, cada uno a la entrada de su carpa. El Señor se llenó de una gran indignación, pero Moisés, vivamente contrariado,
(11) le dijo: «¿Por qué tratas tan duramente a tu servidor? ¿Por qué no has tenido compasión de mí, y me has cargado con el peso de todo este pueblo?
(12) ¿Acaso he sido yo el que concibió a todo este pueblo, o el que lo dio a luz, para que me digas: «Llévalo en tu regazo, como la nodriza lleva a un niño de pecho, hasta la tierra que juraste dar a sus padres?»
(13) ¿De dónde voy a sacar carne para dar de comer a todos los que están llorando a mi lado y me dicen: «Danos carne para comer»?
(14) Yo solo no puedo soportar el peso de todo este pueblo: mis fuerzas no dan para tanto.
(15) Si me vas a seguir tratando de ese modo, mátame de una vez. Así me veré libre de mis males».
La respuesta del Señor
(16) El Señor respondió a Moisés: «Reúneme a setenta de los ancianos de Israel –deberás estar seguro de que son realmente ancianos y escribas del pueblo– llévalos a la Carpa del Encuentro, y que permanezcan allí junto contigo.
(17) Yo bajaré hasta allí, te hablaré, y tomaré algo del espíritu que tú posees, para comunicárselo a ellos. Así podrán compartir contigo el peso de este pueblo, y no tendrás que soportarlo tú solo.
(18) También dirás al pueblo: Purifíquense para mañana y comerán carne. Ya que ustedes han llorado delante del Señor, diciendo: «¡Si al menos tuviéramos carne para comer! ¡Qué bien estábamos en Egipto!», el Señor les dará de comer carne.
(19) Y no la comerán un día, ni dos, ni diez, ni veinte,
(20) sino un mes entero, hasta que se les salga por las narices y les provoque repugnancia. Porque han despreciado al Señor que está en medio de ustedes, y han llorado en su presencia, diciendo: «¿Para qué habremos salido de Egipto?».
(21) Moisés dijo entonces: «El pueblo que me rodea está formado por seiscientos mil hombres de a pie, ¿y tú dices que le darás carne para comer un mes entero?
(22) Si se degollaran ovejas y vacas, ¿alcanzarían para todos? Y si se reunieran todos los peces del mar, ¿tendrían bastante?».
(23) Pero el Señor respondió a Moisés: «¿Acaso hay límite para el poder del Señor? En seguida verás si lo que acabo de decirte se cumple o no».
La comunicación del espíritu a los ancianos
(24) Moisés salió a comunicar al pueblo las palabras del Señor. Luego reunió a setenta hombres entre los ancianos del pueblo, y los hizo poner de pie alrededor de la Carpa.
(25) Entonces el Señor descendió en la nube y le habló a Moisés. Después tomó algo del espíritu que estaba sobre él y lo infundió a los setenta ancianos. Y apenas el espíritu se posó sobre ellos, comenzaron a hablar en éxtasis; pero después no volvieron a hacerlo.
(26) Dos hombres –uno llamado Eldad y el otro Medad– se habían quedado en el campamento; y como figuraban entre los inscritos, el espíritu se posó sobre ellos, a pesar de que no habían ido a la Carpa. Y también ellos se pusieron a hablar en éxtasis.
(27) Un muchacho vino corriendo y comunicó la noticia a Moisés, con estas palabras: «Eldad y Medad están profetizando en el campamento».
(28) Josué, hijo de Nun, que desde su juventud era ayudante de Moisés, intervino diciendo: «Moisés, señor mío, no se lo permitas».
(29) Pero Moisés le respondió: «¿Acaso estás celoso a causa de mí? ¡Ojalá todos fueran profetas en el pueblo del Señor, porque él les infunde su espíritu!».
(30) Luego Moisés volvió a entrar en el campamento con todos los ancianos de Israel.
Las codornices
(31) Entonces se levantó un viento enviado por el Señor, que trajo del mar una bandada de codornices y las precipitó sobre el campamento. Las codornices cubrieron toda la extensión de un día de camino, a uno y otro lado del campamento, hasta la altura de un metro sobre la superficie del suelo.
(32) El pueblo se puso a recoger codornices todo el día, toda la noche y todo el día siguiente. El que había recogido menos, tenía diez medidas de unos cuatrocientos cincuenta litros cada una. Y las esparcieron alrededor de todo el campamento.
(33) La carne estaba todavía entre sus dientes, sin masticar, cuando la ira del Señor se encendió contra el pueblo, y el Señor lo castigó con una enorme mortandad.
(34) El lugar fue llamado Quibrot Hataavá –que significa Tumbas de la Gula– porque allí enterraron a la gente que se dejó llevar por la gula.
(35) Desde Quibrot Hataavá el pueblo siguió avanzando hasta Jaserot, y allí se detuvo.

Capítulo 12
Las murmuraciones de Miriam y de Aaron contra Moisés
(1) Miriam y Aarón se pusieron a murmurar contra Moisés a causa de la mujer cusita con la que este se había casado. Moisés, en efecto, se había casado con una mujer de Cus.
(2) «¿Acaso el Señor ha hablado únicamente por medio de Moisés?, decían. ¿No habló también por medio de nosotros?». Y el Señor oyó todo esto.
(3) Ahora bien, Moisés era un hombre muy humilde, más humilde que cualquier otro hombre sobre la tierra.
El elogio del Señor a Moisés
(4) De pronto, el Señor dijo a Moisés, a Aarón y a Miriam: «Vayan los tres a la Carpa del Encuentro». Cuando salieron los tres,
(5) el Señor descendió en la columna de la nube y se detuvo a la entrada de la Carpa. Luego llamó a Aarón y a Miriam. Los dos se adelantaron,
(6) y el Señor les dijo: «Escuchen bien mis palabras: Cuando aparece entre ustedes un profeta, yo me revelo a él en una visión, le hablo en un sueño.
(7) No sucede así con mi servidor Moisés: él es el hombre de confianza en toda mi casa.
(8) Yo hablo con él cara a cara, claramente, no con enigmas, y el contempla la figura del Señor. ¿Por qué entonces ustedes se han atrevido a hablar contra mi servidor Moisés?».
(9) Y lleno de indignación contra ellos, el Señor se alejó.
El castigo de Miriam
(10) Apenas la nube se retiró de encima de la Carpa, Miriam se cubrió de lepra, quedando blanca como la nieve. Cuando Aarón se volvió hacia ella y vio que estaba leprosa,
(11) dijo a Moisés: «Por favor, señor, no hagas pesar sobre nosotros el pecado que hemos cometido por necedad.
(12) No permitas que ella sea como el aborto, que al salir del seno materno ya tiene consumida la mitad de su carne».
(13) Moisés invocó al Señor, diciendo: «¡Te ruego, Dios, que la cures!».
(14) Pero el Señor le respondió: «Si su padre la hubiera escupido en la cara, ¿no tendría que soportar ese oprobio durante siete días? Que esté confinada fuera del campamento durante siete días, y al cabo de ellos vuelva a ser admitida».
(15) Así Miriam quedó confinada fuera del campamento durante siete días, y el pueblo no reanudó la marcha hasta que fue admitida de nuevo.
(16) Después el pueblo salió de Jaserot y acampó en el desierto de Parán.

Capítulo 13
La exploración de Canaán
(1) El Señor dijo a Moisés:
(2) «Envía unos hombres a explorar el país de Canaán, que yo doy a los israelitas; enviarás a un hombre por cada una de sus tribus paternas, todos ellos jefes de tribu».
(3) Entonces Moisés los envió desde el desierto de Parán, según la orden del Señor. Todos estos hombres eran jefes de los israelitas,
(4) y sus nombres eran los siguientes: Por la tribu de Rubén, Samuá, hijo de Zacur;
(5) por la tribu de Simeón, Safat, hijo de Jorí,
(6) por la tribu de Judá, Caleb, hijo de Iefuné;
(7) por la tribu de Isacar, Igal, hijo de José;
(8) por la tribu de Efraím, Oseas, hijo de Nun;
(9) por la tribu de Benjamín, Paltí, hijo de Rafú;
(10) por la tribu de Zabulón, Gadiel, hijo de Sodí;
(11) por la tribu de José, o sea, por la tribu de Manasés, Gadí, hijo de Susí;
(12) por la tribu de Dan, Amiel, hijo de Guemalí;
(13) por la tribu de Aser, Setur, hijo de Miguel;
(14) por la tribu de Neftalí, Najbí, hijo de Vofsí;
(15) por la tribu de Gad, Gueuel, hijo de Maquí.
(16) Estos son los nombres de las personas que envió Moisés a explorar el país. Y a Oseas, hijo de Nun, Moisés lo llamó Josué.
(17) Cuando Moisés los envió a explorar el territorio de Canaán, les dijo: «Suban ahí, por el Négueb, y luego avancen hasta la región montañosa.
(18) Observen cómo es el país, y la gente que lo ocupa es fuerte o débil, escasa o numerosa.
(19) Fíjense también si la tierra donde viven es buena o mala, y si las ciudades en que habitan son abiertas o fortificadas;
(20) si el suelo es fértil o árido, y si está arbolado o no. Tengan valor, y traigan algunos frutos de la región». Esto sucedió en el tiempo de las primeras uvas.
(21) Los hombres fueron a explorar el país, desde el desierto de Sin hasta Rejob, a la Entrada de Jamat.
(22) Subieron por el Negueb y llegaron a Hebrón, donde vivían Ajimán, Sesai y Talmai, descendientes de Anac –Hebrón había sido fundada siete años antes que Tanis de Egipto–.
(23) Cuando llegaron al valle de Escol, cortaron una rama de vi con un racimo de uvas, y tuvieron que llevarla entre dos, sostenida con una vara. También recogieron granadas e higos.
(24) Ese lugar fue llamado valle de Escol –que significa Racimo– a causa del racimo que los israelitas habían cortado allí.
El informe de los exploradores
(25) Al cabo de cuarenta días volvieron de explorar el país.
(26) Entonces fueron a ver a Moisés, a Aarón y a toda la comunidad de los israelitas en Cades, en el desierto de Parán, y les presentaron su informe, al mismo tiempo que les mostraban los frutos del país.
(27) Les contaron lo siguiente: «Fuimos al país donde ustedes nos enviaron; es realmente un país que mana leche y miel, y estos son sus frutos.
(28) Pero, ¡qué poderosa es la gente que ocupa el país! Sus ciudades están fortificadas y son muy grandes. Además, vimos allí a los anaquitas.
(29) Los amalecitas habitan en la región del Négueb; los hititas, los jebuseos y los amorreos ocupan la región montañosa; y los cananeos viven junto al mar y a lo largo del Jordán».
(30) Caleb trató de animar al pueblo que estaba junto a Moisés, diciéndole: «Subamos en seguida y conquistemos el país, porque ciertamente podremos contra él».
(31) Pero los hombres que habían subido con él replicaron: «No podemos atacar a esa gente, porque es más fuerte que nosotros».
(32) Y divulgaron entre los israelitas falsos rumores acerca del país que habían explorado, diciendo: «La tierra que recorrimos y exploramos devora a sus propios habitantes. Toda la gente que vimos allí es muy alta.
(33) Vimos a los gigantes –los anaquitas son raza de gigantes–. Nosotros nos sentíamos como langostas delante de ellos, y esa es la impresión que debimos darles».

Capítulo 14
La rebelión de Israel
(1) Entonces la comunidad en pleno prorrumpió en fuertes gritos, y el pueblo lloró toda aquella noche.
(2) Los israelitas protestaban contra Moisés y Aarón, y toda la comunidad les decía: ¡Ojalá hubiéramos muerto en Egipto! ¡Ojalá muriéramos en este desierto!
(3) ¿Por qué el Señor nos quiere hacer entrar en esa tierra donde caeremos bajo la espada? ¡Nuestras mujeres y nuestros hijos serán llevados como botín! ¡Más nos valdría regresar a Egipto!
(4) Y se decían unos a otros: «¡Elijamos un jefe y volvamos a Egipto!».
(5) Moisés y Aarón cayeron con el rostro en tierra delante de toda la comunidad de los israelitas reunidos en asamblea.
(6) Pero Josué, hijo de Nun, y Caleb, hijo de Iefuné –que estaban entre los que habían explorado el país– rasgaron su ropa
(7) y dijeron a toda la comunidad de los israelitas: «La tierra que hemos recorrido y explorado es extraordinariamente buena.
(8) Si el Señor nos favorece, nos hará entrar en esa tierra que mana leche y miel, y nos la dará.
(9) Pero no se rebelen contra el Señor, ni le tengan miedo a la gente del país, porque los venceremos fácilmente. Su sombra protectora se ha apartado de ellos; con nosotros, en cambio, está el Señor. ¡No les tengan miedo!».
La indignación del Señor
(10) Toda la comunidad amenazaba con matarlos a pedradas, cuando la gloria del Señor se manifestó a todos los israelitas en la Carpa del Encuentro.
(11) Y el Señor dijo a Moisés: «¿Hasta cuándo este pueblo me seguirá despreciando? ¿Hasta cuándo no creerán en mí, a pesar de los signos que realicé en medio de ellos?
(12) Los voy a castigar con una peste y los voy a desheredar. De ti, en cambio, suscitaré una nación mucho más fuerte que ellos».
(13) Pero Moisés respondió al Señor: «Cuando oigan la noticia los egipcios –de cuyo país sacaste a este pueblo gracias a tu poder–
(14) se la pasarán a los habitantes de esa tierra. Ellos han oído que tú, Señor, estás en medio de este pueblo; que te dejas ver claramente cuando tu nube se detiene sobre ellos; y que avanzas delante de ellos, de día en la columna de nube, y de noche en la columna de fuego.
(15) Si haces morir a este pueblo como si fuera un solo hombre, las naciones que conocen tu fama, dirán:
(16) «El Señor era impotente para llevar a ese pueblo hasta la tierra que le había prometido con un juramento, y los mató en el desierto».
(17) Por eso, Señor, manifiesta la grandeza de tu poder, como tú lo has declarado, cuando dijiste:
(18) «El Señor es lento para enojarse y está lleno de misericordia. El tolera la maldad y la rebeldía, pero no las deja impunes, sino que castiga la culpa de los padres en los hijos y en los nietos hasta la cuarta generación».
(19) Perdona, por favor, la culpa de este pueblo según tu gran misericordia y como lo has venido tolerando desde Egipto hasta aquí».
El castigo de la infidelidad
(20) El Señor respondió: «Lo perdono, como tú me lo has pedido.
(21) Sin embargo –tan cierto como que yo vivo, y que la gloria del Señor llena toda la tierra–
(22) ninguno de los hombres que vieron mi gloria y los prodigios que realicé en Egipto y en el desierto, ninguno de los que ya me han puesto a prueba diez veces y no me han obedecido,
(23) verá la tierra que prometí a sus padres con un juramento; no la verá ninguno de los que me han despreciado.
(24) En cuanto a mi servidor Caleb, por estar animado de otro espíritu y haberse mantenido fiel a mí, lo llevaré a la tierra donde ya entró una vez, y sus descendientes la poseerán.
(25) Pero como los amalecitas y los cananeos ocupan el valle, den vuelta mañana y partan para el desierto por el camino del Mar Rojo».
(26) Luego el Señor dijo a Moisés y a Aarón:
(27) «¿Hasta cuándo esta comunidad perversa va a seguir protestando contra mí? Ya escuché las incesantes protestas de los israelitas.
(28) Por eso, diles: «Juro por mi vida, palabra del Señor, que los voy a tratar conforme a las palabras que ustedes han pronunciado.
(29) Por haber protestado contra mí, sus cadáveres quedarán tendidos en el desierto: los cadáveres de todos los registrados en el censo, de todos los que tienen más de veinte años.
(30) Ni uno solo entrará en la tierra donde juré establecerlos, salvo Caleb hijo de Iefuné y Josué hijo de Nun.
(31) A sus hijos, en cambio, a los que ustedes decían que iban a ser llevados como botín, sí los haré entrar; ellos conocerán la tierra que ustedes han despreciado.
(32) Pero los cadáveres de ustedes quedarán tendidos en este desierto.
(33) Mientras tanto, sus hijos andarán vagando por el desierto durante cuarenta años, sufriendo por las prostituciones de ustedes, hasta que el último cadáver quede tendido en el desierto.
(34) Ustedes cargarán con su culpa durante cuarenta años, por los cuarenta días que emplearon en explorar la tierra: a razón de un año por cada día. Entonces conocerán lo que significa rebelarse contra mí.
(35) Así lo he dispuesto yo, el Señor. De esa manera trataré a toda esta comunidad perversa que se ha confabulado contra mí: hasta el último hombre morirá en este desierto».
(36) Los hombres que Moisés envió a explorar el territorio –esos que al volver instigaron a toda la comunidad a protestar contra él, difundiendo falsos rumores
(37) y propagando malas noticias acerca de la tierra– cayeron muertos en las presencia del Señor.
(38) De los que habían ido a explorar el territorio, solamente sobrevivieron Josué, hijo de Nun, y Caleb, hijo de Iefuné.
La presunción y la derrota de los israelitas
(39) Cuando Moisés repitió estas palabras a todos los israelitas, el pueblo quedó muy afligido.
(40) Y a la madrugada del día siguiente subieron a la parte más alta de la montaña, diciendo: «Estamos preparados para ir al lugar que el Señor ha indicado, porque en realidad estábamos en un error».
(41) Pero Moisés replicó: «¿Por qué están transgrediendo la orden del Señor? Eso no va a dar buen resultado.
(42) No suban, y así no serán derrotados por sus enemigos, ya que el Señor no está en medio de ustedes.
(43) Los amalecitas y los cananeos saldrán a hacerles frente, y ustedes caerán bajo la espada, porque se han apartado del Señor y él no estará con ustedes».
(44) Pero ellos se obstinaron en subir a la cima de la montaña, a pesar de que ni el Arca de la Alianza del Señor ni Moisés se movieron del campamento.
(45) Entonces bajaron los amalecitas y los cananeos que habitaban en aquella región montañosa, derrotaron a los israelitas y los fueron exterminando hasta Jormá.


Números, capítulo 16

La rebelión de Coré
(1) Coré –hijo de Ishar, hijo de Quehat, hijo de Leví– junto con Datán y Abirón, hijos de Eliab, y On, hijo de Pelet –estos últimos eran descendientes de Rubén– decidieron
(2) sublevarse contra Moisés, secundados por otros doscientos cincuenta israelitas, todos ellos jefes de la comunidad, representantes de la asamblea y personas de renombre.
(3) Se amotinaron contra Moisés y Aarón, y les dijeron: «¡Ustedes se han excedido en sus atribuciones! Toda la comunidad es sagrada, y el Señor está en medio de ella. ¿Por qué entonces ustedes se ponen por encima de la asamblea del Señor?».
(4) Cuando Moisés oyó esto, cayó con el rostro en tierra.
(5) Luego dijo a Coré y a todos sus secuaces: «Mañana, el Señor pondrá de manifiesto quién es el que le pertenece y quién está consagrado; y permitirá que se le acerque el que ha sido elegido por él.
(6) Por eso, hagan lo siguiente: tú, Coré, y todos tus secuaces, tomen unos incensarios,
(7) pongan fuego en ellos, y mañana échenles incienso en la presencia del Señor. Aquel a quien el Señor elija será el consagrado. ¡Ustedes, hijos de Leví, se han excedido en sus atribuciones!».
(8) Luego Moisés siguió diciendo a Coré: «Escúchenme, hijos de Leví.
(9) ¿No les basta que el Señor los haya separado de toda la comunidad de Israel y los haya acercado a él, para prestar servicios en la Morada del Señor y para estar como ministros al frente de la comunidad?
(10) El Señor te promovió a ti y a todos tus hermanos, los descendientes de Leví, ¿y todavía reclaman el sacerdocio?
(11) En realidad, tú y tus secuaces se han confabulado contra el Señor. Porque ¿quién es Aarón para que ustedes protesten contra él?».
(12) Moisés manó llamar a Datán y a Abirón, hijos de Eliab. Pero ellos replicaron: «¡No iremos
(13) ¿No te basta con habernos sacado de una tierra que mana leche y miel, para hacernos morir en el desierto, que todavía quieres dominarnos?
(14) El lugar al que nos has traído no es una tierra que mana leche y miel, y no nos has dado como herencia campos y viñedos. ¿O pretendes impedir que esta gente vea? No iremos».
(15) Moisés se indignó profundamente y dijo al Señor: «No aceptes su oblación. Yo no les he quitado ni un solo asno ni he perjudicado a ninguno de ellos».
El castigo de los rebeldes
(16) Entonces Moisés dijo a Coré: «Tú y tus secuaces comparecerán mañana delante del Señor, y también comparecerá Aarón.
(17) Cada uno de ustedes tomará su incensario, le pondrá incienso y lo ofrecerá al Señor: serán doscientos cincuenta incensarios en total. También tú y Aarón llevarán cada uno el suyo».
(18) Cada uno tomó su incensario, le puso fuego y le echó incienso. Luego ocuparon sus puestos a la entrada de la Carpa del Encuentro, junto con Moisés y Aarón.
(19) Y una vez que Coré convocó contra ellos a toda la comunidad, a la entrada de la Carpa del Encuentro, la gloria del Señor se apareció a toda la comunidad,
(20) y el Señor dijo a Moisés y a Aarón:
(21) «Sepárense de esta comunidad, porque los voy a exterminar en un instante».
(22) Pero ellos cayeron con el rostro en tierra y exclamaron: «Dios, tú que das el aliento a todos los vivientes, ¿te vas a irritar contra toda la comunidad cuando el que peca es uno solo?».
(23) El Señor dijo a Moisés:
(24) «Habla en estos términos a la comunidad: "Aléjense de los alrededores de la Morada de Coré, Datán y Abirón"».
(25) Moisés se levantó, fue adonde estaban Datán y Abirón, seguido de los ancianos de Israel,
(26) y dijo a la comunidad: «Apártense de las carpas de estos hombres perversos y no toquen nada de lo que les pertenece, porque de lo contrario también ustedes serán exterminados a causa de sus pecados».
(27) Y todos se separaron de las moradas de Coré, Datán, y Abirón. Datán y Abirón, por su parte, salieron y se pusieron de pie a la entrada de sus carpas, junto con sus mujeres, sus hijos y sus pequeños.
(28) Moisés dijo: «En esto conocerán que ha sido el Señor el que me envió a hacer estas cosas, y que no es un capricho mío:
(29) si estos hombres mueren de muerte natural y su suerte es igual a la de todos los hombres, no ha sido el Señor el que me envió.
(30) Pero si el Señor realiza algo inusitado –si la tierra abre sus fauces para tragarlos con todos sus bienes y ellos bajan vivos al Abismo– ustedes sabrán que esta gente ha despreciado al Señor».
(31) Apenas Moisés terminó de pronunciar estas palabras, el suelo se partió debajo de sus pies,
(32) la tierra abrió sus fauces y los tragó junto con sus familias, con toda la gente de Coré y con todos sus bienes.
(33) Ellos bajaron vivos al Abismo, con todo lo que les pertenecía. La tierra los cubrió y desaparecieron de en medio de la asamblea.
(34) Al oír sus gritos, todos los israelitas que estaban cerca de ellos huyeron, diciendo: «¡Que no nos trague la tierra!».
(35) Luego bajó fuego del Señor y consumió a los doscientos cincuenta hombres que habían ofrecido incienso.


Números, capítulo 17 

Los incensarios de los rebeldes
(1) El Señor dijo a Moisés:
(20 «Manda a Eleazar, hijo del sacerdote Aarón, que retire los incensarios de en medio de las brasas y que desparrame el fuego en otra parte, porque esos incensarios han sido santificados.
(3) Retiren los incensarios de aquellos que murieron por haber pecado, y hagan con ellos láminas de metal para recubrir el altar. Porque al ser usados para ofrecer incienso delante del Señor, quedaron santificados. Así servirán de signo para los israelitas».
(4) El sacerdote Eleazar tomó los incensarios de bronce que habían usado para la ofrenda los que murieron carbonizados, y los mandó martillar hasta convertirlos en láminas para recubrir el altar.
(5) Estas debían recordar a los israelitas que ningún extraño –alguien que no fuera descendiente de Aarón– podía atreverse a ofrecer incienso delante del Señor, a fin de no correr la misma suerte que Coré y sus secuaces, según lo había predicho el Señor por medio de Moisés.
Nuevo castigo de Dios contra el pueblo e intercesión de Aarón
(6) Al día siguiente, toda la comunidad de los israelitas protestó contra Moisés y Aarón, diciendo: «Ustedes han provocado una mortandad en el pueblo del Señor».
(7) Como la comunidad se amotinaba contra ellos, Moisés y Aarón se volvieron hacia la Carpa del Encuentro, y vieron que la nube la cubría y que la gloria del Señor se había aparecido.
(8) Entonces fueron a la Carpa del Encuentro, y cuando estuvieron frente a ella,
(9) el Señor dijo a Moisés:
(10) «Apártense de esta comunidad, porque la voy a exterminar en un instante». Ellos cayeron con el rostro en tierra, y Moisés dijo a Aarón:
(11) «Toma el incensario, coloca en el fuego del altar y échale incienso, En seguida ve adonde está la comunidad y practica el rito de expiación en favor de ellos. Porque la ira del Señor se ha desatado y ha comenzado la plata».
(12) Aarón tomó el incensario, como se lo había mandado Moisés, y fue corriendo a ponerse en medio de la asamblea, donde ya había comenzado la plaga».
(13) Luego se quedó de pie entre los muertos y los vivos, y cesó la plaga.
(14) Los muertos a causa de la plaga fueron catorce mil setecientos, sin contar los que ya habían muerto a causa de Coré.
(15) Entonces Aarón volvió a la entrada de la Carpa del Encuentro, donde estaba Moisés, porque la plaga ya había cesado.
La vara de Aarón
(16) Y el Señor dijo a Moisés:
(17) «Manda a los israelitas que todos los jefes de las familias patriarcales te entreguen cada uno una vara: deberán ser doce en total. Tú escribirás el nombre de cada uno en su propia vara;
(18) y en la de Leví escribirás el nombre de Aarón, porque tendrá que haber una sola vara por cada jefe de familia.
(19) Luego las pondrás en la Carpa del Encuentro, delante del Arca del Testimonio, donde yo me encuentro con ustedes.
(20) La vara del hombre que yo elija florecerá, y así acallaré las incesantes protestas que los israelitas levantan contra ustedes».
(21) Moisés transmitió esta orden a los israelitas, y todos los jefes de las familias patriarcales le entregaron una vara cada uno: eran doce en total. Entre ellas estaba la vara de Aarón.
(22) Moisés las depositó delante del Señor, en la Carpa del Testimonio,
(23) y al día siguiente, cuando fue a la Carpa del Testimonio, la vara de Aarón –correspondiente a la familia de Leví– estaba florecida: había dado brotes, flores y almendros.
(24) Entonces Moisés sacó de la presencia del Señor todas las varas, y las presentó a los israelitas: ellos las identificaron y cada uno recuperó la suya.
(25) Luego el Señor dijo a Moisés: «Vuelve a colocar la vara de Aarón delante del Arca del Testimonio, como un signo para los rebeldes. Así alejarás de mí sus protestas, y no serán castigados con la muerte».
(26) Moisés hizo exactamente lo que el Señor le había ordenado.
(27) Pero los israelitas dijeron a Moisés: «¡Vamos a morir! ¡Todos estamos perdidos!
(28) ¡El que se acerque a la Morada del Señor morirá! ¿Tendrá que morir hasta el último de nosotros?».


Números, capítulo 20

La muerte de Miriam
(1) En el primer mes, toda la comunidad de los israelitas llegó al desierto de Sin, y el pueblo se estableció en Cades. Allí murió y fue enterrada Miriam.
El agua brotada de la roca
(2) Como la comunidad no tenía agua, se produjo un amotinamiento contra Moisés y Aarón.
(3) El pueblo promovió una querella contra Moisés diciendo: «¡Ojalá hubiéramos muerto cuando murieron nuestros hermanos delante del Señor!
(4) ¿Por qué trajeron a este desierto a la asamblea del Señor, para que muriéramos aquí, nosotros y nuestro ganado?
(5) ¿Por qué nos hicieron salir de Egipto, para traernos a este lugar miserable, donde no hay sembrados, ni higueras, ni viñas, ni granados, y donde ni siquiera hay agua para beber?
(6) Moisés y Aarón, apartándose de la asamblea, fueron a la entrada de la Carpa del Encuentro y cayeron con el rostro en tierra. Entonces se les apareció la gloria del Señor,
(7) y el Señor dijo a Moisés:
(8) «Toma el bastón y convoca a la comunidad, junto con tu hermano Aarón. Después, a la vista de todos, manden a la roca que dé sus aguas. Así harás para ellos agua de la roca y darás de beber a la comunidad y a su ganado».
(9) Moisés tomó el bastón que estaba delante del Señor, como él se lo había mandado.
(10) Luego Moisés y Aarón reunieron a la asamblea frente a la roca, y Moisés lees dijo: «¡Escuchen, rebeldes! ¿Podemos hacer que brote agua de esta roca para ustedes?».
(11) Y alzando su mano, golpeó la roca dos veces con el bastón. El agua brotó abundantemente, y bebieron la comunidad y el ganado.
(12) Pero el Señor dijo a Moisés y a Aarón: «Por no haber confiado lo bastante en mí para que yo manifestara mi santidad ante los israelitas, les aseguro que no llevarán a este pueblo hasta la tierra que les he dado».
(13) Estas son las aguas de Meribá –que significa «Querella»– donde los israelitas promovieron una querella contra el Señor y con las que él manifestó contra el Señor y con las que él manifestó su santidad.
El conflicto entre Israel y Edóm
(14) Moisés envió desde Cades unos mensajeros al rey de Edom, con esta propuesta: «Así habla tu hermano Israel: «Tú conoces todas las dificultades con que hemos tropezado.
(15) Nuestros antepasados bajaron a Egipto, y allí estuvimos durante mucho tiempo. Los egipcios nos trataron duramente, a nosotros y a nuestros antepasados.
(16) Pero pedimos auxilio al Señor, y él escuchó nuestra voz y nos envió un Angel que nos sacó de Egipto. Ahora estamos en Cades, la población que está al borde de tu territorio.
(17) Déjanos pasar por tu país. No cruzaremos por los campos ni por los viñedos, ni beberemos agua de los pozos. Iremos solamente por el camino principal, sin desviarnos ni a la derecha ni a la izquierda, hasta que hayamos atravesado tu territorio».
(18) Pero Edom les respondió: «Ustedes no pasarán por aquí. Si lo hacen, saldré contra ustedes, espada en mano».
(19) Los israelitas les respondieron: «Iremos por la ruta, y si nosotros o nuestro ganado llegamos a beber agua, te la pagaremos. Sólo queremos pasar a pie: es una cosa insignificante».
(20) Pero ellos respondieron: «No pasarán». Y Edom salió a atacarlos con una tropa numerosa y bien armada.
(21) Y Edom impidió que los israelitas pasaran por su territorio, ellos dieron un rodeo.
La muerte de Aarón
(22) Toda la comunidad partió de Cades y los israelitas llegaron al monte Hor.
(23) En el monte Hor, que está en la frontera de Edom el Señor dijo a Moisés y a Aarón:
(24) «Que Aarón vaya a reunirse con los suyos, porque él no entrará en la tierra que yo di a los israelitas, ya que ustedes se rebelaron contra mis órdenes junto a las aguas de Meribá.
(25) Toma a Aarón y a su hijo Eleazar, y llévalos al monte Hor.
(26) Allí despojarás a Aarón de sus vestiduras y se las pondrás a su hijo Eleazar. Entonces Aarón se reunirá con los suyos, porque allí morirá».
(27) Moisés hizo lo que el Señor le había mandado: él, Aarón y su hijos Eleazar subieron al monte Hor a la vista de toda la comunidad.
(28) Luego Moisés quitó las vestiduras a Aarón y se las puso a su hijo Eleazar. Aarón murió en la cima de la montaña. Cuando Moisés y Eleazar bajaron de la montaña,
(29) toda la comunidad supo que Aarón había muerto. Y todo Israel lloró a Aarón durante treinta días.


Desierto, lugar de la manifestación de Dios: 
Éxodo, capítulo 19.

La llegada al Sinaí
(1) El primer día del tercer mes, después de su salida de Egipto, los israelitas llegaron al desierto del Sinaí.
(2) Habían partido de Refidim, y cuando llegaron al desierto de el Sinaí, establecieron allí su campamento. Israel acampó frente a la montaña.
Ofrecimiento de la Alianza
(3) Moisés subió a encontrarse con Dios. El Señor lo llamó desde la montaña y le dijo: «Habla en estos términos a la casa de Jacob y anuncia este mensaje a los israelitas:
(4) «Ustedes han visto cómo traté a Egipto, y cómo los conduje sobre alas de águila y los traje hasta mí.
(5) Ahora, si escuchan mi voz y observan mi alianza, serán mi propiedad exclusiva entre todos los pueblos, porque toda la tierra me pertenece.
(6) Ustedes serán para mí un reino de sacerdotes y una nación que me está consagrada». Estas son las palabras que transmitirás a los israelitas».
(7) Moisés fue a convocar a los ancianos de Israel y les expuso todas estas palabras, como el Señor se lo había ordenado.
(8) El pueblo respondió unánimemente: «Estamos decididos a poner en práctica todo lo que ha dicho el Señor». Y Moisés comunicó al Señor la respuesta del pueblo.
Los preparativos de la teofanía
(9) El Señor dijo a Moisés: «Yo vendré a encontrarme contigo en medio de una densa nube, para que el pueblo pueda escuchar cuando yo te hable. Así tendrá en ti una confianza a toda prueba». Y Moisés comunicó al Señor las palabras del pueblo.
(10) Luego añadió: «Ve adónde está el pueblo y ordénales que se purifiquen hoy y mañana. Que laven su ropa
(11) y estén preparados para pasado mañana. Porque al tercer día el Señor descenderá sobre la montaña del Sinaí, a la vista de todo el pueblo.
(12) Fija también un límite alrededor del pueblo, haciendo esta advertencia: «Cuídense de subir a la montaña y hasta de tocar sus bordes, porque todo el que toque la montaña será castigado con la muerte.
(13) Pero nadie pondrá su mano sobre el culpable, sino que deberá ser apedreado o muerto a flechazos; sea hombre o animal, no quedará vivo. Y cuando suene la trompeta, ellos subirán a la montaña».
(14) Moisés bajó de la montaña y ordenó al pueblo que se sometiera a las purificaciones rituales. Todos lavaron su ropa,
(15) y luego les dijo: «Estén preparados para pasado mañana. Mientras tanto, absténganse de tener relaciones sexuales».
La teofanía
(16) Al amanecer del tercer día, hubo truenos y relámpagos, una densa nube cubrió la montaña y se oyó un fuerte sonido de trompeta. Todo el pueblo que estaba en el campamento se estremeció de temor.
(17) Moisés hizo salir al pueblo del campamento para ir al encuentro de Dios, y todos se detuvieron al pie de la montaña.
(18) La montaña del Sinaí estaba cubierta de humo, porque el Señor había bajado a ella en el fuego. El humo se elevaba como el de un horno, y toda la montaña temblaba violentamente.
(19) El sonido de la trompeta se hacía cada vez más fuerte. Moisés hablaba, y el Señor le respondía con el fragor del trueno.
(20) El Señor bajó a la montaña del Sinaí, a la cumbre de la montaña, y ordenó a Moisés que subiera a la cumbre. Moisés subió,
(21) y el Señor le dijo: «Baja y ordena al pueblo que no traspase los límites para ver al Señor, porque muchos de ellos perderían la vida.
(22) Incluso los sacerdotes que se acerquen al Señor deberán purificarse, para que el Señor no les quite la vida».
(23) Moisés le respondió: «El pueblo no se atreverá a subir a la montaña del Sinaí, porque tú se lo prohibiste cuando mandaste poner un límite alrededor de la montaña declarada sagrada».
(24) El Señor le dijo: «Baja enseguida y vuelve después en compañía de Aarón. Pero que los sacerdotes y el pueblo no traspasen los límites para subir adonde está el Señor, no sea que él les quite la vida».
(25) Moisés bajó adonde estaba el pueblo y les dijo todas esas cosas.


Elías se encuentra con Dios en el Desierto: 
I Reyes 19, 3-15.

(3) El tuvo miedo, y partió en seguida para salvar su vida. Llegó a Berseba de Judá y dejó allí a su sirviente.
(4) Luego caminó un día entero por el desierto, y al final se sentó bajo una retama. Entonces se deseó la muerte y exclamó: «¡Basta ya, Señor! ¡Quítame la vida, porque yo no valgo más que mis padres!».
(5) Se acostó y se quedó dormido bajo la retama. Pero un ángel lo tocó y le dijo: «¡Levántate, come!».
(6) El miró y vio que había a su cabecera una galleta cocida sobre piedras calientes y un jarro de agua. Comió, bebió y se acostó de nuevo.
(7) Pero el Angel del Señor volvió otra vez, lo tocó y le dijo: «¡Levántate, come, porque todavía te queda mucho por caminar!».
(8) Elías se levantó, comió y bebió, y fortalecido por ese alimento caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta la montaña de Dios, el Horeb.
El encuentro de Elías con Dios
(9) Allí, entró en la gruta y pasó la noche. Entonces le fue dirigida la palabra del Señor.
(10) El Señor le dijo: «¿Qué haces aquí, Elías?». El respondió: «Me consumo de celo por el Señor, el Dios de los ejércitos, porque los israelitas abandonaron tu alianza, derribaron tus altares y mataron a tus profetas con la espada. He quedado yo solo y tratan de quitarme la vida».
(11) El Señor le dijo: «Sal y quédate de pie en la montaña, delante del Señor». Y en ese momento el Señor pasaba. Sopló un viento huracanado que partía las montañas y resquebrajaba las rocas delante del Señor. Pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento, hubo un terremoto. Pero el Señor no estaba en el terremoto.
(12) Después del terremoto, se encendió un fuego. Pero el Señor no estaba en el fuego. Después del fuego, se oyó el rumor de una brisa suave.
(13) Al oírla, Elías se cubrió el rostro con su manto, salió y se quedó de pie a la entrada de la gruta. Entonces le llegó una voz, que decía: «¿Qué haces aquí, Elías?».
(14) El respondió: «Me consumo de celo por el Señor, el Dios de los ejércitos, porque los israelitas abandonaron tu alianza, derribaron tus altares y mataron a tus profetas con la espada. He quedado yo solo y tratan de quitarme la vida».
(15) El Señor le dijo: «Vuelve por el mismo camino, hacia el desierto de Damasco. Cuando llegues, ungirás a Jazael como rey de Aram.


Desierto, lugar de purificación: 
Números 20 (1-13)

La muerte de Miriam
(1) En el primer mes, toda la comunidad de los israelitas llegó al desierto de Sin, y el pueblo se estableció en Cades. Allí murió y fue enterrada Miriam.
El agua brotada de la roca
(2) Como la comunidad no tenía agua, se produjo un amotinamiento contra Moisés y Aarón.
(3) El pueblo promovió una querella contra Moisés diciendo: «¡Ojalá hubiéramos muerto cuando murieron nuestros hermanos delante del Señor!
(4) ¿Por qué trajeron a este desierto a la asamblea del Señor, para que muriéramos aquí, nosotros y nuestro ganado?
(5) ¿Por qué nos hicieron salir de Egipto, para traernos a este lugar miserable, donde no hay sembrados, ni higueras, ni viñas, ni granados, y donde ni siquiera hay agua para beber?
(6) Moisés y Aarón, apartándose de la asamblea, fueron a la entrada de la Carpa del Encuentro y cayeron con el rostro en tierra. Entonces se les apareció la gloria del Señor,
(7) y el Señor dijo a Moisés:
(8) «Toma el bastón y convoca a la comunidad, junto con tu hermano Aarón. Después, a la vista de todos, manden a la roca que dé sus aguas. Así harás para ellos agua de la roca y darás de beber a la comunidad y a su ganado».
(9) Moisés tomó el bastón que estaba delante del Señor, como él se lo había mandado.
(10) Luego Moisés y Aarón reunieron a la asamblea frente a la roca, y Moisés lees dijo: «¡Escuchen, rebeldes! ¿Podemos hacer que brote agua de esta roca para ustedes?».
(11) Y alzando su mano, golpeó la roca dos veces con el bastón. El agua brotó abundantemente, y bebieron la comunidad y el ganado.
(12) Pero el Señor dijo a Moisés y a Aarón: «Por no haber confiado lo bastante en mí para que yo manifestara mi santidad ante los israelitas, les aseguro que no llevarán a este pueblo hasta la tierra que les he dado».
(13) Estas son las aguas de Meribá –que significa «Querella»– donde los israelitas promovieron una querella contra el Señor y con las que él manifestó contra el Señor y con las que él manifestó su santidad.


Nuevo Testamento:

Juan, el mayor de los profetas, en el Desierto: 
Lucas 1 (13-17) 

(13) Pero el Angel le dijo: «No temas, Zacarías; tu súplica ha sido escuchada. Isabel, tu esposa, te dará un hijo al que llamarás Juan.
(14) El será para ti un motivo de gozo y de alegría, y muchos se alegrarán de su nacimiento,
(15) porque será grande a los ojos del Señor. No beberá vino ni bebida alcohólica; estará lleno del Espíritu Santo desde el seno de su madre,
(16) y hará que muchos israelitas vuelvan al Señor, su Dios.
(17) Precederá al Señor con el espíritu y el poder de Elías, para reconciliar a los padres con sus hijos y atraer a los rebeldes a la sabiduría de los justos, preparando así al Señor un Pueblo bien dispuesto».


Lucas 3 (1-6)


(1) El año decimoquinto del reinado del emperador Tiberio, cuando Poncio Pilato gobernaba la Judea, siendo Herodes tetrarca de Galilea, su hermano Felipe tetrarca de Iturea y Traconítide, y Lisanias tetrarca de Abilene,
(2) bajo el pontificado de Anás y Caifás, Dios dirigió su palabra a Juan, hijo de Zacarías, que estaba en el desierto.
(3) Este comenzó entonces a recorrer toda la región del río Jordán, anunciando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados,
(4) como está escrito en el libro del profeta Isaías: "Una voz grita en desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos.
(5) Los valles serán rellenados, las montañas y las colinas serán aplanadas. Serán enderezados los senderos sinuosos y nivelados los caminos desparejos.
(6) Entonces, todos los hombres verán la Salvación de Dios."


Marcos 1 (1-8) 

(1) Comienzo de la Buena Noticia de Jesús, Mesías, Hijo de Dios.
(2) Como está escrito en el libro del profeta Isaías: "Mira, yo envío a mi mensajero delante de ti para prepararte el camino.
(3) Una voz grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos",
(4) así se presentó Juan el Bautista en el desierto, proclamando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados.
(5) Toda la gente de Judea y todos los habitantes de Jerusalén acudían a él, y se hacían bautizar en las aguas del Jordán, confesando sus pecados.
(6) Juan estaba vestido con una piel de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. Y predicaba, diciendo:
(7) «Detrás de mi vendrá el que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de ponerme a sus pies para desatar la correa de sus sandalias.
(8) Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero él los bautizará con el Espíritu Santo».


Mateo 3 (1-13)

(1) En aquel tiempo se presentó Juan el Bautista, proclamando en el desierto de Judea:
(2) «Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca».
(3) A él se refería el profeta Isaías cuando dijo: "Una voz grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos".
(4) Juan tenía una túnica de pelos de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre.
(5) La gente de Jerusalén, de toda la Judea y de toda la región del Jordán iba a su encuentro,
(6) y se hacía bautizar por él en las aguas del Jordán, confesando sus pecados.
(7) Al ver que muchos fariseos y saduceos se acercaban a recibir su bautismo, Juan les dijo: «Raza de víboras, ¿quién les enseñó a escapar de la ira de Dios que se acerca?
(8) Produzcan el fruto de una sincera conversión,
(9) y no se contenten con decir: «Tenemos por padre a Abraham». Porque yo les digo que de estas piedras Dios puede hacer surgir hijos de Abraham.
(10) El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles: el árbol que no produce buen fruto será cortado y arrojado al fuego.
(11) Yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. El los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego.
(12) Tiene en su mano la horquilla y limpiará su era: recogerá su trigo en el granero y quemará la paja en un fuego inextinguible».
(13) Entonces Jesús fue desde Galilea hasta el Jordán y se presentó a Juan para ser bautizado por él.


Jesús, el hombre del Desierto:
Treinta años de silencio y anonimato:
Lucas 3 (23) 

(23) Cuando comenzó su ministerio, Jesús tenía unos treinta años y se lo consideraba hijo de José. José era hijo de Elí.


Preparación inmediata de su Misión: 
conducido al Desierto:
Lucas 4 (1-13)

(1) Jesús, lleno del Espíritu Santo, regresó de las orillas del Jordán y fue conducido por el Espíritu al desierto,
(2) donde fue tentado por el demonio durante cuarenta días. No comió nada durante esos días, y al cabo de ellos tuvo hambre.
(3) El demonio le dijo entonces: «Si tú eres Hijo de Dios, manda a esta piedra que se convierta en pan».
(4) Pero Jesús le respondió: «Dice la Escritura: "El hombre no vive solamente de pan"».
(5) Luego el demonio lo llevó a un lugar más alto, le mostró en un instante todos los reinos de la tierra
(6) y le dijo: «Te daré todo este poder y esplendor de estos reinos, porque me han sido entregados, y yo los doy a quien quiero.
(7) Si tú te postras delante de mí, todo eso te pertenecerá».
(8) Pero Jesús le respondió: «Está escrito: "Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto"».
(9) Después el demonio lo condujo a Jerusalén, lo puso en la parte más alta del Templo y le dijo: «Si tú eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo,
(10) porque está escrito: "El dará órdenes a sus ángeles para que ellos te cuiden".
(11) Y también: "Ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra"».
(12) Pero Jesús le respondió: «Está escrito: "No tentarás al Señor, tu Dios"».
(13) Una vez agotadas todas las formas de tentación, el demonio se alejó de él, hasta el momento oportuno.


Mateo 4 (1-11) 

(1) Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el demonio.
(2) Después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, sintió hambre.
(3) Y el tentador, acercándose, le dijo: «Si tú eres Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en panes».
(4) Jesús le respondió: «Está escrito: "El hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios"».
(5) Luego el demonio llevó a Jesús a la Ciudad santa y lo puso en la parte más alta del Templo,
(6) diciéndole: «Si tú eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: "Dios dará órdenes a sus ángeles, y ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra"».
(7) Jesús le respondió: «También está escrito: "No tentarás al Señor, tu Dios"».
(8) El demonio lo llevó luego a una montaña muy alta; desde allí le hizo ver todos los reinos del mundo con todo su esplendor,
(9) y le dijo: «Te daré todo esto, si te postras para adorarme».
(10) Jesús le respondió: «Retírate, Satanás, porque está escrito: "Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto"».
(11) Entonces el demonio lo dejó, y unos ángeles se acercaron para servirlo.


Marcos 1 (12)

(12) En seguida el Espíritu lo llevó al desierto.


Jesús se retira a la soledad total para estar con el Padre:
Lucas 6 (12) 

(12) En esos días, Jesús se retiró a una montaña para orar, y pasó toda la noche en oración con Dios.


Mateo 14 (13) 

(13) Al enterarse de eso, Jesús se alejó en una barca a un lugar desierto para esta a solas. Apenas lo supo la gente, dejó las ciudades y lo siguió a pie.


Marcos 6 (46)

(46) Una vez que los despidió, se retiró a la montaña para orar.


Mateo 14 (23) 

(23) Después, subió a la montaña para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí, solo.


Juan 6 (15)

(15) Jesús, sabiendo que querían apoderarse de él para hacerlo rey, se retiró otra vez solo a la montaña.


Marcos 7 (24) 

(24) Después Jesús partió de allí y fue a la región de Tiro. Entró en una casa y no quiso que nadie lo supiera, pero no pudo permanecer oculto.


Lucas 9 (10) 

(10) Al regresar, los Apóstoles contaron a Jesús todo lo que habían hecho. El los llevó consigo, y se retiró a solas con ellos hacia una ciudad llamada Betsaida.


Marcos 1 (35)

(35) Por la mañana, antes que amaneciera, Jesús se levantó, salió y fue a un lugar desierto; allí estuvo orando.


Mateo 6 (6)

(6) Tú, en cambio, cuando ores, retírate a tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.


Marcos 14 (32) 

(32) Llegaron a una propiedad llamada Getsemaní, y Jesús dijo a sus discípulos: «Quédense aquí, mientras yo voy a orar».


Mateo 17 (1)

(1) Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado.


Lucas 9 (28) 

(28) Unos ocho días después de decir esto, Jesús tomó a Pedro, Juan y Santiago, y subió a la montaña para orar.


Mateo 26 (26) 

(26) Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: «Tomen y coman, esto es mi Cuerpo».


Lucas 22 (39) 

(39) En seguida Jesús salió y fue como de costumbre al monte de los Olivos, seguido de sus discípulos.


Marcos 9 (2) 

(2) Seis días después, Jesús tomó a Pedro, Santiago y Juan, y los llevo a ellos solos a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos.


Lucas 3 (21)

(21) Todo el pueblo se hacía bautizar, y también fue bautizado Jesús. Y mientras estaba orando, se abrió el cielo.


Lucas 4 (1-13) 

(1) Jesús, lleno del Espíritu Santo, regresó de las orillas del Jordán y fue conducido por el Espíritu al desierto,
(2) donde fue tentado por el demonio durante cuarenta días. No comió nada durante esos días, y al cabo de ellos tuvo hambre.
(3) El demonio le dijo entonces: «Si tú eres Hijo de Dios, manda a esta piedra que se convierta en pan».
(4) Pero Jesús le respondió: «Dice la Escritura: "El hombre no vive solamente de pan"».
(5) Luego el demonio lo llevó a un lugar más alto, le mostró en un instante todos los reinos de la tierra
(6) y le dijo: «Te daré todo este poder y esplendor de estos reinos, porque me han sido entregados, y yo los doy a quien quiero.
(7) Si tú te postras delante de mí, todo eso te pertenecerá».
(8) Pero Jesús le respondió: «Está escrito: "Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto"».
(9) Después el demonio lo condujo a Jerusalén, lo puso en la parte más alta del Templo y le dijo: «Si tú eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo,
(10) porque está escrito: "El dará órdenes a sus ángeles para que ellos te cuiden".
(11) Y también: "Ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra"».
(12) Pero Jesús le respondió: «Está escrito: "No tentarás al Señor, tu Dios"».
(13) Una vez agotadas todas las formas de tentación, el demonio se alejó de él, hasta el momento oportuno.


Lucas 9 (18)

(18) Un día en que Jesús oraba a solas y sus discípulos estaban con él, les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?».


Lucas 21 (37) 

(37) Durante el día enseñaba en el Templo, y por la noche se retiraba al monte llamado de los Olivos.


Lucas 4 (42) 

(42) Cuando amaneció, Jesús salió y se fue a un lugar desierto. La multitud comenzó a buscarlo y, cuando lo encontraron, querían retenerlo para que no se alejara de el


Lucas 5 (1) 

(1) En una oportunidad, la multitud se amontonaba alrededor de Jesús para escuchar la Palabra de Dios, y él estaba de pie a la orilla del lago de Genesaret.


Lucas 11 (1)

(1) Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos».


Pablo pasa tres años de Desierto: 
Gálatas 1 (15-18)

(15) Pero cuando Dios, que me eligió desde el seno de mi madre y me llamó por medio de su gracia, se complació
(16) en revelarme a su Hijo, para que yo lo anunciara entre los paganos, de inmediato, sin consultar a ningún hombre
(17) y sin subir a Jerusalén para ver a los que eran Apóstoles antes que yo, me fui a Arabia y después regresé a Damasco.
(18) Tres años más tarde, fui desde allí a Jerusalén para visitar a Pedro, y estuve con él quince días.


Juan permanece solitario en el exilio del Asia Menor: 
Apocalipsis 1 (9)

(9) Yo, Juan, hermano de ustedes, con quienes comparto las tribulaciones, el Reino y la espera perseverante en Jesús, estaba exiliado en la isla de Patmos, a causa de la Palabra de Dios y del testimonio de Jesús.







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