Es un sentimiento muy fuerte y tu presencia es una experiencia de fe, es una búsqueda.
Si me das consuelo en medio de mi dolor, entonces aquél buen sentimiento tendrá que vencer esta sensación de dolor.
Eso sería una especie de calmante espiritual para el dolor, como una aspirina, duraría un poco de tiempo pero al final la batalla por el dominio de mi ser empezaría nuevamente.
Hoy mi compañero es el dolor,
un agudo, fatigante y constante dolor.
Tu presencia aleja el sufrimiento de mi atención.
Y sin embargo, ¿Será posible?
¿Es el dolor o mi deseo de hacerme la víctima,
lo que me distrae de Ti?
¿Existe alguna luz que quieras darme, mi Señor?
¿Existe algo que no esté entendiendo?
¿No habré olvidado el bosque por ver los árboles?
Sí. En vez de verte a ti conmigo, juntos los dos, nos vemos separados, Tú, arriba en algún lugar, y yo, pobre de mí, buscando ayuda y alivio.
Lo que no he entendido es que ya me has dado el alivio a través de diversas medicinas y que el dolor que queda eres Tú, solo Tú.
Tú no estás solo en el dolor, Tú sufres conmigo.
Tú no permites el dolor en mi vida
y te alejas para mirar desde lejos.
No. Tú sufres cada desgarrón conmigo porque tú nos dijiste que cuando estuviéramos enfermos y alguno nos visitase, nos consolase, aliviase nuestra incomodidad, te lo harían a ti mismo. No necesito buscarte fuera de mi sufrimiento, no necesito explicar cada dolor.
Tú lo sientes conmigo, estamos unidos, mi dolor es tuyo y tu dolor es el mío.
Soy curado en el mismo instante
en que siento el desgarrón,
soy transformado cada vez
que acepto una nueva oportunidad,
soy más poderoso cuando soy
más consciente de mi debilidad.
Mis ojos, lentamente, se tornan hacia ti y recogemos nuestras lágrimas y las depositamos en el cáliz de la voluntad del Padre.
El amor en tu corazón toca el mío y surge entonces una nueva fuerza en mí que hace que nos entreguemos juntos para la salvación de las almas.
Tu presencia es tan cercana que no la veo, tu dolor está tan unido al mío que no puedo distinguirlo de mis sentimientos. Estás tan cerca, que a veces te pierdo de vista. Sin darme cuenta, te busco y no te encuentro.
¿Cómo puedo buscar a alguien que no está perdido, buscar a alguien que ya está presente, clamar a alguien que conoces todos mis pensamientos?
Sí, mi dolor en verdad es solo la mitad de lo que es, es solo una pequeña porción. Tú lo cargas conmigo y de pronto, parece tan pequeño.
Si me das consuelo en medio de mi dolor, entonces aquél buen sentimiento tendrá que vencer esta sensación de dolor.
Eso sería una especie de calmante espiritual para el dolor, como una aspirina, duraría un poco de tiempo pero al final la batalla por el dominio de mi ser empezaría nuevamente.
Hoy mi compañero es el dolor,
un agudo, fatigante y constante dolor.
Tu presencia aleja el sufrimiento de mi atención.
Y sin embargo, ¿Será posible?
¿Es el dolor o mi deseo de hacerme la víctima,
lo que me distrae de Ti?
¿Existe alguna luz que quieras darme, mi Señor?
¿Existe algo que no esté entendiendo?
¿No habré olvidado el bosque por ver los árboles?
Sí. En vez de verte a ti conmigo, juntos los dos, nos vemos separados, Tú, arriba en algún lugar, y yo, pobre de mí, buscando ayuda y alivio.
Lo que no he entendido es que ya me has dado el alivio a través de diversas medicinas y que el dolor que queda eres Tú, solo Tú.
Tú no estás solo en el dolor, Tú sufres conmigo.
Tú no permites el dolor en mi vida
y te alejas para mirar desde lejos.
No. Tú sufres cada desgarrón conmigo porque tú nos dijiste que cuando estuviéramos enfermos y alguno nos visitase, nos consolase, aliviase nuestra incomodidad, te lo harían a ti mismo. No necesito buscarte fuera de mi sufrimiento, no necesito explicar cada dolor.
Tú lo sientes conmigo, estamos unidos, mi dolor es tuyo y tu dolor es el mío.
Soy curado en el mismo instante
en que siento el desgarrón,
soy transformado cada vez
que acepto una nueva oportunidad,
soy más poderoso cuando soy
más consciente de mi debilidad.
Mis ojos, lentamente, se tornan hacia ti y recogemos nuestras lágrimas y las depositamos en el cáliz de la voluntad del Padre.
El amor en tu corazón toca el mío y surge entonces una nueva fuerza en mí que hace que nos entreguemos juntos para la salvación de las almas.
Tu presencia es tan cercana que no la veo, tu dolor está tan unido al mío que no puedo distinguirlo de mis sentimientos. Estás tan cerca, que a veces te pierdo de vista. Sin darme cuenta, te busco y no te encuentro.
¿Cómo puedo buscar a alguien que no está perdido, buscar a alguien que ya está presente, clamar a alguien que conoces todos mis pensamientos?
Sí, mi dolor en verdad es solo la mitad de lo que es, es solo una pequeña porción. Tú lo cargas conmigo y de pronto, parece tan pequeño.