La música está
compuesta por dos elementos básicos que son los sonidos por un lado y por el
otro los silencios. El sonido es aquello que suena, la sensación percibida por
nuestros oídos, permeables a esas variaciones de presión generadas por el
movimiento vibratorio de los cuerpos sonoros y que son transmitidas básicamente
por el aire. Y el silencio es la ausencia perceptible de sonido.
Además de estas
consideraciones intrínsecas y extrínsecas, la música, entonces, sirvió, sirve y
servirá a los seres humanos para que creemos climas, situaciones, para que
acompañe algunos de nuestros peores o mejores momentos, para tapar silencios
incómodos, un sentimiento de soledad, para divertirnos, para enamorarnos, es
decir, lisa y llanamente, la música puede acompañar a quien así lo desea cada
momento de su vida.
Desde que el hombre
puso un pie en la creación y empezó a interactuar con su entorno la música lo
acompañó, fue su fiel e incansable compañera, que desde la naturaleza y
naturalmente le proveería de diversas músicas naturales. Hay muchas teorías que
justamente abonan esta consideración que el origen de la música se debe
encontrar exclusivamente en la naturaleza ya que habría surgido de la necesidad
del hombre de imitar algunos sonidos de la naturaleza que maravillaban sus
oídos.
También es importante
que destaquemos que la música está rodeada de una mística muy especial ya que
asombra y maravilla y no puede explicarse con mucha racionalidad aún esa
emoción directa y unánime que produce cuando llega al oído humano.
Esta impronta única
de la música la podemos comprobar simplemente cuando escuchamos una canción que
de pronto y sin haberla oído antes nos hace llorar de emoción y sin ninguna
razón.
A esta circunstancia nos referimos cuando hablamos del poder mágico que
la música ostenta desde siempre en las personas.