Mi abuelo estaba sentado débilmente en la banca del patio y no se movía. Estaba sentado cabizbajo mirando sus manos, cuando me senté a su lado no se dio por enterado y entre más tiempo pasaba, me pregunté si estaba bien. Finalmente, no queriendo realmente estorbarle sino verificar que estuviese bien, le pregunté cómo se sentía: Levantó su cabeza, me miró y sonrió. “Estoy bien, gracias por preguntar”, dijo con una fuerte y clara voz. No quise molestarte, abuelo, pero estabas sentado aquí simplemente mirando tus manos y quise estar seguro de que estuvieses bien, le expliqué.
El abuelo me preguntó: ¿Te has mirado alguna vez tus manos?
Quiero decir, ¿realmente te has mirado tus manos?
Lentamente solté mis manos de las de mi abuelo las abrí y me quedé contemplándolas, las volteé, palmas hacia arriba y luego hacia abajo. No, creo que realmente nunca las había observado mientras intentaba averiguar qué quería decirme.
El abuelo sonrio y me conto esta historia: detente y piensa por un momento acerca de tus manos como te han servido a través de los años, estas manos aunque arrugadas, secas y débiles han sido las herramientas que he usado toda mi vida para alcanzar, agarrar y abrazar la vida:
- Ellas pusieron comida en mi boca y ropa en mi cuerpo.
- Cuando niño, mi madre me enseñó a plegarlas en oración.
- Ellas ataron los cordones de mis zapatos y me ayudaron a ponerme mis botas.
- Han estado sucias, raspadas y ásperas, hinchadas y dobladas.
- Mis manos se mostraron torpes cuando intenté sostener a mi recién nacido hijo.
- Decoradas con mi anillo de bodas, le mostraron al mundo que estaba casado y que amaba a alguien muy especial.
- Ellas temblaron cuando enterré a mis padres y esposa y cuando caminé por el pasillo con mi hija en su boda.
- Han cubierto mi rostro, peinado mi cabello, lavado y limpiado el resto de mi cuerpo.
- Han estado pegajosas y húmedas, dobladas y quebradas, secas y cortadas.
- Y hasta el día de hoy, cuando casi nada más en mí sigue trabajando bien, estas manos me ayudan a levantarme y a sentarme, y se siguen plegandas para orar.
- Estas manos son la marca de dónde he estado y la rudeza de mi vida. Pero más importante aún, es que son ellas las que Dios tomará en las suyas cuando me lleve a su presencia.
Desde entonces, nunca he podido ver mis manos de la misma manera. Pero recuerdo cuando Dios estiró las suyas y tomó las de mi abuelo y se lo llevó a su presencia.
Cada vez que voy a usar mis manos pienso en mi abuelo; de veras que nuestras manos son una bendición.
Hoy me pregunto: ¿Qué estoy haciendo con mis manos?¿Las estaré usando para abrazar y expresar cariño o las estaré esgrimiendo para expresar ira y rechazo hacia los demás?.
Demos gracias a Dios por nuestras manos, solo aquellos que no las tienen saben el valor que ellas representan en nuestras vidas.
El abuelo me preguntó: ¿Te has mirado alguna vez tus manos?
Quiero decir, ¿realmente te has mirado tus manos?
Lentamente solté mis manos de las de mi abuelo las abrí y me quedé contemplándolas, las volteé, palmas hacia arriba y luego hacia abajo. No, creo que realmente nunca las había observado mientras intentaba averiguar qué quería decirme.
El abuelo sonrio y me conto esta historia: detente y piensa por un momento acerca de tus manos como te han servido a través de los años, estas manos aunque arrugadas, secas y débiles han sido las herramientas que he usado toda mi vida para alcanzar, agarrar y abrazar la vida:
- Ellas pusieron comida en mi boca y ropa en mi cuerpo.
- Cuando niño, mi madre me enseñó a plegarlas en oración.
- Ellas ataron los cordones de mis zapatos y me ayudaron a ponerme mis botas.
- Han estado sucias, raspadas y ásperas, hinchadas y dobladas.
- Mis manos se mostraron torpes cuando intenté sostener a mi recién nacido hijo.
- Decoradas con mi anillo de bodas, le mostraron al mundo que estaba casado y que amaba a alguien muy especial.
- Ellas temblaron cuando enterré a mis padres y esposa y cuando caminé por el pasillo con mi hija en su boda.
- Han cubierto mi rostro, peinado mi cabello, lavado y limpiado el resto de mi cuerpo.
- Han estado pegajosas y húmedas, dobladas y quebradas, secas y cortadas.
- Y hasta el día de hoy, cuando casi nada más en mí sigue trabajando bien, estas manos me ayudan a levantarme y a sentarme, y se siguen plegandas para orar.
- Estas manos son la marca de dónde he estado y la rudeza de mi vida. Pero más importante aún, es que son ellas las que Dios tomará en las suyas cuando me lleve a su presencia.
Desde entonces, nunca he podido ver mis manos de la misma manera. Pero recuerdo cuando Dios estiró las suyas y tomó las de mi abuelo y se lo llevó a su presencia.
Cada vez que voy a usar mis manos pienso en mi abuelo; de veras que nuestras manos son una bendición.
Hoy me pregunto: ¿Qué estoy haciendo con mis manos?¿Las estaré usando para abrazar y expresar cariño o las estaré esgrimiendo para expresar ira y rechazo hacia los demás?.
Demos gracias a Dios por nuestras manos, solo aquellos que no las tienen saben el valor que ellas representan en nuestras vidas.