Había una vez un
joven que padecía de cáncer terminal y la mayor parte de su vida la pasó en su casa,
bajo los cuidados de su madre. Nunca salía a ningún
lado pero un día le dijo a su mamá que estaba cansado de estar en
casa y que deseaba salir por lo menos una vez para respirar un poco de aire
fresco.
Así que su madre le dio permiso y salió a caminar a varias cuadras de
su casa. Al llegar a un centro comercial pasó por una tienda de música y miró a
través de la puerta durante un segundo, mientras caminaba, pero de repente se detuvo
y regresó. Mirando hacia adentro
de la tienda, fijó su vista en una joven más o menos de su misma edad y sintió
un inmenso amor a primera vista. Abrió la puerta y
entró, manteniendo su mirada fija en ella y en más nada o nadie. Se fue
acercando más y más hasta llegar al mostrador donde ella se encontraba sentada.
Ella lo miró y le
pregunto: "¿Puedo ayudarte en algo?" Ella le sonrió y él pensó que
era la sonrisa más hermosa y sincera que jamás había visto. La atracción era
inmensamente fuerte.
Él dijo:
"Ummm, si. quisiera comprar un CD", escogió uno y le dio el dinero.
"¿Quieres que lo
envuelva para regalo?" Le preguntó ella, sonriéndole de nuevo con esa
misma bellísima sonrisa, a lo que el asintió y así ella desapareció hacia la parte
posterior de la tienda y regresó unos minutos después con el CD envuelto y se
lo entregó.
Él lo tomó y salió de
la tienda y desde aquel día, regresó todos los días al negocio a comprar un CD
y ella lo envolvía en papel de regalo. El regresaba a su casa y metía los
paquetes en su escaparate y aunque se moría de las ganas de invitarla a salir,
no podía hacerlo debido a la pena que sentía.
Un día le contó a su
madre lo que sucedía y ella le aconsejó que
simplemente la
invitara a salir. Así que al día siguiente, con todo su coraje, se dirigió a la
tienda y como siempre hacía, compró un CD y ella, como siempre, desaparecía por
la parte posterior de la tienda y aparecía con el CD envuelto, así que en un
momento en que ella no lo miraba, él se atrevió a dejarle un papelito con su número de
teléfono y salió corriendo de allí.
Un día sonó el teléfono
y la madre levantó el auricular, contestando: "Aló" ¡Era la joven!...
Ella preguntó por su hijo y la madre comenzó a llorar y le dijo:
"¿Acaso no sabes
lo que sucedió?".
"Él pasó a la
otra vida, murió durante la noche y ya cremamos su cuerpo".
La línea telefónica estaba en
total silencio a excepción del llanto de la madre.
Así, un poco más
tarde, la madre entró al cuarto de su hijo ya que necesitaba estar en contacto
con algo físico de él para recordarle y abrió el escaparate. Allí se
sorprendió al encontrarse cara a cara con pilas y pilas y pilas de paquetes
envueltos con cd's, levantó uno y se sentó en su cama a abrirlo y al hacerlo,
cayó un papelito.
Al recogerlo, la
madre leyó:
"¡Hola!... ¡Eres bellísimo!... ¿Quieres salir conmigo?.
Mónica"
La madre abrió otro
CD... y de nuevo encontró otro papelito:
"¿Qué tal?...
¡Me gustas muchísimo!... ¡Quiero salir contigo! Mónica"
Al leer esta
historia, debemos reflexionar sobre cómo reducir la velocidad endemoniada que
este mundo de hoy día nos condiciona a vivir los detalles de la vida misma y ha
tomar otra perspectiva, una mucho más interesante y hermosa, frente a la idea
de acumular para el mañana, dejar que las cosas pasen, simplemente porque sí.
¡Nunca es tarde! si
pensamos en alguien o queremos a alguien o si simplemente apreciamos a alguien,
deberíamos decírselo y tomar acción sobre la base de si pudiésemos darnos
cuenta de lo efímera que es nuestra vida quizás pensaríamos dos veces antes de
desperdiciar las oportunidades que tenemos de ser y hacer felices a los demás.
Nos entristecemos por
cosas pequeñas, perdemos minutos y horas preciosas... Perdemos días, a veces
años.
No podemos adivinar
cuánto tiempo estaremos aquí y descuidamos de nosotros y de los demás.
Callamos cuando
deberíamos hablar. Hablamos demasiado cuando deberíamos estar en silencio.
No damos el abrazo
que nuestra alma tanto pide porque algo nos impide esa aproximación.
No damos un beso
cariñoso porque no estamos acostumbrados a ellos. No decimos cuánto amamos,
porque creemos que el otro sabe automáticamente lo que sentimos.
Y pasa la noche y
llega el día.
El sol nace y se
adormece.
Y continuamos
encerrados en nosotros mismos.
Reclamamos que no
tenemos tiempo suficiente.
Pedimos a los demás,
a la vida.
Nos consumimos.
Y el tiempo pasa.
Pasa la vida sintiendo que no vivimos.
Sobrevivimos, pues no
sabemos hacer otra cosa, hasta que, inesperadamente, nos levantamos, miramos
hacia atrás, y nos preguntamos : ¿ y ahora ? Hoy ?.
Aún es tiempo de
reconstruir, de dar ese abrazo que tanto quisimos, de pronunciar una palabra
cariñosa. Nunca se es demasiado
viejo o demasiado joven para amar desde el fondo del corazón...
Sin mirar hacia
atrás, lo que pasó, ya pasó y lo que se perdió, ya se
perdió.
Pero podemos mirar hacia
adelante. Aún es tiempo de apreciar las flores enteras que están en torno
nuestro.
Aún es tiempo de
vivir la alegría y el amor nacido de ese sentimiento, antes
de que la vida pase. No temamos
expresarnos. Porque cuando llegue el momento en que nos sintamos lo
suficientemente fuertes para hacerlo y pensemos que es el momento apropiado,
puede que sea muy tarde.