Tú qué esperas y que, en tu espera, a veces te sientes como una tenue neblina, anclada en el fondo oscuro del tiempo, no desfallezcas. Pues desde el fondo mismo del Tiempo, como un puño enorme, avanza, inexorable, a tu encuentro, la Esperanza. (Anónimo).
Dame la mano, hermano. Necesito de ti, necesitas de mí. Si estás solo, y caes, temo que nadie te levante. Si estoy solo, y me sorprende la noche, temo ser devorado por el miedo. Dame la mano y sube conmigo. Si estás conmigo, si estoy contigo, somos como esa muralla, como aquel roble.
Ayer, cuando amaneciste, una tenue sombra velaba tus ojos. Se te veía triste. Ya sé cuál fue la preocupación que turbó tu sueño. Te dije: hermano, la noche, con su manto de misericordia, cubrirá piadosamente tu tristeza, y mañana será mejor. Hoy, estoy observando que ya se desvaneció la sombra de sobre tus ojos. Me siento feliz por eso.
CONCLUSIÓN
- ¿Qué podemos hacer por fulano? Tú me decías que, antes, él no era así. Siempre nos topamos con la muralla ciega del misterio humano. Aquel hombre que conocimos, erecto como un álamo e inmune a la acción de los vientos, desde que dejó la coordinación provincial, no consigue encontrarse a sí mismo ni acierta a dar con su centro.
Hace un mes me acerqué a él e intenté entrar en el recinto de su intimidad, pero lo hice con tanta timidez y tan poca naturalidad que los dos quedamos con un secreto disgusto.
Hace unos días hice un nuevo intento. Le costó abrirse; al principio no se sentía cómodo. Yo tampoco. Luego entramos en la región de la cordialidad. Al final, me declaró, emocionado y agradecido: la llave de oro está en nuestras manos; si supiéramos preocuparnos unos por otros, habría una aurora para cada crisis. Eso me dijo.
- Estás preocupado por el caso del coordinador de la comunidad. Siempre me dices que tienes la impresión de que el traje le cae demasiado ancho. De mi parte, tengo la impresión de que nuestro hermano navega sobre las encontradas aguas de su timidez innata, un gran respeto a
la autonomía ajena y una carencia completa de coraje.
Pero aquí hay otra cosa. Tú te preguntabas el otro día: ¿qué misterio es éste? Al mejor amigo, entre nuestros compañeros, lo visten de autoridad, y yo no sé qué pasa: queda tan distante, se evapora la confianza, nos miramos como extraños y uno hasta se coloca a la defensiva como
quien espera la acción de un eventual enemigo.
¿Quién entiende esto? ¿Quién se aleja? A veces pienso que se trata de nuestra innata prevención a toda autoridad, prevención que, por otra parte, no deja de ser un arma
defensiva. Alguien, para explicar el caso, comentaba el otro día que lo divino parece exigir distancia y diferencia, y que la autoridad genera inconscientemente
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Un endiosamiento embrionario. Yo no creo en eso. Al contrario; creo que, en este mundo, todo el que ejerce un cargo de responsabilidad, es un ser solitario. Distancia y aislamiento no son cosas agradables para nadie, y nadie opta por esa vía. Si hay algún culpable en todo este fenómeno, somos nosotros. Todas las mañanas, al rayar el alba, deberíamos aproximarnos al coordinador para decirle : sube conmigo.
- Me dices que, a veces, no me comprendes y que, inclusive, alguna vez te parezco enigmático.
¿Qué será? Tú mismo me decías que, muchas veces, duermes bien y amaneces cansado. Otras veces, duermes mal y despiertas alegre. No hay geometría en el ser humano, ni en su morfología ni en su psicología. La vida, jamás y en ninguna de sus formas, tiene líneas rectas.
¿Que a veces te parezco extraño? ¿Me comprenderé yo a mí mismo? Soy yo mismo quien, a veces, me parezco extraño a mí mismo. ¡ Qué espléndida definición del hombre, la de Alexis Carrel, cuando dice: el hombre, ese desconocido. Cuando uno se sumerge un poco en su propio abismo, uno tiene la impresión de estar ante un universo sin contornos, lleno de misterio y complejidad. Desde las profundidades vienen los impulsos y tú no sabes en qué
latitudes nacen y a dónde te llevan. A veces da miedo el enigma del hombre. Soy sincero contigo, y mis puertas están abiertas al máximo cuadrante posible. Pero así y todo, ciertos niveles de intimidad, aun los conscientes, no se los abrimos absolutamente a nadie en este mundo. De otra manera perderíamos los segmentos más sagrados de nuestro misterio. Las zonas más íntimas de nuestra experiencia histórica dormirán con nosotros en la sepultura. Tal vez por eso encuentras en mi personalidad algunos destellos de enigma.
- ¡Es una criatura!, repites tú siempre. Es, la fraternidad, como un niño delicado y sensible a las oscilaciones de la salud.
¿Recuerdas qué sucedió hace un año? Un arranque agitado de un individuo fue suficiente para dejar la confianza doméstica, colgada de un abismo. La paz huyó como una paloma asustada.
Siguieron tres o cuatro semanas nubladas. La misa de fraternidad de una noche, con aquella sincera intercomunicación a la hora de la homilía, operó un prodigio que no entra en los parámetros psicológicos. De la misa fuimos a cenar y ¡ qué diferente atmósfera!, ¡qué alivio!
No tiene explicación humana.
Aquel clima de serenidad duró varios meses. En aquella reunión que tuvimos para organizar los trabajos del año, tocamos aquel asunto desdichado que era vital, y no se podía eludir.
Aparecieron tantos criterios como cabezas, y tantas cabezas como intereses personales. No se dialogó. Se discutió. Algo importante e infeliz sucedió en nuestros niveles interiores. Desde entonces tenemos la impresión de que, allá, se quebró algo tan vital como la médula espinal.
Todavía hoy, nuestras palabras son calculadas y nuestras miradas inseguras. Tenemos, sin embargo, la esperanza de que, también esta situación, se solucione pronto.
Hace tiempo, en una oportunidad semejante, el clima de desconfianza fue sanado en una tarde de oración. Una otra vez. La humilde sinceridad de uno de los hermanos puso
tranquilidad y paz. ¿Recuerdas aquello de hace tres años? Aquella desavenencia que arrastrasteis por largo tiempo tú y aquel otro sujeto que ya no está entre nosotros ..., ¡qué mal
nos sentíamos todos!, ¡como desventurada nube cubrió nuestro hogar por culpa de vosotros dos! La misericordia del Padre os dio, al fin, la gracia y potencia para acabar con aquello. Nunca podías imaginar qué sensación de descanso sentimos todos.
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Realmente es, la fraternidad, un vaso frágil en nuestras manos. O, como dices tú, una criatura sumamente sensible a las alteraciones de salud. Mejor aún; no existe la fraternidad. Ella nunca es un edificio acabado, o un árbol que creció alto o una criatura a quien se le dio a luz por completo. La fraternidad es un comenzar todos los días. Todos los días hay que cuidarla y cultivarla como una delicada planta. Hay que curarla frecuentemente como a un niño herido.
Un día nos sentamos en el hall de la casa para pensar un poco sobre nuestra vida. Dijimos: vamos a inventar recetas para la "medicina" fraterna. Uno dijo: el secreto está en no tomar ninguna decisión cuando se está en crisis. Todo consiste, dijo otro, en esconder la lengua cuando, en un altercado, entramos en el círculo de fuego. Un tercero añadió: el secreto está en saber que aun los casos imposibles son posibles. Todo consiste, dijo otro, en mantener la cabeza fría y en no desmayarse cuando navegamos sobre las olas de la tormenta, que siempre es transitoria. Un último añadía: lo importante es no asustarse cuando llega una marcha atrás en el crecimiento.
- Todos los días me repites lo mismo: si supiéramos juzgarnos . . . Yo también digo siempre: el primer don del Espíritu Santo es la autocrítica. Hace unas semanas tuvimos aquella revisión de vida. Cuando yo observaba cómo se defendía fulano (tú sabes de quién se trata) montado sobre el potro de la racionalización, yo pensaba: ¡qué ciego está!, ¡qué manera de cerrar los ojos a la luz y a la evidencia! Siempre te dije: que el Padre nos conceda la gracia de (por lo menos) dudar de nuestra posición cuando alguien nos critica. Pero hoy te digo más: estaremos eternamente hundidos en la noche de la miopía y de la mentira hasta que abramos los ojos y reconozcamos como el publicano: soy "pecador", necesito cambiar, ¡ayúdenme!
Tú conoces muy bien el hermano de esta casa, que decía a otro: si quieres demostrarme que me amas, avísame, por favor, todo aquello que tú (o la comunidad) observes de incorrecto en mi comportamiento. Cuando me lo digas, seguramente yo voy a montar en cólera. No importa,
aguántame y dímelo. Bienaventurados los que proceden de esta manera porque ellos ya pertenecen al reino de los cielos. El índice más seguro para medir la madurez humana es la capacidad de absorber con paz las críticas de los demás.
Concédenos, Señor, el don de la sabiduría y de la autocrítica.
- Nunca acabamos por conocernos. Qué interesantes observaciones salieron a luz en aquel paseo que hicimos el otro día.
Es verdad. Todos llevamos, algún niño escondido entre los repliegues de nuestro ser. Tú me hablabas de fulano. Me decías que no podías comprender cómo una personalidad tan colmada y madura como es él pudo tener aquella reacción del otro día. Yo te hacía una observación semejante respecto de otro individuo, poseedor también de una madurez poco común. ¡Otra vez el misterio del hombre! Nadie es adulto en todos los terrenos, todos los rasgos y todas las reacciones. Repito: aun en las personalidades más adultas vive un niño que, de pronto, asoma su carita por la ventana menos prevista.
Esto, para la hora de la comprensión: para no asustarnos.
- Lo que hablamos en la tarde del último domingo no se me quita de la cabeza. Cuando yo hice aquel recorrido mental por las diferentes comunidades que conocemos, al detenernos a analizar aquella determinada comunidad, tú me dijiste algo que me causó consternación, y todavía no se me pasa el susto. Me dijiste: entre las diversas comunidades, de
pronto encontramos uno que otro individuo que es un caso acabado. No hay nada que hacer.
Morirá así. Nunca se le debió haber dado el "pase". Y añadiste: nosotros no debemos capitular, al contrario, debemos seguir asumiéndolo, pero sabiendo de antemano que todo está perdido.
Al escucharte, yo quedé mudo. Tímidamente te dije: no tengo seguridad para decirte que no es así ni para decirte que es así. Pero ahora te digo: si así fuera, ciertas comunidades habrían sido elegidas por el Padre para transportar una pesada cruz. Y la cruz es luz, sólo cuando se la mira con paz. Los miembros de tal comunidad deberán mirar e interpretar al supuesto sujeto como un "regalo especial" del Padre y como un misterio doloroso de la vida.
Sólo de esta manera podrán sortear el escollo del desaliento.
- Fue interesante nuestra discusión. Tú decías que la paciencia es el arte de esperar. Yo te contestaba que la paciencia es el arte de saber. Quién sabe si, en el fondo, ambas expresiones encierran el mismo meollo.
Comentábamos que algunas gentes no "creen" en la fraternidad porque los sucesivos fracasos las desalentaron. Y se desalentaron porque se impacientaron. Y se impacientaron por no saber, y aceptar con paz, el hecho de que toda la vida, desde el embrión hasta el fruto maduro, avanza lenta y evolutivamente. No hay saltos en la vida. Hay
pasos.
La historia de un grano de trigo es admirable. Cae en la tierra. Se sumerge en ella. Muere. Nace y sale al aire, que es su campo de combate. Enseguida encuentra enemigos, comenzando por las nieves y escarchas. Para no perecer, el joven trigo se agarra obstinadamente a la vida y sobrevive. Llegan temperaturas bajísimas, capaces de quemar toda vida; y el pobre trigo, tan tierno todavía, de nuevo se agarra a la vida con una obstinada perseverancia.
CONCLUSIÓN
Siendo, uno por uno, los obstáculos. Llega la primavera, el trigo levanta la cabeza y comienza a escalar velozmente la pendiente de la vida. Llega el verano y ¡qué prodigio!, aquel humilde grano se ha transformado en un esbelto y elegante tallo, coronado por una espiga dorada con cien granos de oro.
Si los miembros de las comunidades tuvieran tanta paciencia como el grano de trigo .. .
Para terminar, he aquí el significado de la portada de este libro. Estamos levantando el muro de la fraternidad con piedras desiguales. Algunas son redondas como lunas llenas. Otras son puntiagudas. Algunas parecen cortadas a plomada, otras son perfectas formas geométricas. Las hay también sin formas.
Cada piedra tiene su historia. Las redondas provienen de los ríos Ellas rodaron durante muchos años en el seno de las corrientes sonoras. Otras fueron cantos rodados, bajando por las pendientes de las montañas.
Algunas fueron extraídas expresamente de las canteras
ardientes. Todas ellas son tan diferentes por sus orígenes, historia y formas, de la misma manera que los miembros
de la comunidad que vienen de diversos hogares, latitudes,
continentes, con sus historias inéditas y personalidades
únicas.
Con tan peculiares personalidades, todas las piedras tuvieron que adoptar posiciones apropiadas para ajustarse
a las formas, tan diferentes, de las demás piedras.
Se hizo un esfuerzo muchas de ellas recibieron golpes y perdieron ángulos de personalidad para poder ajustarse mejor. Todas se apoyan mutuamente. Unas sostienen a las otras. Las grandes reciben Gran parte de la presión del muro. Cada una respeta la forma de la otra. Se amó mucho porque se dio mucha vida.
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No fue tarea fácil. Un muro de cal y canto se levanta con facilidad. Suben también rápidamente las paredes construidas con piedras cuadradas o bloques de cemento.
Pero para construir un muro sólido con piedras tan dispares
se necesitó de una ardiente paciencia y de una esperanza inquebrantable. A pesar de todo, si el Señor no hubiera estado con nosotros, de nada hubiera servido el esfuerzo de los albañiles.
Los que pasan por delante de nuestra edificación se alejan repitiendo: esta es obra del Señor.
MÁS ALLÁ
Más allá del Silencio, la Armonía.
Más allá de las Formas, la Presencia.
Más allá de la Vida, la Existencia.
Más allá de los Gozos, la Alegría.
Más allá de la Fuerza, la Energía.
Más allá de lo Puro, la Inocencia.
Más allá de la Luz, la Transparencia.
Más allá de la Muerte, la Agonía.
Más allá, más allá, siempre adelante.
Más allá, en lo Absoluto, en lo Distante,
donde la llama se apartó del leño
a fulgir, por sí misma, en la figura
de un Infinito, ya sin amargura.
Y más allá de lo Infinito, el Sueño.
(Germán Pardo García)
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Ignacio Larrañaga
Editorial San Pablo
Capitulo V
Relaciones interpersonales:
Conclusión
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