jueves, 23 de marzo de 2017

AMAR ES ASUMIR AL HERMANO DIFICIL

Perseverancia para no tirar por la borda al segundo o tercer fracaso. No se debe pretender quemar etapas, precipitando los acontecimientos, y dejándose llevar por la impaciencia. 


En cada comunidad debería crearse un verdadero culto al diálogo: creer en el diálogo, esperar en el diálogo, cultivar el diálogo. El diálogo es un arte donde no hay rutas ni pautas
preestablecidas. Sólo dialogando se aprende a dialogar, igual que el niño, que. Sólo dando pasos, aprende a andar. 

La comunidad debe creer y amar el diálogo porque él desenlaza todos los nudos, disipa todas las suspicacias, abre todas las puertas, soluciona todos los conflictos, madura la persona y la comunidad, es el vínculo de la unidad y de la paz, es el alma y la "madre" de la Fraternidad. Asumir significa tomar y tratar al hermano con comprensión, cariño
y estímulo.

Decimos "difícil" por no decir "enfermo". Llamamos "enfermo" por no hablar con palabras como histérico, frustrado, excéntrico, sádico ... Hemos explicado que es necesario respetar y aceptar al prójimo, tal como es. Esta actitud, sin embargo, asumida aisladamente, podría eventualmente, constituir cobardía o irresponsabilidad. Las actitudes interpersonales, estudiadas en este capítulo, deben contemplarse en un cuadro general y complementario. Así, por ejemplo, comenzamos por respetar silenciosamente y acabamos elevando al "caído". 

Comenzamos por aceptar que el otro sea así, y acabamos acogiéndolo en nuestro interior, para mejorarlo. Nosotros también. Entre los miembros de una comunidad humana, siempre hay "enfermos", en diferentes grados y diversas patologías. Más aún; todos nosotros somos difíciles, por momentos. Basta recordar la propia historia, o mirar alrededor, y comprobaremos que también las personas de mayor madurez pasan por situaciones de crisis. En tales emergencias, aun los sujetos más equilibrados pueden tener reacciones compulsivas o infantiles.

Este individuo, muy normal de ordinario, por estos días anda sombrío e irritable, ¿debido a qué? Nadie sabe. ¿Lo sabrá él mismo? A aquel otro lo trasladaron inesperadamente a otra casa hace muchos meses. Todavía no se ha recuperado del disgusto, actúa con síntomas infantiles y está sumamente nervioso, ¡ él, que era una maravilla de serenidad!

El ser humano es imprevisible porque operan sobre él mil agentes desconocidos. Hombres casi divinizados, llegada la hora de salir de este mundo, se resistieron agitadamente a esta partida, mientras que, hombres medio mundanos tuvieron una reacción inesperada a la hora de morir, abandonándose con paz en las manos del Padre. Todo es desconcertante, y a veces, no hay lógica en la conducta humana. Difíciles, somos todos, por momentos. Y, por veces, todos necesitamos que la comunidad nos asuma con brazos de cariño y comprensión, e inclusive, de consolación.

Aquí, sin embargo, cuando hablamos del sujeto difícil nos referimos a aquellos individuos cuyo comportamiento es, normalmente conflictivo. ¿Qué debe hacer la comunidad con estos miembros? ¿Cuál es el camino a seguir, no para extirpar el mal sino para curarlo?

Origen de los males

Hoy día, corre en muchas partes el mito, inventado y usufructuado por los profesionales, en el sentido de que gran parte de las "enfermedades" del espíritu provienen de la situación anímica materna, en los meses prenatales. Reconozco que, en esa afirmación, puede haber una buena
dosis de objetividad. Pero en un espectro general, y a partir de lo que sucede en la vida, la tal afirmación no deja de ser frecuentemente, una espléndida racionalización que hunde más al "enfermo" en su incapacidad de curación.

En efecto, debido a esta afirmación generalizada y racionalizante, la persona difícil se agudiza, cada día más, en su neurosis porque inculpa a todo el mundo, comenzando por sus progenitores, de todos sus males sin reconocer jamás su cuota de culpabilidad. De esta manera, no da pasos positivos para colaborar a su "curación", además de que la comunidad no asume su parte de eventual culpabilidad ni la iniciativa para la "curación".

No vamos a hacer aquí un amplio cuadro crítico de los distintos síntomas de enfermedades del alma, de rarezas y excentricidades que pueden darse en todas las comunidades. Los verdaderos hombres de ciencia nos dirán que gran parte de esas "enfermedades" provienen de la constitución bioquímica, de los códigos genéticos y de las diferentes combinaciones de cromosomas. Los llamados traumas, represiones y otras deficiencias de higiene mental, no influyen decisivamente en las tendencias, actitudes y comportamientos humanos.

Un electroencefalograma, el funcionamiento deficiente de cualquiera glándula endocrina, sobre todo de la hipófisis o una excesiva descarga de adrenalina pueden explicar muchos comportamientos irregulares mejor que cualquier diagnóstico psicoanalítico. Sin embargo, a nosotros no nos interesa diseñar aquí un cuadro patológico completo de tantos tipos de sujetos difíciles que pueden darse en las comunidades, sino saber en qué medida puede contribuir la comunidad para generar o curar las enfermedades espirituales de sus miembros.

Un caso frecuente

El caso más corriente, según me parece, es el siguiente.
El ser humano nació para amar y ser amado. Y sólo comienza a sentirse realizado, en un crecimiento personalizante, al desplegar sus capacidades afectivas, en contacto con los demás en una actitud de servicio y donación.

Ahora bien; si un sujeto, una vez incorporado a la comunidad percibe que los demás miembros están "ausentes", aunque estén codo a codo con él, entonces aquel sujeto, por un instinto de reacción defensiva, toma la dirección hacia sus regiones interiores, en un temeroso movimiento de repliegue.
Pues bien, una vez allá dentro de sí mismo, el pobre hermano se siente envuelto en la noche fría de la solitariedad.

Esa fría soledad interior es un clima propicio para contraer las enfermedades del espíritu. Cuando este sujeto salga de sus solitarias interioridades para relacionarse con los demás, es seguro que, para ese momento, ya estará "enfermo".

En mi apreciación, esta es la radiografía para explicarnos el caso de aquellos miembros, que siendo sanos cuando ingresaron en una comunidad, al cabo de muchos años acaban por ser individuos agresivos, resentidos o infantiles. Esta es, también, la razón que explica el caso de aquellos individuos que disponían, antes de incorporarse a una comunidad, de un modo de ser suave y cariñoso, y años más tarde se les ve duros e insensibles. En vez de madurar,
recrudecieron.

Por la observación de la vida he llegado a la conclusión de que los sujetos difíciles son así porque se sienten vacíos de afecto fraterno. Tienen la sensación de que nadie los quiere. Se sienten solos. Y entonces, por esos misteriosos dispositivos de compensación, reaccionan molestando a medio mundo. Con esta violencia se compensan (se "vengan") de la solitariedad dolorosa que sufren. No digo que siempre sea así, pero sí frecuentemente.

Difícilmente nos percataremos en su exacta medida de cómo la cosa más triste que le puede suceder a una persona en este mundo es sentirse sola, percibir que nadie se interesa por ella.

Una gran potencia mística podría sublimar esta frustración, pero normalmente no hay más sustitutivos que las compulsiones.

Como se ve, la consecuencia necesaria de una frustración es la violencia. No aman porque no se sienten amados. Sin embargo, cuando un hombre muy maduro no se siente amado, en lugar de buscar ser amado, puede reactivar su capacidad de amar, y en este caso, no se da la frustración sino una marcha acelerada hacia la madurez.

Con otras palabras, la frustración de no ser amado puede ser compensada con la satisfacción de amar. ¿No me aman? Voy a amarlos. ¿No me comprenden? Voy a comprenderlos. ¿Aquí sólo hay pesimismo? Voy a poner optimismo.

Qué hacer con el sujeto difícil

El Evangelio aconseja, como primera medida, la corrección fraterna. Siempre pensamos, y es posible que así sea, que los que actúan incorrectamente, lo hacen por no darse cuenta de su incorrección. Debido a esta miopía, el Evangelio aconseja primeramente dar un toque de atención al incorrecto. No es tarea fácil. No sería nada extraño que el que hace este acto de amor sea considerado desde ese momento, por lo menos tratado, como enemigo, por aquel
que recibió la corrección.

Este es, justamente, uno de los síntomas del neurológico: no caer en cuenta de su falta, por estar ofuscado por el resplandor de su imagen aureolada y falsificada. Y, si en algún momento reconociera su error en la intimidad, jamás lo reconocería públicamente porque, con ello, se desplomaría su estatua. Ante la corrección fraterna, el neurótico casi siempre reacciona agitadamente. ¿Qué hacer entonces?

El segundo paso que aconseja el Evangelio es llevar el asunto al nivel de la fraternidad. En una revisión de vida, el grupo de los hermanos haría ver al difícil lo incorrecto de su conducta. Es dudoso que los resultados sean positivos, en este segundo paso. Sin embargo, yo soy de opinión de que, aunque el sujeto difícil reaccione con una crisis depresiva o un llanto histérico, no por eso debe eludirse la corrección grupal, porque después de un cierto tiempo, el díscolo podría reconocer la falta en su intimidad, y corregirse; o podría también corregirse por temor al desprestigio público, ya que la imagen es vital para él.

Sin embargo, normalmente el individuo y el grupo evitan pasarse un mal rato y descargan su responsabilidad sobre los hombros de la autoridad. Y aquí tenemos al "superior", urgido por la responsabilidad del cargo y el orden de la fraternidad, enfrentándose con el rebelde.

Muchos "superiores", no obstante, eluden con frecuencia esta responsabilidad con nuevas racionalizaciones : ya son adultos; hay que respetar la libertad personal; ya saben lo que hacen; no se les puede tratar como niños . . . Como se ve, son razones para la exportación.

Pero difícilmente las tales "razones" aquietarán su conciencia.

La mejor medicina, el amor

Francisco de Asís, un hombre a quien la vida había dado tanta sabiduría, entrega a los responsables de las fraternidades un impresionante rosario de insistencias, para el momento de la corrección fraterna. Les dice que comiencen por enterrar el hacha de la ira bajo muchos
metros de tierra, que controlen sus nervios y traten a los "enfermos" con pétalos de rosa pensando que tocan heridas dolientes; y que usen expresiones impregnadas de tanta cortesía y humildad que los rebeldes se sientan como "señores".

Es como pedir demasiado. No siempre los responsables conseguirán tal dominio de nervios para envolver al sujeto incorrecto en una atmósfera de paz.

Después de vivir mucha vida en pocos años, el hombre de Asís cambió de criterio. Fue convenciéndose de que las leyes medicinales y vindicativas son eficaces para la hora de
corregir. Las amonestaciones canónicas, las amenazas y castigos encierran una excelente eficacia para mantener el orden, guardar la disciplina y erradicar los males.

Pero observó también que esas mismas leyes eran extraordinariamente estériles para la hora de "redimir". Nunca había conocido un solo hermano "sanado" por las leyes coercitivas. Y después de ver tantos casos y cosas, llegó a la conclusión final de que, en este mundo, lo único que redime a los rebeldes y enfermos es el amor, ya que, justamente son "enfermos" por carecer de amor.

La corrección separa, distancia al que corrige del corregido. Detrás de la corrección parecen escucharse el estallido del látigo y músicas de amenazas. El amor, en cambio, asume al
"enfermo" con las dulces manos de la comprensión y del cariño.

Yo mismo he presenciado verdaderos prodigios de transformación, gracias a la eficacia del amor. He conocido o he sabido de caracteres verdaderamente "imposibles" que, al fin, se encontraron con un "superior" paciente que, simplemente, comenzó a amarlos (sin amonestar). Y aquellos rebeldes comenzaron a cambiar como por arte de magia, hasta llegar a una gran transformación. ¡Cuántos de estos casos!

Ya en los últimos años de su vida, Francisco de Asís aconseja insistentemente la receta del amor, como la única medicina para sanar. El responsable de una Provincia había escrito a Francisco explicándole que, entre los hermanos, había algunos rebeldes y contestatarios, y le preguntaba cómo debía actuar con ellos. El hombre de Asís le respondió por carta: "Ama a los que te hacen estas cosas". Más tarde, en la misma carta, le reitera: "les darás pruebas de amor". A la pregunta concreta sobre qué determinaciones tomar contra aquellos rebeldes, Francisco dio esta sorprendente respuesta: "Amales más que a mí". A su sucesor en el gobierno de la Fraternidad, Fray Elías, en una primera carta, le entregó estos consejos de amor: "Sólo en esto reconoceré si eres siervo de Dios : si, por medio del amor, llevas a Dios a tu hermano extraviado, y nunca dejes dé amarlo, por más grave que sea su pecado".

Aquí está el problema difícil. Cuando un sujeto escandaliza o perturba el orden, la comunidad —sobre todo el coordinador— reacciona airada y conturbadamente. Todos sienten repulsa por aquel sujeto. Mental y emocionalmente condenan al rebelde. Este, al sentirse condenado, se endurece en su rebeldía "Nunca dejes de amarlo" ¡ he ahí la actitud necesaria y difícil! Que no sorprenda la noche, al coordinador, montado sobre la ira. Para estos casos, amar significa amainar la ira y la conturbación.

Amar al rebelde es cosa fácil y natural, pero para amar al difícil se necesita un coraje poco común, una naturaleza especial o un don infuso de lo alto.

Justamente aquí está el filo de la cuestión. Estamos metidos en un círculo vicioso. Está "enfermo" porque no lo aman. No lo aman porque no es amable. Para mal de males, se trata
de un círculo vicioso acelerado. Cuanto menos lo aman, más difícil y hosco se torna. Cuanto más difícil y hosco se torna, menos lo aman, y van abriéndose las heridas y las distancias.

¿Qué significa asumir? La comunidad deberá tener infinita paciencia con los sujetos difíciles.

Esta actitud sólo puede tenerse como gesto oblativo por amor a Jesús porque por gusto es imposible tratar con paz y cariño al perturbador de la comunidad. Para tener esta paciencia ayudará también tener presente las consideraciones que hicimos más arriba sobre la
comprensión.

A veces se encuentran en las comunidades, sujetos tan difíciles que ni siquiera se dejan amar. Cuando la comunidad intenta asumirlos, ellos reaccionan extrañamente resistiendo y rechazando el amor que se les brinda. Generalmente sucede esto porque la actitud cariñosa de la comunidad les "suena" a estos sujetos como si se les dijera: te trato así para que te portes bien, y te corrijas. Les suena, con otras palabras, a amor "interesado" que no es amor—. Como el sujeto difícil está "enfermo" por carencia de amor —aunque no siempre—, justamente por eso tiene una sensibilidad única a todo lo que sea afecto, y rápidamente "huele" que en tal actitud de la comunidad no sólo hay interés sino también una trampa —como el cebo de un anzuelo— para que sea "buenito".

Con esto, el difícil se siente humillado y reacciona de forma esquiva. Sin embargo, no existe otra medicina para estos casos sino el amor paciente y desinteresado.

AMAR ES ASUMIR AL HERMANO "DIFÍCIL"

Hoy día, en algunos países, se ha introducido la costumbre de frecuentar consultorios psiquiátricos, costumbre practicada sobre todo por las religiosas. Conocí muchas Madres provinciales que, al menor síntoma de crisis de una religiosa, la aconsejan de entrada —a veces presionando, alguna vez obligando— irse a consultar con un psiquiatra.
Después de conocer y tratar a millares de religiosas, siendo fuertes reservas sobre este hábito, tan generalizado.

En estos tratamientos —tanto en el análisis como en la terapia— se le sumerge a la paciente (la religiosa) en un contexto sin Dios, se prescinde del espíritu de consagración, las enfermedades son efecto de las represiones, como si el alma no existiera, como si la Gracia no existiera, como si, fuera de la "carne", todo fuese ilusión. Hemos caído en un nuevo dogmatismo; es un nuevo mito al que tantos eclesiásticos se adhirieron con tanta devoción como superficialidad con peligro de perder de vista los valores sobrenaturales; muchas personas quedaron con una mentalidad confusa y con la fe deteriorada.

Cuando los analistas son freudianos (lo que ocurre casi siempre), la religiosa es llevada —sin premeditación— a la íntima convicción de que el valor más importante de la vida es el valor sexual; y como no cultivó este valor, la paciente queda con la impresión de haber perdido el tiempo en su vida.

Sin proponerse, se ha sustituido, en muchos casos, al confesor y director espiritual por el psicoanalista. Dicen que escasean los sacerdotes que se dedican a orientadores espirituales.

Entre las religiosas, hay mujeres de admirable equilibrio y sabiduría. ¿Por qué no se busca a ellas, como animadoras y orientadoras? En muchas partes, hasta los laicos buscan a las religiosas como orientadoras de los problemas de su vida.

Muchas veces me he preguntado por qué la mujer religiosa —y no sólo la religiosa— acude con tanta facilidad al consultorio psiquiátrico, a veces por largos años, y a alto precio. La explicación, me parece, es ésta : se sienten centro de atención e interés, se sienten atendidas personalmente. Y justamente aquí reside el desafío para la fraternidad. Si se sintieran amadas por los miembros de la comunidad, no habría necesidad de consulta psiquiátrica y vivirían libres y felices.

El psicoanálisis pretende engendrar la independencia (libertad) en el paciente. Y lo que se observa, con notable frecuencia, es cuánta dependencia genera en sus pacientes, respecto al anal (i) si a.

La observación de la vida me ha llevado a la conclusión de que la inmensa mayoría de las llamadas enfermedades psíquicas pueden ser sanadas en el seno cálido de una fraternidad, y con una atención esmerada de parte de la coordinadora. Son muy pocas las personas que necesitan de ayuda "clínica".

Si el analista es una persona de fe y lleva en consideración el espíritu de una consagración (además de profesional competente) —sólo en ese caso— podría colaborar eficazmente a superar situaciones de emergencia.

En cuanto a los exámenes o test psicológicos para la admisión de las candidatas, he visto a lo largo de mi vida casos que indignan por su arbitrariedad e injusticia.

He visto cómo los tales exámenes psicológicos son frecuentemente desmentidos por la vida. He presenciado con dolor cómo excelentes muchachas fueron arbitrariamente interceptadas en su deseo de consagrarse al Señor. En lugar de observarlas y "estudiarlas" en los años de
formación, cercenan tranquilamente una eventual vocación apoyándose en una de esas conclusiones "científicas" que, frecuentemente, están en contradicción con la observación y el sentido común. Algunos casos que he conocido, no dudo en considerarlos como un atentado contra el misterio de la persona y de los designios de Dios.

Exámenes psicológicos: he ahí el nuevo mito al que tantos Consejos Provinciales se adhieren superficial y ciegamente como si fueran dogmas infalibles. No estoy en contra de los tales Test sino en contra de su dogmatización. Algunas veces son necesarios. Siempre son convenientes; pero a condición de que se los mire como lo que, en realidad, son: como una orientación para la observación y conocimiento de la persona.

Ser cariñosos

Asumir significa también ser cariñosos unos con otros, especialmente con los más difíciles. Ser cariñosos significa conducirse con un corazón afectuoso, en el trato con los demás. Significa ser amable y bondadoso, en sentimientos y actitudes, con los que nos rodean.

No hay normas para ser cariñoso. Es diferente ser cariñoso que hacer cariño. Ser cariñoso significa, en definitiva, que el otro, a partir de mi trato con él, percibe que yo estoy con él. Es una corriente sensible, cálida y profunda. Hay gestos que, inequívocamente, son portadores de cariño: una sonrisa, una breve visita, una pregunta sincera, "cómo amaneció", "cómo se siente hoy", un pequeño servicio, el vivir con el corazón en la mano. 

¡Es tan fácil hacer feliz a una persona! Basta una palabra, un gesto, una sonrisa, una mirada. ¡Qué linda "profesión" ésta de hacer felices a los demás, siquiera sea por un momento! Llevar un vaso de alegría al prójimo ¡qué tarea tan fácil y sublime!

¡Qué cosa estupenda el acercarse a un hermano deprimido y ofrecerle una palabra de esperanza: no tengas miedo; todo pasará; cuenta conmigo; mañana será mejor! Para ser cariñoso, lo único que se necesita es no estar consigo mismo, sino salirse para estar con los demás.

San Francisco dice a los hermanos: si cualquiera madre se preocupa y cuida al hijo de sus entrañas, con cuánta más razón aquellos hermanos que nacieron de un mismo espíritu,
deberán amarse y cuidarse mutuamente, con cariño. Y les agrega estas palabras: Quiero que todos los hermanos se comporten como hijos de una misma madre.

Todo lo que es vida necesita, para germinar y madurar, el calor circundante. Una pera, un racimo de uvas o el fruto de la zarzamora nunca llegarán a la sazón si el calor solar no penetra en sus entrañas. En los nidos que las golondrinas construyen en los claustros de las catedrales, los huevos fecundados nunca se transformarían en vida si la hembra no se posara sobre ellos durante veintidós días, con treinta y ocho grados de calor. Asimismo, los seres humanos de una comunidad, para conseguir la madurez adulta y ser fecundos, necesitan también habitar en una atmósfera cálida, impregnada de cariño.

Amar es perder el tiempo con el hermano. Hoy día todo el mundo vive con el agua al cuello y la lengua afuera. Corremos contra el reloj, como dicen los deportistas. Hay peligro de que cada individuo se pierda en el bosque de sus actividades, bastante desordenadas, generalmente.

Amar implica perder el tiempo. Perder tiempo significa dedicar fragmentos de tiempo a los demás sin un por qué, sin una utilidad concreta. Es tan fácil. Basta hacerse un hueco, buscar al otro, sentarse a su lado, preguntarle cómo van sus compromisos, cómo se siente de salud . . .

Amar es celebrar. Con esta noble expresión no quiero significar aquella elevada actitud de apreciar y proclamar la existencia del hermano sino otra actitud doméstica. Cualquier miembro de la comunidad tiene actuaciones brillantes. No cuesta nada descorchar un champagne o
comprar una torta con ocasión de uno de estos éxitos. 
Celebrando el éxito, estamos, de hecho, enalteciendo la persona del hermano. ¿Falta de pobreza? Me parece que, si alguna vez no se debe tener escrúpulo para descuidar un poco la economía doméstica, es cuando andan de por medio los valores fraternos.

Amar es estimular. Son los pusilánimes los que necesitan de estímulo. Pero no sólo ellos. Frecuentemente las personalidades optimistas pasan períodos de postración y necesitan reanimación.

Es tan fácil estimular cuando se vive para el otro. Basta felicitarlo por un éxito; comunicarle una buena noticia, diciéndole, por ejemplo: el otro día se hicieron de ti estos elogios; todo el mundo está contento de ti; tu actuación despertó una aprobación unánime . . .

Por la vivencia de las relaciones interpersonales, la comunidad acabará por transformarse en un hogar. Esta transformación constituye el ideal más alto y el fruto maduro del amor fraterno.

Hogar no significa, tan sólo, vivir juntos, padres e hijos, bajo el alero de una casa, sino que es una realidad humana, difícil de analizar. Es algo así como una atmósfera espiritual, impregnada de gozo, intimidad, confianza y seguridad que envuelve y penetra las personas y su relacionamiento. Ese es el fruto maduro de la fraternidad.

Abiertos unos a otros, no hay motivos de reservas ni reticencias. Sinceros y leales, poco a poco los miembros van tejiendo un ambiente de acogida mutua. La confianza crece como un alto terebinto para cobijar bajo su sombra a todos los hijos de la casa. Los enfermos son tratados con preferencia y predilección.

A los ancianos se les mira con veneración, se les prodiga consolación, se les manifiesta gratitud porque ellos ya soportaron el peso y el calor del día.

A los hermanos que sufren una crisis de vocación se les trata tanto con respeto como con comprensión. Todos los que sufren un drama necesitan proximidad, afecto y consolación.
De esta manera, igual que en un hogar, todos y cada uno de los hermanos viven las alternativas de todos y cada uno de los demás. ¡Qué cosa admirable y estupenda cuando los
hermanos viven así, unidos bajo un mismo alero!




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Ignacio Larrañaga
Editorial San Pablo
Capitulo V
Relaciones interpersonales:
H) Amar es asumir al hermano difícil 



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