jueves, 23 de marzo de 2017

LA REDENCIÓN DE LOS IMPULSOS

Las dificultades

Desde las profundidades del inconsciente, afloran a la superficie del hombre, las energías no redimidas, hijas de la "carne": orgullo, vanidad, envidia, odio, resentimientos, rencor, venganza, deseo de poseer personas o cosas, egoísmo y arrogancia, miedo, timidez, angustia, agresividad.


Estas son las fuerzas primitivas que lanzan al hermano contra el hermano, separan, oscurecen, obstruyen y destruyen la unidad. Sin Dios, la fraternidad es utopía.

Solamente Dios puede bajar a las profundidades originales del hombre para calmar las olas, controlar las energías y transformarlas en amor.

El grito general de las ciencias humanas proclama que el hombre actúa bajo el impulso del placer. A eso llaman motivo de una conducta. Basta abrir los ojos para darse cuenta de que el placer, más que la convicción, es el motivo general que origina, condiciona y determina la conducta humana.
Por ejemplo: por gusto, nadie perdona. Por gusto, no se acepta a los neuróticos ni se convive con los difíciles. Por gusto, a la hora de formar una comunidad, se hace una selección eliminando a los que no son de la propia "línea", y quedándose con aquellos otros que son del propio temperamento o mentalidad.

Existe, también, el placer de la venganza y la alegría por el fracaso del adversario. Ciertas personas difícilmente disimulan la satisfacción de las derrotas ajenas. ¡Hay que ver cuánto entusiasmo despliegan cuando traman y llevan a cabo planes de represalia, maquiavélicamente urdidos, en contra de sus adversarios!

Como se ve, siempre hay un placer que motiva las reacciones humanas, y esas motivaciones nacen, a veces, en los fondos irredentos. Necesitamos un Redentor. El motivo profundo. El éxito de la fraternidad depende de que Dios sea el Motivo de los comportamientos fraternos. En la intimidad del hombre, entre mil posibles reacciones que se pueden tener, existe una opción. ¿Saludo o no saludo a este sujeto que, ayer, me molestó? Y a cada decisión corresponde siempre un motivo impulsor, no muy bien vislumbrado, a veces. Voy a saludarlo (decisión) ¿Motivo? Temor de perder la buena imagen ante la opinión pública. Voy a dejar de saludarlo durante tres días (decisión) para que ("motivo) él tome conciencia de que me ofendió.

El motivo que impulsa y concretiza nuestra conducta es, a veces, confuso. Tuvimos una revisión de vida, en la comunidad. En el transcurso de la reflexión, un determinado sujeto tomó y sostuvo una posición altiva, casi agresiva, frente a los demás. Hablando después con él, en privado, manifestó que él procedió así porque estaba convencido de que ésa era la posición correcta. Al final reconoció que el impulso profundo de su actitud, fue la necesidad de
autoafirmación.

LA REDENCIÓN DE LOS IMPULSOS

Otras veces, los motivos que aparecen en el primer plano, no son los verdaderos impulsores, sino aquellos otros que están sepultados bajo tierra, en las profundidades.

El hombre dominó una explosión, cedió en una discusión, calló en una polémica. El cree que lo hizo por humildad o por sentido fraterno. Los verdaderos motivos fueron, sin embargo, muy diferentes: miedo al ridículo, inseguridad, timidez, temor de ser desestimado por la comunidad.

El motivo de una sobreestima de sí mismo puede llevar a un individuo a-comportamientos que, a primera vista, podrían significar desestima de sí mismo. ¡Extraños juegos, motivados por resortes que vienen desde regiones muy lejanas!.

Comunidad de Fe significa que los hermanos se esfuerzan para que los sentimientos, los reflejos y la conducta de Jesús sean el motivo inspirador de sus reacciones, en la convivencia de todos los días.

En un momento determinado surgieron dentro de un individuo, una legión de impulsos que motivaron la decisión, por ejemplo, de mantenerse cerrado frente a otro sujeto, de herir la susceptibilidad de un otro tímido agresivo, de minar el prestigio de un autosuficiente... En este momento, la Palabra —Jesús y sus criterios— tienen que sofocar todos esos oscuros impulsos, para que el hermano perdone, acepte, estimule a los otros miembros de la comunidad.

En esos casos, la oración debe hacer vivamente presente a Dios, cuyo "recuerdo" (presencia) debe sofocar, en mí, las voces del instinto, y motivar conductas semejantes a la de Jesús.

Una voluntad, revestida e impulsada por Jesús, debe decidir soberanamente, en nosotros, por encima de las oscuras fuerzas impulsoras, y así, en lugar de tener una reacción explosiva, voy a quedar en silencio, como Jesús ante Pilatos: más tarde, voy a dialogar con calma y paz; después, voy a enterrar los recuerdos ingratos de una desavenencia, y olvidarlo todo generosamente; ahora voy a ser con todos delicado y paciente, como lo fue Jesús con los suyos.

Así nace y crece la comunidad bajo la Palabra, en presencia de Jesús.

El inconsciente

El inconsciente es una región sumergida, oscura y amenazadora. Se parece, en primer lugar, a un enorme cementerio de recuerdos estrangulados (suprimidos o reprimidos) y apegados (olvidados). Es, al mismo tiempo, un volcán de energías primitivas que, en cualquier momento,
puede lanzar una masa hirviente de impulsos agresivos.

El inconsciente es, esencialmente, egoísmo, y ahí reina solamente el código del placer: evitar lo desagradable, y conseguir todo aquello que sea placentero al egoísmo.
Por ejemplo, quiere acoger al encantador y rechazar al antipático, quiere convivir solamente con aquel que sea de su temperamento o mentalidad, ahora siente "necesidad" de tomar venganza de un antiguo agravio, más tarde siente el impulso de retirar la cara a éste, gritar aquí, inhibirse en otro momento, insultar después, ahora organizar una guerra de competencia contra el prójimo, después desmoronar el prestigio de tal otro porque eso le causa no sé qué extraña satisfacción por la vía de compensación . . .

Así es el inconsciente. Con otras palabras, es exactamente aquello que Dios dice a Caín: ".el pecado se esconde, agazapado, detrás de tu puerta. El te acecha como una fiera. Pero tú tienes que dominarlo" (Gn 4, 9).

Nacen los instintos y los impulsos, exigiendo urgentemente su satisfacción, y asaltan la conciencia para que ella les dé cobertura. La conciencia halla que no debe dejar vía libre, pero no siempre consigue dominar los niveles inferiores. 
Viene el conflicto entre ellos. Y entonces sucede aquello que dice san Pablo: "Hago lo que no quiero hacer" (Rom 7, 15).
En algunas vicisitudes de la comunidad (debido a situaciones de crisis personal o colectiva, o cuando falla la oración) surgen impetuosamente, en el individuo, fuerzas inferiores y arcaicas, dominando por completo la personalidad. Como consecuencia, se producen situaciones de alta tensión, y se abren profundas hendiduras en el cuerpo de la fraternidad que, a veces, se prolongan por mucho tiempo.

Sólo la presencia viva de Jesús podría, en ese momento, atenuar y equilibrar esos campos de fuerza.
Si, en tales momentos, Jesús no está vivo en el corazón de los hermanos, nacen los conflictos íntimos y las frustraciones. Llegan, también, las ansiedades que son puertas abiertas para la neurosis. Se hacen presentes las diferentes perturbaciones de la personalidad. Y por estos
caminos encontramos personas desoladas, tristes y ansiosas.

Esta es la realidad. ¿Qué hacer? ¿Cómo redimir impulsos tan primitivos? ¿Cómo llegar hasta esa región tan recóndita y explosiva? Yo me hago una pregunta: ¿la presencia de Jesús puede redimir el inconsciente? ¿Podrá, la presencia viva de Jesús, "poblar" aquella región, iluminar aquella oscuridad, transfigurar fuerzas tan salvajes?

Me parece que no. Esa región —el inconsciente— es lo que san Pablo llama "carne", y de la carne sólo nacerán hijos de la carne, a saber: Fornicación, impureza, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias, odios, libertinaje,
borracheras, orgías y cosas semejantes. (Gal 5, 19-22).

¿Qué hacer? ¿Cómo será posible la fraternidad con semejante subsuelo? ¿Cómo hará Jesús para que el hermano no sea lobo para su hermano?

Es la conciencia la que tiene que estar alerta. Jesús tiene que estar ocupando el campo de la conciencia. Cuando, en un hermano, surjan desde el inconsciente esos impulsos violentos, y se hagan presentes en el campo de la conciencia, exigiendo satisfacción, es aquí y ahora, donde y
cuando Jesús puede calmar esa tempestad.

Dicho así, todo parece un cuento feliz. Pero también en la vida, la realidad es así. La experiencia de todos los días nos lo confirma. Si, desde la región oscura llega de sorpresa hasta el campo de la conciencia, el instinto queda sosegado, y, en lugar de repulsa, habrá acogida para el hermano.

Al sentirse ofendido, surge desde las regiones profundas del inconsciente el impulso de la venganza que exige a la conciencia el código del "ojo por ojo". Me "despierto"; recuerdo a Jesús calumniado y silencioso ante los jueces, y la sed de venganza se apacigua.

De pronto tengo conciencia de que una oscura enemistad, contra el prójimo, está echando raíces silenciosamente en mi tierra. Comienzo a pensar en Jesús, pienso en su conducta y, sin otra terapia, la enemistad comienza a extinguirse, ¡y con qué facilidad!

Los hermanos tuvimos un mal momento, nos insultamos. Fueron pasando los días casi sin hablarnos. Jesús no nos dejó vivir tranquilos, hasta que tuvimos un diálogo franco y
reconciliador, y llegó la paz.

Un sujeto, típicamente tímido, se sintió dominado por el impulso de fuga, debido a unas confusas desavenencias. Se acordó de Jesús, que subió a Jerusalén para enfrentar grandes dificultades, y se fue al encuentro de los demás para esclarecer, por medio de una revisión de vida, situaciones bastante oscuras, ¡y lo hizo con tanta paz!

¿Qué hacer y cómo hacer para que tanta maravilla no sea sueño sino realidad? Dos condiciones. Primero, que Jesús esté verdaderamente vivo en el corazón de los hermanos. Y
esto se conseguirá cuando ellos tengan un trato frecuente y profundo con El. Y segundo, estar despiertos.

Vivir atentos

En la convivencia fraterna, es preciso vivir atentos para que los impulsos no nos sorprendan, y debemos estar despiertos y preparados para neutralizar las cargas de profundidad.
Vivir atento quiere decir que esa franja de la personalidad, que llamamos conciencia, esté poblada por Jesús, un Jesús vivo y presente, para que sus reacciones sean mis reacciones, sus reflejos mis reflejos, su estilo mi estilo.

Las características de los impulsos son la sorpresa y la violencia. Cuando estamos descuidados, nosotros somos capaces de cualquier barbaridad, de la que nos arrepentimos después. Y decimos, ¡qué horror!, pero ya está hecho. Con un arranque agitado somos capaces de arruinar, en pocos minutos, la unidad que habíamos forjado dificultosamente durante muchos meses.

Sujeto inmaduro es aquel en quien predomina el inconsciente en mayor proporción y más compulsivamente. Estos individuos deforman la realidad, proyectando su mundo interior sobre el mundo exterior, e identificándolos. Cuanto más predominan —en una personalidad— las
intenciones conscientes, mayor madurez y equilibrio. Será un miembro integrado en la fraternidad.

Aquí existe una progresión correlativa. Cuanto más se ora, Jesús está más "vivo" en el hombre. Cuanto más "vivo" está, la conciencia del hermano está más armada por esa presencia, y despierta. Cuanto más armada está su conciencia, su inconsciente está correlativamente más débil. Y de esta manera, las reacciones y conducta del individuo serán más racionales, equilibradas y fraternas.




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Ignacio Larrañaga
Editorial San Pablo
Capitulo II
El misterio de la fraternidad:
3. La redención de los impulsos



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