sábado, 4 de marzo de 2017

FRACASO Y CRISIS

Si contemplamos la actuación de Jesús a través del prisma de los parámetros humanos, es difícil, si no imposible, evadirse de la sensación de fracaso. Hablamos de fracaso cuando un proyecto no alcanza sus objetivos, sino que se hace pedazos por el camino. 

¿Qué proyecto? El proyecto de Jesús tenía varios componentes: revelar al Dios Amor mediante una existencia jalonada de misericordia; en este sentido no hubo fracaso, sino éxito; cambiar las mentes y las vidas, y así, mediante una conversión masiva, hacer de un pueblo un reino, el Reino de Dios. En suma, hacer de Israel un pueblo santo de convertidos. 

En este sentido la estrategia de Jesús fue ineficaz, no dio los frutos esperados y deseados. 

¿Cuáles podrían haber sido las causas de este fracaso? 

En primer lugar, Jesús se dio cuenta muy pronto, como ya lo hemos explicado reiteradamente, de que lo que le interesaba al pueblo sencillo era la sanación de sus paralíticos, lunáticos, endemoniados, ciegos, cojos. Lo demás, poco o nada le conmovía. Las gentes, en lugar de amor, buscaban logros materiales.

Frecuentemente, Jesús manifestó tristeza y decepción por esos intereses espúreos del pueblo. Más de una vez, incluso, se ocultó de las miradas de los que lo buscaban a fin de no fomentar un egoísmo enmascarado, o rehusó frontalmente a realizar intervenciones excepcionales.

Lo cierto es que, en este terreno, Jesús estuvo siempre atrapado entre dos fuegos: por un lado, con sus milagros favorecía el interés egoísta de la gente y la consiguiente desvirtuación de su mensaje; y por otro lado, los milagros constituían la manera más tangible de patentizar la opción preferencial de Dios por los enfermos y necesitados. 

¿Qué hacer, entonces? ¿Cómo deshacer ese malentendido? 

El hecho es que Jesús, en los últimos tiempos, fue disminuyendo sensiblemente sus intervenciones milagrosas, siendo éste uno de los motivos del enfriamiento del entusiasmo popular.

Por otra parte, las campañas de desprestigio —como ya lo hemos explicado también—, llevadas a cabo de una manera sistemática y sostenida por los escribas y fariseos contra Jesús en las sinagogas, de aldea en aldea y de boca en boca, acabaron arruinando su prestigio y horadando las bases de la adhesión popular. 

¿Resultado? Fue enfriándose el entusiasmo, y las gentes, decepcionadas, se fueron alejando. Naturalmente, esto no sucedió de un día para otro, sino en el lapso de varios meses. Y no es que hubiera hostilidad en el pueblo en contra de Jesús, sino frialdad, una frialdad congelada por la decepción. 

¿Por qué decepción? El pueblo, en su simplicidad, depositaba en Jesús sus sueños mesiánicos de liberación nacional. Estos sueños estaban atizados por los zelotes, que constituían, más que un partido, una peculiar fraternidad, instalada de forma omnipresente en las aldeas de Galilea, particularmente entre el campesinado y entre los pescadores, distinguiéndose (los zelotes) por su celo político-religioso, y siendo su mentalidad muy semejante a la de los fariseos, quienes, por su condición social, eran populares, en contraste con los saduceos, que eran los potentados de turno.

Es verdad que la organización militar de los zelotes había sido aniquilada por Quintilio Varo. Pero, por el momento, la fraternidad vivía en la clandestinidad y actuaba cautelosamente desde la penumbra. Se negaban a reconocer el Imperio Romano “porque tenían a Dios como único Gobernador y Señor". No cabe duda de que había una gran semejanza en la radicalidad con la que tanto Jesús como los zelotes tomaban el absoluto de Dios, aunque con una diferencia esencial: Jesús buscaba el absoluto de Dios en sí mismo y los zelotes en referencia a los dominadores romanos.

El pueblo de Galilea, pues, concientizado y dominado por la mentalidad de los zelotes, buscaba una personalidad como la de Jesús, capaz de concitar un gran entusiasmo popular y de canalizar el descontento popular por cauces insurreccionales de rebeldía. Pero poco a poco, y sobre todo a partir del "asunto" de los panes, el pueblo se fue dando cuenta de que el Jesús verdadero era bien diferente del Jesús de sus sueños, y se produjo una deserción popular, masiva y definitiva, deserción también de gran parte de los discípulos, así como una peligrosa vacilación de los mismos apóstoles, hasta el punto de que se podría decir que, a partir de este momento, Jesús quedaba prácticamente solo y abandonado.

Prueba palpable de esta soledad son las lamentaciones de Jesús contra Corozaín, Betsaida y Cafarnaún:
—"¡Ay de ti, Corozaín; ay de ti, Betsaida, porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que se han hecho con vosotros, tiempo ha que, sentadas en sacos y cenizas, se habrían convertido!"; Lc 10 (13-15). 

¿Qué se esconde detrás de estas palabras? ¿Tristeza? ¿Decepción? ¿Soledad? ¿Tal vez alguna amargura? De todo. Las ciudades que habían recibido las máximas pruebas del poder y amor de Jesús se encierran en sí mismas, ingratas y egoístas, superficiales y volubles, olvidándose de Jesús, como si nunca lo hubieran conocido.

Y ¿qué decir de Cafarnaún? "¿Hasta el cielo has sido encumbrada? Hasta el infierno te hundirás"; Lc 10 (15). De tal manera había sido la ciudad privilegiada, que Mateo la denomina "su ciudad". Sus muros habían sido mudos testigos de los más altos portentos y mensajes del Maestro. Por sus calles salía Jesús todas las mañanas para evangelizar a las aldeas ribereñas, y a sus aleros retornaba cada atardecer para descansar; una ciudad, pues, encumbrada por encima de todas las ciudades. ¿Qué sucedió después? Lo de siempre: paso a paso, todo se va desgastando, como los vestidos, y pierde novedad; la gente se cansa, y ya nada le llama la atención. Los pueblos se acostumbraron al Enviado; a causa de su familiaridad con él, fueron perdiendo el aprecio hacia él, hasta que lo abandonaron, y poco a poco lo olvidaron. He aquí el proceso. Es la condición humana. Por este camino, Jesús acabará quedándose solo y marginado.

Rechazado en Nazaret, abandonado en Cafarnaún, Betsaida y Corozaín, convertido prácticamente en un apátrida, el interrogante salta a la vista: ¿Qué hacer ahora? Jesús entra en un período crucial de su vida.

El asunto de los panes

La multiplicación, o como dice Marcos, "el asunto" de los panes; Mc 6 (52) es un acontecimiento clave de la mayor trascendencia en la misión de Jesús, uno de los más enigmáticos, por lo demás. De su importancia habla el hecho de que lo traen ampliamente narrado los cuatro evangelistas, y Mateo y Marcos con relatos duplicados. El episodio es mucho más complejo de lo que a primera vista aparece, ya que Marcos nos informa de que los apóstoles "no lo comprendieron"; 6 (52); y según Juan 6 (66), hubo una deserción casi total del pueblo y de los discípulos. Semejante catástrofe no puede explicarse por unas doctrinas más o menos novedosas. Algo serio debió suceder en esta ocasión.

Un día envió Jesús a los Doce, dándoles las siguientes instrucciones: No visitéis países paganos, ni siquiera entréis en territorio samaritano; circunscribíos tan sólo a la tierra de Israel, y dedicaos exclusivamente a las ovejas heridas. Gritad desde las azoteas que el Reino está a las puertas; sanad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, expulsad demonios, dad gratis lo que gratis recibisteis. Nada de dinero en vuestros bolsillos, ni alforjas para el camino, ni siquiera ropa de repuesto.

Daos cuenta de que os envío como ovejas indefensas en medio de hambrientos lobos. Sed sagaces como serpientes e ingenuos como palomas. Preparaos, porque os encontraréis metidos en aventuras increíbles: os apresarán, seréis azotados en las sinagogas, os harán comparecer ante reyes y gobernadores por causa de mi nombre y tendréis oportunidad de dar testimonio de mí.

Si en una ciudad no os quieren escuchar u os rechazan, no entréis en pleitos; sacudid sobre ella el polvo de vuestras sandalias y marchad a otra parte con la bendición de Dios. Si a mí me llamaron ministro de Beelzebul, ¿qué no dirán de vosotros? No tengáis miedo a quienes, puñal en mano, matan el cuerpo; ni con la punta de una lanza lograrán rozar vuestra alma. He venido a traer al mundo la espada y la división a la familia. Quien os reciba a vosotros, a mí me recibe. Venid y gritad por todas partes que ha llegado el Reino.

Regresaron los discípulos, felices, pero cansados. El Maestro los fue acogiendo a cada uno de ellos con entrañable cordialidad; ellos le contaron las andanzas y peripecias de esta primera salida apostólica: todo cuanto habían hecho y enseñado.

Pero Jesús no estaba enteramente tranquilo. Aquellos discípulos eran todavía ingenuos novicios, incapaces de aguantar el primer embate de los expertos y veteranos doctores de la ley, viejos lobos en las lides dialécticas. Es probable, incluso, que, al evaluar los resultados de la primera salida, entre las peripecias narradas aludieran a algún lance desagradable, a algún aprieto en el que eventualmente podrían haberse visto envueltos por los doctores de la ley. En todo caso, Jesús se dio cuenta de la urgente necesidad de foguearlos con una preparación esmerada y un entrenamiento más intenso; y decidió dedicarles más tiempo, lo que no quiere decir que Jesús hubiera abandonado la idea de un nuevo Israel como comunidad abierta, para quedarse con un pequeño resto, no; pero las circunstancias le estaban obligando a seguir líneas diferentes, dada la importancia de los discípulos en caso de la desaparición del Maestro.

Por otra parte, el asedio de quienes se movían en torno a Jesús y los discípulos era tan apretado, que estos últimos no tenían tiempo ni para comer; Mc 6 (31). Por todo lo cual, Jesús pensó en la necesidad de una retirada profunda y prolongada, y les dijo: "Venid conmigo a un lugar solitario para descansar"; Mc 6 (31).

Abordaron una barca y salieron rumbo a un lugar solitario, al otro lado del río, algunos kilómetros antes de la desembocadura del Jordán en el lago, amplia extensión deshabitada y solitaria, apta para el reposo, lugar, por otra parte, que se alcanzaba luego de una breve navegación. Mirándolos partir en la barca, los habitantes de Kafarnaún se dieron pronto cuenta hacia dónde se dirigían, y emprendieron rápidamente el camino por tierra, llegando al lugar antes que Jesús y sus discípulos.

Al ver el Maestro aquella multitud, que parecía un rebaño sin pastor dispersado por el temporal, no pudo evitar que una corriente de compasión lo dominara. Ahí mismo renunció al proyectado descanso y se dedicó el día entero a curar, a consolar y, sobre todo, a evangelizar.

La multitud fue engrosando al paso de las horas, de tal manera que, al final, aquello parecía una manifestación pública.

Estaba Jesús inspirado como pocas veces, y sus palabras desencadenaban en el auditorio ondas de descanso y ecos de eternidad. Como en una embriaguez generalizada, como en una seducción mágica, la multitud parecía enajenada del calor, el cansancio, el hambre. Jesús dejó de hablar. Los discípulos se aproximaron al Maestro para sugerirle, con sentido práctico, que despidiera a la gente para que pudieran procurarse alimentos y albergue en las aldeas vecinas.

La respuesta de Jesús fue tan inesperada como extraña: "Dadles vosotros mismos de comer”. Felipe le respondió: "Ni con doscientos denarios alcanzaríamos a comprar pan para tanta gente". Jesús ordenó que la multitud se dispersara en grupos de cincuenta y cien personas, y que se acomodaran en la verde pradera que se extendía ante sus ojos.

Y, después de bendecirlos, repartió los cinco panes y los dos pescados de que disponían entre sus discípulos, mandándoles que ellos, a su vez, los distribuyeran a la multitud. Así lo hicieron, quedando todos saciados y sobrando todavía algunas canastas repletas de alimento.

Éste fue el hecho. Aquella multitud, que había estado pendiente todo el día de la boca de Jesús, pudo comprobar cómo una jornada tan densa culminaba con un prodigio inaudito.

Probablemente fue el último y ardiente llamamiento de Jesús a un cambio de ideas y de conducta dirigido a los galileos, y una invitación a "ingresar" en el Reino de Dios; pero todo resultó inútil. El intento final derivó en el revés final: se aferraron a sus obsesiones mesiánicas terrenas.

Volaron por los aires sin control todos sus sueños mesiánicos, como aves en desbandada. Ellos se imaginaban: un hombre con este poder de convocación, capaz de realizar semejantes portentos, con igual facilidad podría exterminar ejércitos extranjeros y, en cuestión de días, implantar el sagrado imperio de Dios. Jesús era, pues, el Mesías esperado.

Comenzaron a gritar: Éste es el Mesías esperado que ha venido al mundo; Jn 6 (14). El grito, rebotando de grupo en grupo, se transformó en un delirio colectivo incontenible. A estas alturas, aquella tumultuosa efervescencia tenía todos los visos de un pronunciamiento popular, difícil de controlar, que se proponía forzar a Jesús a encabezar la revuelta y avanzar resueltamente hacia los cuarteles de las legiones romanas, enfrentándolas victoriosamente. "Dándose cuenta Jesús de que intentaban venir a tomarlo por la fuerza para hacerlo rey, huyó de nuevo al monte él solo"; Jn 6 (15).

Algo serio debió ocurrir en este intento de rebeldía, mucho más de lo que nos informan los Evangelios, por que los efectos fueron desoladores. En primer lugar, una decepción total en el pueblo; decepción que, bien utilizada y azuzada por los zelotes y fariseos, derivó en una deserción generalizada y definitiva del pueblo, que podemos vislumbrar en Juan 6 (26-64).

Después de este episodio, los Evangelios no reseñan actividad apostólica alguna de cierta amplitud en Galilea por parte del Maestro. También él los abandonó definitivamente. En resumidas cuentas, los galileos no lo entendieron.

En segundo lugar, por lo que se refiere a los discípulos, aquellos que, aun no perteneciendo al grupo de los Doce le habían acompañado asiduamente en los días de Galilea, Juan nos entrega este expresivo comentario: "Desde entonces, muchos de sus discípulos se volvieron atrás, y ya no andaban más con él"; Jn 6 (66). Desencanto y deserción.
Iba, pues, Jesús quedándose solo. Le restaban "los Doce" ¿Qué quiere decir Marcos con el versículo "ellos no habían comprendido el asunto de los panes, sino que su mente estaba embotada"; Mc 6 (52)?. A partir de la reacción de Pedro ante el anuncio de la Pasión, que muy pronto tendría lugar, hay que calcular que la mente de los Doce estaba efectivamente embotada; es decir, participaban de los mismos sueños mesiánicos que el resto del pueblo.

Ellos, los apóstoles, hubieran deseado ardientemente que, en el episodio descrito, Jesús hubiera encabezado aquella rebelión como un comandante en jefe, y no podían “comprender" cómo había desaprovechado aquella estupenda oportunidad.

Hay una carga indecible de desaliento, tristeza, soledad y temor en aquella pregunta dirigida por Jesús a los Doce: "¿También vosotros queréis abandonarme?"; Jn 6 (67). Detrás de la pregunta se percibe, sin necesidad de teleobjetivos, una realidad abrumadora: en vista de que todos le están dando la espalda, también ellos, los Doce, están vacilantes, desconcertados, dudando si marcharse o quedarse. La crisis tocaba fondo.

El discipulado, pues, peligraba: podían contagiarse con aquel virus infeccioso, e incluso ya habían sido alcanzados por el desencanto generalizado. Así pues, para aislarlos del contagio, les "obligó" (palabra muy expresiva que denota resistencia por parte de ellos) a embarcarse y atravesar el lago, precisamente al anochecer y cuando amenazaba tempestad; y él “huyó (verbo igualmente expresivo) al monte", como escapando del fuego de la gran tentación de su vida.



EL POBRE DE NAZARET
Ignacio Larrañaga
Editorial San Pablo
Capitulo VII
Jerusalén:
Fracaso y crisis




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