En una noche oscura y
sin brillo por la presencia de las nubes, pero ruidosa por el estruendo de los
rayos y con la presencia de un fuerte aguacero, mientras estoy apoyado en el
marco de la ventana viendo llover, recuerdo con nostalgia un cuento que inicia
con una mujer llamada Perpetua, quién tenía dos hijos: uno de diez años, llamado
Sol, y una hija de tres años, que se llamaba Luna.
Un día, poco antes
que naciera Luna, su esposo llamado Próspero, que era muy buen mozo, acuerpado
y admirado por las mujeres, trabajador y honrado, había partido para vender una
vaca gorda a la que todos llamaban con cariño "dulzura", en la feria
del progreso que se estaba realizando cerca a su casa y desde entonces no se
supo más de él.
A la vaca
"dulzura" no la vendió, pues volvió solita a la casa al día
siguiente: tenía un lazo enredado en los cachos y estaba muy mojada, lo que
hizo pensar a todos que, al querer atravesar el río, las aguas turbulentas y
furiosas habían arrastrado al animal y que el marido de Perpetua, al tirarle un
lazo para tratar de salvarla, también se había caído al río y se había ahogado.
Fueron muchos los amigos de la familia, voluntarios y autoridades municipales
que buscaron su cuerpo y el de su caballo, sin encontrar nada; pero, algunos
días después, unos trabajadores dijeron que habían visto a Próspero cuando pasaba
a caballo y llevaba en ancas a una mujer que vivía sola en un rancho, cerquita
del río, y a quién todo el mundo conocía por el apodo de "la bruja Alegría",
porque decían que tenía relaciones amorosas con el demonio y los dioses del
mal, ya que cada noche se oían fuertes alborotos, cantos de alegría y
satisfacción en su rancho.
La gente creyó, pues,
que Próspero y Alegría se habían unido para compartir sus vidas juntos, porque
precisamente desde ese mismo día, que los habían visto por última vez, ellos
desaparecieron hasta el sol de hoy. A pesar de todo lo que se le decía, Perpetua
no quiso nunca creer que su Próspero, se le había ido, abandonando su familia
por otra mujer; pero como el marido no volvió, ni se encontró rastro de él,
tuvo que conformarse con toda la historia que le habían contado. Ella era de un
pequeño pueblo cercano llamado Misterio y sintió ganas de volver allá con sus
hijos, procediendo a vender algunas tierras que tenía y los pocos animales que
le quedaban; pero guardó la vaca "dulzura" que había vuelto a la
casa, y a la cual querían mucho, porque decía que cuando el animal miraba, parecía
que tenía la mirada de la gente cuando hablan, además, su leche era muy
abundante y muy rica para la alimentación de su hija Luna.
Con la plata que
logró reunir con lo que había vendido, Perpetua compró un ranchito un poco más
allá del pueblo Misterio, a poca distancia del mar. Como no tenía mucha plata,
recogía mariscos que le servían para preparar la comida, y con la leche de la vaca
"dulzura" hacía riquísimos quesos. Su hijo Sol ayudaba a su madre en
los quehaceres de la casa y cuidaba de su hermanita a quien adoraba.
Un día que la madre
había salido para ir al pueblo Misterio a comprar algunas provisiones y visitar
algunos parientes que hacía tiempo no veía, el muchacho Sol se quedó sólo con su
hermana Luna y pensó bañarla en el mar, como lo había hecho ya varias veces,
entonces la tomó en sus brazos y entró al agua, entreteniéndose y jugando con
ella, haciendo como si la tiraba al mar, cuando de repente, vino una ola
inmensa que lo tiró boca abajo y lo envolvió. Cuando el muchacho Sol se
incorporó nuevamente, no supo lo que estaba pasando, porque se levantó aturdido
y medio ahogado por toda el agua que había tragado involuntariamente y lanzó un
grito de desesperación porque Luna había desaparecido. Estuvo nadando de aquí y
de allá, sumergiéndose en el agua una y otra vez, el pobre niño buscó a su
hermanita; pero no la pudo encontrar. Ya desesperado y loco de dolor, salió a
la orilla y se dejó caer sollozando sobre la arena.
En este momento, oyó
una voz que le hablaba. Levantó la cabeza y vio a la vaca "dulzura",
que le hablaba como si fuera gente y mencionó: eso sabía yo que había de suceder
-dijo la vaca-. Lo mismo sucedió con tu padre, al pasar el río. La mala mujer
que lo perseguía era la bruja Alegría, emparentada con el genio de las aguas, y
fue por arte suyo que tu padre se perdió. Ahora se ha llevado a Luna, y muy
pronto te tocará a ti, si no haces lo que te voy a decir.
-Y que he de hacer?
-preguntó el niño, admirado de oír hablar a una vaca.
Has de matarme y
desollarme, luego que me hayas sacado el cuero lo tirarás al mar. Te pondrás
encima del, como si fuera un bote y te agarrarás bien de la cola. Si te vieras
en algún momento de peligro arranca un pelo de mi cola, el cual, te servirá
para que te salves porque tengo poderes especiales. No olvides sacarme los ojos,
y llevarlos en tu bolsillo, ellos son virtud y te permitirán ver a través de
las aguas, de la tierra, de las montañas o de las paredes.
El muchacho Sol
corrió al rancho, cogió un cuchillo bien afilado y con él mató a la vaca
"dulzura", la cual descueró; le sacó los ojos y se los puso en el
bolsillo. Apenas el cuero fue echado al mar y el niño estuvo sentado encima, empezó
a nadar, alejándose de la orilla y metiéndose mar adentro. Como ya estaba bastante
lejos, de repente fue rodeado por pescados grandes, que se pegaban de las patas
de la vaca, impidiéndole que nadara y trataban de arrastrarla al fondo del mar.
El muchacho Sol,
acordándose de lo que la vaca "dulzura" le había dicho, arrancó un pelo
de la cola, y éste, de forma inmediata, se convirtió en un pesado remo, con el
cual el muchacho dio golpes sobre los pescados, que caían muertos en el mar.
Sólo quedaba uno, el más grande. Joaquín levantó el remo y le dio un golpe tan
feroz que el remo se partió y cayó al mar junto al pescado grande y también desapareció.
La noche llegó muy
pronto, oscura y triste, y el niño ya no veía nada y sacó de su bolsillo un ojo
de la vaca y se sirvió de él como de un anteojo para mirar si no había algún
peligro. Pudo ver hasta el fondo del mar: las rocas, los pescados grandes y
chicos, los monstruos marinos, buques que se habían hundido; pero no vio nada
que le viniera en contra. Guardó el ojo en el bolsillo y siguió navegando toda
la noche.
Al amanecer una gran
bandada de pájaros negros, más grandes que un cóndor, aparecieron volando sobre
la cabeza del niño, y poco a poco bajaron para posarse sobre el cuero. Parecían
muy pesados, y Sol comprendió que podría ser arrastrado al fondo del mar.
Rápidamente volvió a arrancar un pelo de la cola y se transformó en una
escopeta cargada, con la cual disparó y mató una buena cantidad de pájaros, que
cayeron al agua, mientras que, asustados, los otros huyeron volando y haciendo
mucha bulla. Como algunos estaban heridos, el agua del mar, estaba colorada por
la mucha sangre que habían perdido.
El cuero de la vaca "dulzura"
siguió navegando un par de horas más, cuando el muchacho divisó a unas grandes cosas
blancas que brillaban al sol y parecían piedras que flotaban. Eran trozos de
hielo, que muy pronto los rodearon, cerrándole el camino. El muchacho Son se
vio perdido y tal fue su precipitación, que casi arrancó toda la borla de pelos
de la cola de la vaca. Ya sólo quedaron algunos. Los tiró sobre el hielo y el
pelo empezó a arder y al calor producido, todo el hielo se derritió y el cuero
se vio libre otra vez para seguir su camino.
De vez en cuando, el
muchacho Son se servía de los ojos de la vaca "dulzura" para observar
lo que ocurría a su alrededor, hasta que por fin, divisó una pequeña isla sobre
la cual había un castillo antiguo rodeado de murallas tan altas como la
cordillera y por alguna razón, pensó que tal vez su hermanita estaría adentro.
Cuando el cuero de la
vaca "dulzura" llegó cerca de las murallas, el muchacho Sol miró con
sus anteojos y pudo ver a través de las paredes de la muralla una sala muy
grande. En el medio había una columna de mármol negro, a la cual un hombre
estaba amarrado por una gruesa cadena y cerca del hombre había un brasero lleno
de carbones encendidos y, arrodillada delante del brasero, una mujer que el muchacho
reconoció por ser la bruja Alegría que, según decían, había enredado a su
padre. De una mano sujetaba a una niña y en la otra tenía un gran cuchillo con
el cual se preparaba a degollarla. La mujer parecía hablarle al hombre que
estaba amarrado y él siempre tenía la cabeza vuelta por el otro lado, como si
no quisiera ver lo que la mujer iba a hacer.
Sin perder un
momento, el muchacho Sol sacó los pocos pelos que quedaban todavía a la cola de
la vaca "dulzura" y los puso en su bolsillo. Azotando un pelo contra
la alta muralla del castillo y como acto de magia tuvo una escalera tan alta
que parecía poder alcanzar hasta el mismo cielo. El niño subió y llegó a una
ventana de la sala donde estaba la mujer. De un salto, cayó cerca del brasero y
derribó a la mujer, arrancándole el cuchillo. Al ruido que hizo, el hombre
amarrado volvió la cabeza y el muchacho reconoció a su padre, tan pálido y tan
flaco, que parecía un esqueleto.
La mujer con la niña
habían rodado por el suelo. Algunos pelos de la cola, transformados en
cordeles, sirvieron para amarrar a la bruja. El valiente muchacho recogió a su inocente
hermanita para luego correr a desatar a su padre, que se echó llorando a sus
brazos, cubriendo de besos a sus dos hijos.
La bruja Alegría,
bien amarrada, estaba tendida en el suelo, lanzando gritos y blasfemias. El
muchacho Sol, que había entregado la niña a su padre, no la perdía de vista y
notó que la bruja Alegría trataba, arrastrándose, de acercarse a la columna de
mármol negro. Maliciando que tal vez tendría algún medio de salir por ella,
sacó un ojo de la vaca "dulzura" y empezó a mirar la columna. Vaya
sorpresa que se llevó cuando vio que ésta era hueca y que en ella había una
escalera que bajaba a un subterráneo. Descubrió la puerta, que el brasero
ocultaba, y entonces la abrió. Cogiendo a la bruja, la lanzó con todas sus
fuerzas escaleras abajo, durante largo tiempo se oyó el ruido que hacía mientras
rodaba y al rato después, se escuchó un grito, y nada más.
El muchacho Sol, con
su padre Próspero y la niña Luna, bajaron despacio la larga escalera y llegaron
hasta un subterráneo en el cual había grandes cajones llenos de monedas de oro
y piedras preciosas, que parecían el tesoro escondido de un gran pirata,
observando el cuerpo de la bruja Alegría, hecho tortilla, estaba al pie de la
escalera, ahí lo dejaron y ellos se llenaron los bolsillos de oro, perlas y
diamantes. Después, siguiendo un camino subterráneo, llegaron al pie de la alta
muralla a orillas del mar, donde pensaban encontrar de nuevo al cuero de vaca
"dulzura" y embarcarse en él, pero el cuero había desaparecido, y en
su lugar había un bonito buque, que se balanceaba sobre las aguas. Se
embarcaron en él, y el buque empezó a navegar tripulado por seres invisibles.
Rendidos de cansancio, el muchacho y su padre se durmieron profundamente y no
despertaron hasta que el buque se detuvo en la pequeña playa que estaba
enfrente del ranchito.
Perpetua estaba a
orillas del mar, así que pudo presenciar la llegada del misterioso buque y el
desembarco de su perdido esposo Próspero con sus queridos hijos. Se abrazaron
todos, llorando de emoción. El marido contó todos los detalles de la historia
de cómo, yendo él hacia la feria del progreso, la mala mujer le había pedido
que la llevara en ancas para atravesar el río, y de cómo, apenitas estaban en
medio del agua, ella había dicho algunas palabras muy raras y confusas. El
caballo se hundió en las aguas y había sido transportado al castillo de la isla
misteriosa. Desde entonces, el hombre había pasado amarrado porque no había
querido casarse y acceder a todas las pretensiones de la bruja Alegría, que
estaba muy enamorada de Próspero desde hacía mucho tiempo atrás.
Mientras que su padre
contaba su historia, su hijo Son caminaba pensativo, recorriendo la playa. De
repente, vio el cuero de la vaca "dulzura", que las olas habían
arrojado sobre la arena. Estaba cerca del montón de carne y huesos que el
muchacho había matado y que nadie había tocado. El muchacho Sol pensó
enterrarlo todo y, extendiendo bien el cuero, puso adentro los huesos y la
carne. Puso también los ojos, que tenía en el bolsillo, e hizo un gran atajo
amarrado con todo. En esto se encontró todavía un pelo de la cola, que había
quedado en su bolsillo. Encendió un fósforo para quemarlo; pero al arder el
pelo le quemó los dedos, así que lo soltó. El pelo cayó sobre el cuero, y en un
dos por tres la vaca "dulzura" se levantó sana y gorda como antes y caminó
hacia el rancho.
El muchacho estaba
como quien ve visiones. Llamó a su padre y a su madre, a quienes había contado
lo de la vaca "dulzura". Al verla todavía viva, comprendieron que era
un milagro de la Providencia y dieron gracias al cielo por el favor que les
había hecho, según sus creencias religiosas. Con una porción de las riquezas
que habían traído del subterráneo, el padre de Son compró una hermosa tierra,
animales y todo lo necesario y se hizo rico, porque le fue bien con las
cosechas y todos vivieron felices hasta la hora de su muerte.
Mientras tanto, la
tormenta de esta noche ya pasó, desconociendo cuanto tiempo permanecí apoyado
en la ventana mientras recordaba el relato y ahora mismo recuerdo que tengo
unas diligencias pendientes por hacer, y este cuento se acabó, porque el viento
se lo llevó. Cuando vuelva a llover, lo volveré a recordar para dedicar tiempo
a mi imaginación.