Entre una fonda central y otra había una jornada o sea
el trayecto que la mayoría de arrieros, en circunstancias normales, recorría en
un día. Las mejores fondas eran aquellas que tenían los servicios
indispensables para pasar la noche: corredor empedrado para la carga, potreros
y agua abundante para las bestias sudorosas, trapiche cercano para la melaza,
salón para que los arrieros descansaran la noche, comida abundante, aposento
para las damas, tienda surtida para equiparse de vituallas, herrería y, ojalá,
alguna mujer de armas tomar, al estilo de Pacha Durán, en la obra de Arias
Trujillo o de Doña Petra, en la estupenda obra costumbrista Asistencia y Camas,
de Rafael Arango Villegas.
Las fondas mejor ubicadas y que no estuviesen rodeadas
de un latifundio se convirtieron en caseríos y varios de estos se desarrollaron
hasta crecerse en pueblos. De otras fondas sobrevivieron los paredones de tapia
que aún espantan. La mayoría de fondas pasó al olvido. En el camino que
atravesaba la Cuchilla de Belalcázar que, desde la segunda década del siglo XX,
empezaba a llamarse Camino de los Pueblos, la fonda más próspera fue la que
perteneció a Misiá Reyes Cardona y estaba plantada frente al actual cementerio
de Belalcázar.
La violencia dictada por el hambre se opuso a la
violencia apoyada por la ley. Ningún gobierno colombiano ha logrado solucionar
el sempiterno conflicto de la tierra. Al frente del latifundista anterior, del Camino Real
hacia el río Risaralda, se extendían las tierras de Don Pedro Orozco Ocampo, en
cuanto a La Soledad se refiere (luego llamada Belalcázar). Otros propietarios
fueron Don Gregorio y Don Juan José Ocampo, por la región de El Guamo (San
Gerardo) y Miravalle (llamado luego San José). Las tierras hacia el sector de
San Joaquín (bautizado luego como Risaralda), pertenecían a Don Lino Arias, en
gran parte. Ellos repartieron tierras entre los colonos y vendieron tajos para
después marchar a otras regiones a abrir montaña y repetir sus gestos de buena
voluntad con un pueblo dispuesto a empuñar las armas contra los que no
atendieran sus quejas.
Buscar albergue en las alturas fue la manera más sagaz
y eficaz que encontraron los colonos para librar a sus familias del paludismo,
la malaria y la fiebre amarilla. Durante la semana, las peonadas cogían falda
abajo a descuajar selvas feraces y feroces. En la tarde del viernes o sábado,
ascendían con las primicias agrícolas y de cacería; descuartizaban los cerdos,
celebraban los bautismos y matrimonios con cura invitado periódicamente,
levantaban a la orilla del camino una pieza más o unas casas más para los
recién casados o para el resto de la familia que acababa de mudarse de
Antioquia o el Norte de Caldas; casas que, luego, cuando el tiempo diese
dinero, se sustituirían por rascacielos en andamios de guadua y madera,
forradas en láminas de zinc para evitar que el agua venteada que venía desde el
Chocó, las pudriera. Aún no había llegado el cemento importado al país. Así se
fueron construyendo o “fundando”, como califican impropiamente, la mayoría de
los pueblos del Viejo Caldas.
Tierra y Agua son dos elementos inseparables cuando se
trata de colonización y fundación. En la variable oriental del Camino Real de
Occidente es tan escasa el agua, por razones de gravedad, que por no haberla
tenido en cuenta acabó con Santa Ana, San Gerardo y casi que acaba con
Belalcázar, Anserma y San José. Estos villorrios quedan en la parte más alta de
la cuchilla por lo que allí el agua de los nacimientos no baja sino que sube.
Al grito de “Con Agua se hace Pueblo”, el alcalde
Ernesto Arias comandó, en 1915, la titánica obra de conducir el agua desde
Charco Verde (San Isidro) hasta el casco urbano de Belalcázar siguiendo el
trazado espontáneo del camino. Antes, las gentes tenían que madrugar por el
agua cargada a la famosa Poceta, antiguo abrevadero de arrieros y bestias. En
San José bajaban por agua a Las Travesías.
No escasearon las luchas, entre compadres, por
apoderarse de un nacimiento de agua. Tampoco fueron pocas las veces que, en
mulas, sacaron cadáveres de compadritos que se batían a duelo por hacerse
dueños de un nacimiento.
Camino de destinos contrarios en contacto:
contrabandistas de tabaco y aguardiente; cuatreros de escapulario al cuello;
mendigos con las llagas al aire a la vera del camino; séquitos de campanillas;
peregrinos de avemarías y rosarios en voz alta tras la última esperanza
prendida del Milagroso de Buga.
Por este camino, desde las montañas de Támesis,
Valparaíso, Caramanta, Andes y Jardín,
pasando por Marmato, Supía y Riosucio, y luego por Anserma, Belén y Apía o
Risaralda, San José y Belalcázar, se fraguó uno de los espantos más
característicos de la mitología caldense. Hojas Anchas quedaba en la frontera
entre Antioquia y Caldas; era una vereda, entre Caramanta y Supía, y allí había
un puesto con policías encargados de decomisar los contrabandos de licores y
tabaco que traían de Antioquia con rumbo al Viejo Caldas. A media noche, los
contrabandistas organizaban una camilla de madera a modo de barbacoa cubierta
con una sábana blanca, como si, a paso rápido, cargasen un herido o un muerto.
Policías y vecinos corrían despavoridos pues suponían que se trataba del
Espanto de Hojas Anchas.
Los arrieros y usuarios del camino conservaban el uso
del tiempo que trazó la naturaleza. Salían cuando clareaba y estaban
desenjalmando las bestias, cuando atardecía. Por lo general, se levantaban y
acostaban con las gallinas. La noche era el reino de la sombra, del miedo, del
espanto, de gritos y aullidos extraños, del ataque aleve. Las orillas cubiertas
de añosos árboles eran morada de la Madremonte, del Pollo Maligno, del Duende.
Por esa ruta nocturna circulaban la Mula de tres
patas, el Cura sin Cabeza, el Cabezón, la Lavativa o había que hacerse a un lado
porque venían con la chirriante barbacoa. Tal vez ese tipo con unos perros que
encontraron en la fonda fuera el maldadoso Bermúdez. Cuidado, en las noches,
con las mulas. Que no amanezcan con las patas cortadas, aunque las brujas les
hayan enredado la crin.
"Entre tinto y tinto tomo nota
sobre tanto que escucho y
dejo que mi imaginación reconstruya
la historia de mi pueblo"
sobre tanto que escucho y
dejo que mi imaginación reconstruya
la historia de mi pueblo"
Página siguiente: 3.1. Camino Real de Occidente