A principios del siglo XX una recua de mulas (20 o 30
aproximadamente) cargada con café sale de Manizales, pequeña ciudad de 24.000
habitantes; sólo tres caminos permitían llegar a las tierras más bajas, los
cuales, eran bien peligrosos y llenos de obstáculos que debían sortear los
transeúntes, así:
1 ruta
Toman la vía de Moravia y a varios días de sortear
tragadales, llegan a la estación del tren de La Dorada. El aire reverbera,
parece que mulas y arrieros estuvieran sumergidos en una chocolatera hirviente
y cuando la locomotora pita y rechina sobre los rieles, el perrito trompinegro
que acompaña al caporal, huye despavorido con la cola entre las patas y se
pierde para siempre en el rastrojero de las riberas del río Magdalena.
Los arrieros descargan los animales y los coteros van
arrumando los bultos en el depósito de la compañía inglesa para luego llevarlos
a las bodegas de un barco de la misma compañía que los llevará a un puerto de
la costa Atlántica, si el nivel del agua lo permite, o se recalentarán durante
semanas dentro del barco en tiempos de sequía.
Si la embarcación no se vara en un arenero y no fallan
las máquinas, por fin llega al océano, bajan los bultos de café y en canoas lo
embarcan de nuevo en un navío que cruzará el Atlántico rumbo a Norteamérica o a
Europa.
2 ruta
Otra recua de bueyes sale de Manizales hacia
Buenaventura buscando el Pacífico; van más de cincuenta animales lentos y
‘pachochos’ pero más seguros y fáciles de manejar; no tienen los resabios de
las mulas, que aprovechan el primer descuido para desviarse a comer yerba o se
hacen las cansadas en cualquier recodo del camino.
Los bueyes se descuelgan por el Alto de San Julián,
atraviesan Santa Rosa de Cabal y con paso parsimonioso entonan un concierto de
mugidos al llegar al puerto de La Fresneda sobre el rio Cauca, al frente de
Cartago, donde los arrieros, tan lentos como los bueyes, descargan sin afán los
bultos de café de 60 kilogramos que de inmediato se llevan al barco a vapor Cauca,
que tiene capacidad para 180 bultos.
El vapor Cauca es un barco de apenas 10 toneladas,
pero hay otros como el Mercedes, de 200 toneladas de capacidad, que no
solamente cargan café y otros productos, sino también los pasajeros que llegan
de Manizales y Pereira en viajes de placer o de negocios.
Tras cinco días de navegación el barco llega a Puerto Isaacs,
se vuelve a cargar el café en mulas y empieza otro recorrido azaroso y lleno de
peligros en medio de montañas eriazas que lleva la partida hasta la estación de
Córdoba en el trayecto entre Cali y Buenaventura. Allí de nuevo suben el café a
los vagones y el tren de carbón los arrima a los muelles de Buenaventura, para
el embarque hacia el extranjero cruzando el océano Pacífico. Fue un viaje de
centenares de kilómetros por ciénagas y pantaneros, en medio de diluvios y el
calor sofocante del trópico.
3 ruta
El café cultivado en las laderas de Belálcazar y del
Tatamá se sacaban a lomo de mula por trochas que iban a Puerto Chávez y a La
Virginia. Los trayectos no eran tan largos pero estaban llenos de peligros por
las fieras, la topografía y los bandidos que asaltaban las recuas.
Los arrieros de la región además de dominar las mulas
eran macheteros y guapos. Fue famoso Pedro Benjumea, un "jayanazo" (expresión
que indica grande, grandote) de dos metros de altura, capaz de levantar una
mula cargada. Cuenta la leyenda que Benjumea bajaba de Balboa y Santuario con
enormes partidas hasta las orillas del Cauca. Después de descargar el café
departía con sus amigos hasta muy entrada la noche; nadie se atrevería a viajar
en las sombras con decenas de mulas y menos por la trocha de la Giralda,
plagada de espantos y almas en pena; solamente lo hacía Pedro Benjumea. “Aquí
voy con el sol que más alumbra” decía al partir mostrando una botella de
aguardiente.
A falta de un Cauca navegable, los antioqueños
llevaron el ferrocarril a sus orillas para transportar el café del suroeste de
su departamento y del norte de Caldas. A Bolombolo, primero, y luego a La
Pintada, los arrieros de Aguadas y de Pácora llevaban parte del café de la zona
y el resto del grano lo descargaban en una pequeña estación de un tren en
miniatura que los paisas avispados tendieron de contrabando sobre territorio
caldense.
A la Pintada llegaba también el café de Riosucio y
Supia, que pasaban en planchón con mulas y carga para llevarlo por ferrocarril
hasta Puerto Berrío donde con el café del norte de Caldas y el de Antioquia se
embarcaba por el río Magdalena. Las exportaciones de café crecieron en razón directa a
la extensión de las líneas ferroviarias y estas se alargaron a medida que
aumentó la producción de café. Los caminos terminaron en las estaciones que
fueron inmensos corralones de mulas y de bueyes.
Con la demanda de carga, los empresarios ingleses
complementaron el ferrocarril de La Dorada con un cable aéreo que enlazó la
estación de Mariquita con Manizales. Por su parte, el departamento de Caldas
construyó otro cable que conectó su capital con el sitio de Muelas en cercanías
de Aránzazu que transportó gran parte del café del norte de ese departamento.
Mientras Manizales se defendía medianamente con los
ineficientes cables, se tendió una vía ferroviaria para enlazar la región con
el ferrocarril del Pacífico que en 1923 había llegado a Cartago y se extendía
hasta Buenaventura.
El ferrocarril de Caldas arrancó en Puerto Caldas, a
orillas del río La Vieja, llegó a Pereira, un ramal lo unió con Armenia y otro
con La Virginia. Atrás quedaba la época de las trochas camineras y Pereira
desplazaba a Manizales en el comercio del café, pues hasta su estación de tren
llegaba el grano del occidente y del centro de Caldas.
Cuando por fin el tren llegó a Manizales, el afán no
eran las ferrovías sino las carreteras y Pereira y Armenia llevaban la
delantera en ese sentido. El ferrocarril quebró las empresas navieras y a
muchos dueños de recuas (grupo de animales de carga), pero el esplendor de las
locomotoras no duró mucho, pues la burocracia y los malos manejos, más que los
camiones, se encargaron de anular la obra que tanto esfuerzo y dinero costó a
los colombianos.
Después de varias
décadas parece que regresan los trenes; reverdecerán los recuerdos y no
faltarán poetas y viejos nostálgicos que en noches de luna vean a Pedro
Benjumea arriando mulas, perciban los espantos por las trochas de La Virginia y
sientan el bufido de la locomotora Zapata pidiendo paso, como un toro amarrado,
para borrar con sus ruedas la herrumbre de los rieles enterrados en los
cafetales.
"Entre tinto y tinto tomo nota
sobre tanto que escucho y
dejo que mi imaginación reconstruya
la historia de mi pueblo"
sobre tanto que escucho y
dejo que mi imaginación reconstruya
la historia de mi pueblo"
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