El padre Antonio
José Valencia Murillo nació en Filandia (Quindío), de padres
antioqueños. Inició el magisterio sacerdotal en su pueblo natal donde fundó el colegio de La Trinidad el día 7
de febrero de 1937. El primero de septiembre de 1944 lo trasladan a Belalcázar, y con el café y la luz
eléctrica, la llegada del cura Valencia es lo más grande y benéfico que le
ocurrió a esa localidad caldense incrustada en el paisaje que tiene las
estrellas como techo y el valle de Risaralda como tapete.
El padre Valencia se entregó a su feligresía con alma,
corazón y sombrero y los parroquianos le
correspondieron en forma tal que cuando
cumplió 22 años de ejercicio pastoral dijo en broma que quería como
regalo una volqueta para adelantar la carretera a la Quiebra de la Habana y al
otro día la ciudadanía le entregó una volqueta último modelo con el platón tapizado de billetes.
Otro día, viendo que la carretera El Crucero-La Isla
iba a quedar bloqueada por un derrumbe, reunió a la gente pudiente y propuso la
compra de un bulldozer para hacer un ramal y también se lo consiguieron,
convirtiendo al municipio en el primero que tuvo maquinaria pesada en el
departamento de Caldas.
Un día, cuando celebraba misa en Belalcázar, agobiado
por la situación de la gente, se imaginó
un Cristo colosal cuyas manos abiertas señalaran el camino de paz a sus amados
feligreses. Inmediatamente empezó a darle forma a la idea. El Señor Ángel
Arango regaló el terreno y en solemne procesión que llegó al sitio escogido,
los habitantes del municipio juraron levantar en el Alto del Oso el grandioso
monumento. Sin distinción de partido ni color político los vecinos se unieron
para llevar a cabo el proyecto. Contribuyeron con libras, con arrobas con
yipaos de café y detrás del Cristo se fueron amansando los violentos y empezó a
renacer la paz. El 12 de enero de 1954, el arzobispo de Manizales y los obispos
de Pereira y San Gil bendijeron la magna obra.
El citado levita fraguó el sueño de levantar ese
monumento como una plegaria por la Paz de Colombia, y sobre todo del Occidente
del Departamento, tan golpeado, en esa década, por la violencia partidista. Encomendó
los planos y diseño arquitectónico del Monumento a Cristo Rey al arquitecto
Libardo González, la construcción al ingeniero Alfonso Hurtado Sarria y el maestro de obra Francisco Hernández Jaramillo
cayó al vacío cuando ya concluían la obra. Se utilizaron en su construcción
1.650 bultos de cemento y 7 toneladas de hierro que fueron utilizadas para
construir sus brazos. La altura es de 45 metros incluido el pedestal, la sola
imagen del Cristo tiene 37 metros, equivalente a un edificio de unos 12 pisos y
para subir, por el interior hasta la cabeza, hay que ascender por 154 escalas.
La construcción de la obra duró seis años, entre 1948 y 1954. Las manos de este
Cristo forman los brazos de la cruz, igual que los cristos de Rio de Janeiro y
de Cali que también se yerguen en colinas desde donde se dominan amplios
panoramas.
La bandera de Belalcázar fue ideada por el presbítero Antonio José
Valencia Murillo en 1.950 y fue adoptada mediante Acuerdo número 100 del 25 de
noviembre de 1995. Está constituida por dos franjas horizontales de igual
ancho dándole forma rectangular al pabellón. La franja superior es de color
amarillo, y se entiende como símbolo de nobleza, riqueza, poder y constancia.
La parte inferior o segunda franja es de color verde, y significa la esperanza,
representando además la fertilidad de las tierras belalcazaritas. En el centro
de la bandera, cobijando pliegues amarillos y verde, se destaca una estrella
blanca de cinco puntas, que significa el hombre.
Después de una larga permanencia en Belalcázar el
obispo lo trasladó a la brava y a regañadientes
a la Catedral de la Pobreza en Pereira. El cura se sintió solo e inútil
en el nuevo escenario, lejos de sus ‘ruanetas’ y ‘carrielones’. Afortunadamente
Dios llegó al rescate cuando Rubén Darío
Gómez, Pablo Hernández, Alfonso Galvis y Ariel Betancur fueron a pedirle ayuda
para competir en la Vuelta a Colombia en bicicleta. El padre Valencia volvió a
mover la feligresía, su voz resonó en el púlpito. “Pereira nunca falla” fue su
lema y uniendo la acción a la palabra recorrió la ciudad con Fabio García S.,
consiguió el patrocinio para los corredores y plata para la Liga Departamental
de Ciclismo. Su entusiasmo se vio compensado con creces. Pereira
vibró de entusiasmo cuando Rubén Darío, el “Tigrillo” de Pereira arrebató los
laureles a la imbatible jauría antioqueña en la lucha más dramática en una
Vuelta a Colombia en bicicleta.
Cuando lo nombraron de párroco de la Catedral de
Pereira, abanderó la construcción del estadio de fútbol de esa ciudad.
“Villa Olímpica haremos en Pereira
Moviendo tierra tal cual ayer
Cuando a Colombia le entregamos
Matecaña sin fuerza extraña que agradecer”
Esta tonada con letra de Luis Carlos González y música
tomada de la vieja canción “Tú ya no soplas”, fue el himno de combate que
desgranaba el altoparlante de una camioneta desde la cual el padre Valencia
anunciaba el convite del día siguiente.
El sacerdote no respetaba hora ni lugar. El padre Valencia “no dormía ni dejaba dormir”,
y así, a punta de púlpito y altoparlantes
Pereira volvió por sus fueros de capital cívica de Colombia y construyó
el estadio, el coliseo del centro y las piscinas olímpicas. En esa oportunidad
correspondió a Ibagué el honor de ser sede de los Juegos Olímpicos Nacionales,
pero en 1974 Pereira se dio el lujo de iniciar los siguientes Juegos Olímpicos
el día y hora fijados, sin disculpas ni retrasos.
Tanto funcionó el Padre Valencia con sus ciclistas, la
Villa Olímpica y el Deportivo Pereira desde
la Catedral, que algunas beatas y unos cuantos camanduleros protestaron
ante el Obispo diciendo que el sagrado púlpito se había convertido en el noticiero deportivo de
la ciudad. –“Y hasta de pronto era cierto”- dijo el Padre Valencia con una
franca y socarrona sonrisa.
Ante las continuas quejas, el obispo le quitó el
micrófono y le anunció traslado a Riosucio. El sacerdote se hizo el
desentendido y fue prolongando su estancia en la catedral. El obispo movió sus
fichas para que todos los curas renunciaran a sus sedes y dieran vía libre para
su traslado, pero el Padre Valencia no presentó renuncia.
Los riosuceños esperaban con impaciencia la llegada
del Padre Antonio José a la parroquia de San Sebastián, era como si les llegara
un Maradona o un Messi a la Perla del Ingrumá… y el sacerdote no llegaba. El
obispo, en otra de sus jugadas, hizo que una delegación riosuceña se
desplazara a Pereira a hablar con el sacerdote. Uno de ellos le dijo: perdóneme
Padre pero parece que usted no quiere revolverse con nosotros que somos pobres
y ‘patianchos’. “Hombre, no es eso, le contestó, lo que pasa es que Riosucio no
tiene ciclistas”. Al fin el Padre se instaló en Riosucio y la Perla del Ingrumá,
por primera y única vez, vio tremolar las banderas de una cuarteta riosueña en
una Vuelta a Colombia en bicicleta.
"El Padre Antonio José Valencia era un ser paradójico, de pequeña estatura física pero grande para la oratoria sagrada, el canto
selecto y las obras cívicas. Cuando cantaba Granada, O Sole Mío, Malagueña o
Torna a Sorrento se empinaba en las puntas de los pies para poder subir en las
notas más altas de sus melodías predilectas".
Víctima de un infarto cardíaco muere el sacerdote
Antonio José Valencia, de 85 años, la figura cívica, más insigne de los últimos
cincuenta años en Pereira. Se vinculó desde muy joven a Risaralda, donde
ejerció un liderazgo espiritual y deportivo que le valió el reconocimiento de
la región. Fue el promotor de los Juegos Nacionales de 1974 que se realizaron
en esta capital y fue el fundador de la Villa Olímpica, que hoy lleva su
nombre. Fue igualmente párroco de la Catedral de Nuestra Señora de la Pobreza,
de Pereira, y de las iglesias de los municipios de Belalcázar y La Virginia.
"Entre tinto y tinto tomo nota
sobre tanto que escucho y
dejo que mi imaginación reconstruya
la historia de mi pueblo"
sobre tanto que escucho y
dejo que mi imaginación reconstruya
la historia de mi pueblo"
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