Por el Camino Real de Occidente que no hemos
abandonado pasó raudo el correo de ida y regreso con las encomiendas bajo los
encerados impermeables. La Negra Joaquina, morocha, acuerpada como una
aplanadora, trabajaba en la casa cural de Belalcázar pero, con el permiso del
Cura Restrepo, sacaba tiempo una vez por semana para llevar el correo a La
Virginia y luego a San José, a pie y con pasos de atleta olímpica.
En 1913, el alcalde de Belalcázar autorizaba desafíos en La Virginia. En algún fin de semana o semana cívica, los varones de Belalcázar, San José, Viterbo y La Virginia hemos emprendido la peregrinación a las galleras de San Isidro.
En 1916, por la Ordenanza N°18 del 8 de abril, se
declaran como vías departamentales, “las que partiendo de la cabecera de
Marsella y pasando por Beltrán va a Belalcázar… La que partiendo del puente de
la Cana, en el Municipio de Marmato y pasando por las cabeceras de Supía,
Riosucio, San Clemente y Belalcázar, va a La Virginia”.
En 1924, el alcalde de Belalcázar, Abel Osorio,
solicita la creación de la Inspección de Policía en San Isidro “por presentarse
allí casos frecuentes de embriaguez y disparos al aire”. Ya vemos al Señor
Inspector llegar y dirigirse en estos términos a los habitantes de San Isidro: “El
gobierno me manda a poner orden en este infierno de bandidos y de
contrabandistas. Ya no podemos tolerar tanto abuso, inmoralidad y
guachafita y ha llegado el momento de que ustedes anden derecho y dejen de
hacer lo que les da la gana. ¿Entendieron, negros guasamalletas?” (Bernardo
Arias T., Op. cit, pág. 77). La cita anterior fue redactada por el novelista
caldense, para Sopinga, un caserío que vivía fenómenos sociales muy similares a
los de San Isidro.
Según Don Rogelio había que acabar con escenas como
esta que atrapó en su novela Risaralda, el autor nacido en Manzanares:
“Arriba, pues muchachos, que ya el bailongo está
cuajado. Prosigan el meneo y sacudan las caderas que el aguardiente es de caña
y las negras de Sopinga. ¡Agarre usted, compadre, ese trozo de negra que hace
chupar los dedos y dele vueltas como a una potranquita que se amansa con
carantoñas no más!" (Bernardo Arias T., ibid., pág. 35).
1925 fue, en varios órdenes, un año especial para el
Camino Real de Occidente, conocido por todos, ya entrado el siglo XX, como
Camino de los Pueblos. La dinastía de los chasquis o correos de a pie empezó a
decaer, con la aparición en cada caserío, del telégrafo, cuyas líneas y
crucetas de madera iban bordeando el camino de herradura.
Cuando zumbaban los hilos atestados de golondrinas,
algún viajero decía en voz alta: Por dentro de ese alambre va viajando un
telegrama. Y todos lo creían. Las golondrinas no se inmutaban. Los niños
querían convertirse en telegrama para no tener que cabalgar al anca de una
yegua chisparosa, aferrados con las uñas a la espada de su padre con el terror
de caer en uno de aquellos lodazales que, en muchos inviernos, tragaron a las
cargadas bestias.
“El alcalde de Belalcázar, Abel Osorio, presentó, en
1924, el dato de 865.409 cafetos en producción” (Carlos Arturo Cataño, Op.cit.).
En esta temporada fue cuando surgió el proyecto de
construir bodegas alternas a las de Honda, en La Virginia; utilizar el
Ferrocarril del Pacífico para exportar el producto, por Buenaventura y fue
cuando el Honorable Concejo de Belalcázar, en un arranque de sano optimismo,
propuso echar a volar por encima de la Cuchilla el más espectacular Cable
Aéreo.
Como constancia física de aquella primera bonanza, no
tanto por los precios internacionales del café como por la abundancia local de
dinero en poder de gentes industriosas y aún de costumbres patriarcales, nos
quedaron las obras mayores de la digna arquitectura en bahareque de estos
pueblos.
Los viejos de San José comentaban que Belalcázar era
‘el pueblo’ para todo, hasta los años cuarenta. Cuando presentían que se aproximaba el día de un nuevo
alumbramiento en la familia, corrían por este Camino a Belalcázar, a traer a la
Vieja Juanita, célebre entre todas las comadronas de esta Cuchilla. También
recetaba con mucho acierto.
La iniciativa del colosal Monumento a Cristo Rey,
enclavado en el Alto del Oso fue del Pbro. Antonio José Valencia y quienes le
dieron forma fueron el arquitecto Libardo González, el ingeniero Alfonso
Hurtado y el maestro de obra Francisco Hernández. Desde el Cristo de Belalcázar
se divisan territorios de los departamentos de Caldas, Risaralda, Quindío y
norte del Valle. La vista abarca desde el Parque Natural de los Nevados, al
oriente, hasta el Parque Natural del Tatamá, al occidente. Son incontables los
pueblos que se ven desde la cabeza del Cristo. Cartago, La Virginia, Viterbo, San
José, Anserma, Manizales, Palestina, Santuario, Balboa, fuera de caseríos y
veredas de esos y otros municipios. La noche desde este sitio ofrece un
fenomenal derroche de luz sobre todo cuando se mira al Quindío y al Valle
convertidos en un piélago de pueblos como si se tratara de barcos anclados en
la quieta bahía.
"Entre tinto y tinto tomo nota
sobre tanto que escucho y
dejo que mi imaginación reconstruya
la historia de mi pueblo"
sobre tanto que escucho y
dejo que mi imaginación reconstruya
la historia de mi pueblo"
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