sábado, 27 de septiembre de 2014

4. PADRE VALENCIA

El padre Antonio  José Valencia Murillo nació en Filandia (Quindío), de padres antioqueños. Inició el magisterio sacerdotal en su pueblo natal  donde fundó el colegio de La Trinidad el día 7 de febrero de 1937. El primero de septiembre de 1944 lo trasladan  a Belalcázar, y con el café y la luz eléctrica, la llegada del cura Valencia es lo más grande y benéfico que le ocurrió a esa localidad caldense incrustada en el paisaje que tiene las estrellas como techo y el valle de Risaralda como tapete.

El padre Valencia se entregó a su feligresía con alma, corazón  y sombrero y los parroquianos le correspondieron en forma tal que cuando  cumplió 22 años de ejercicio pastoral dijo en broma que quería como regalo una volqueta para adelantar la carretera a la Quiebra de la Habana y al otro día la ciudadanía le entregó una volqueta último modelo con el  platón tapizado de billetes.

Otro día, viendo que la carretera El Crucero-La Isla iba a quedar bloqueada por un derrumbe, reunió a la gente pudiente y propuso la compra de un bulldozer para hacer un ramal y también se lo consiguieron, convirtiendo al municipio en el primero que tuvo maquinaria pesada en el departamento de Caldas.

Un día, cuando celebraba misa en Belalcázar, agobiado por la situación de la gente,  se imaginó un Cristo colosal cuyas manos abiertas señalaran el camino de paz a sus amados feligreses. Inmediatamente empezó a darle forma a la idea. El Señor Ángel Arango regaló el terreno y en solemne procesión que llegó al sitio escogido, los habitantes del municipio juraron levantar en el Alto del Oso el grandioso monumento. Sin distinción de partido ni color político los vecinos se unieron para llevar a cabo el proyecto. Contribuyeron con libras, con arrobas con yipaos de café y detrás del Cristo se fueron amansando los violentos y empezó a renacer la paz. El 12 de enero de 1954, el arzobispo de Manizales y los obispos de Pereira  y San  Gil bendijeron la magna obra.

El citado levita fraguó el sueño de levantar ese monumento como una plegaria por la Paz de Colombia, y sobre todo del Occidente del Departamento, tan golpeado, en esa década, por la violencia partidista. Encomendó los planos y diseño arquitectónico del Monumento a Cristo Rey al arquitecto Libardo González, la construcción al ingeniero Alfonso Hurtado Sarria y  el maestro de obra Francisco Hernández Jaramillo cayó al vacío cuando ya concluían la obra. Se utilizaron en su construcción 1.650 bultos de cemento y 7 toneladas de hierro que fueron utilizadas para construir sus brazos. La altura es de 45 metros incluido el pedestal, la sola imagen del Cristo tiene 37 metros, equivalente a un edificio de unos 12 pisos y para subir, por el interior hasta la cabeza, hay que ascender por 154 escalas. La construcción de la obra duró seis años, entre 1948 y 1954. Las manos de este Cristo forman los brazos de la cruz, igual que los cristos de Rio de Janeiro y de Cali que también se yerguen en colinas desde donde se dominan amplios panoramas.
La bandera de Belalcázar  fue ideada por el presbítero Antonio José Valencia Murillo en 1.950 y fue adoptada mediante Acuerdo número 100 del 25 de noviembre de 1995. Está constituida por dos franjas horizontales de igual ancho dándole forma rectangular al pabellón. La franja superior es de color amarillo, y se entiende como símbolo de nobleza, riqueza, poder y constancia. La parte inferior o segunda franja es de color verde, y significa la esperanza, representando además la fertilidad de las tierras belalcazaritas. En el centro de la bandera, cobijando pliegues amarillos y verde, se destaca una estrella blanca de cinco puntas, que significa el hombre.

Después de una larga permanencia en Belalcázar el obispo lo trasladó a la brava y a regañadientes  a la Catedral de la Pobreza en Pereira. El cura se sintió solo e inútil en el nuevo escenario, lejos de sus ‘ruanetas’ y ‘carrielones’. Afortunadamente Dios llegó al  rescate cuando Rubén Darío Gómez, Pablo Hernández, Alfonso Galvis y Ariel Betancur fueron a pedirle ayuda para competir en la Vuelta a Colombia en bicicleta. El padre Valencia volvió a mover la feligresía, su voz resonó en el púlpito. “Pereira nunca falla” fue su lema y uniendo la acción a la palabra recorrió la ciudad con Fabio García S., consiguió el patrocinio para los corredores y plata para la Liga Departamental de Ciclismo. Su entusiasmo se vio compensado con creces. Pereira vibró de entusiasmo cuando Rubén Darío, el “Tigrillo” de Pereira arrebató los laureles a la imbatible jauría antioqueña en la lucha más dramática en una Vuelta a Colombia en bicicleta.

Cuando lo nombraron de párroco de la Catedral de Pereira, abanderó la construcción del estadio de fútbol de esa ciudad.
“Villa Olímpica haremos en Pereira
Moviendo tierra tal cual ayer
Cuando a Colombia le entregamos
Matecaña sin fuerza extraña que agradecer”
Esta tonada con letra de Luis Carlos González y música tomada de la vieja canción “Tú ya no soplas”, fue el himno de combate que desgranaba el altoparlante de una camioneta desde la cual el padre Valencia anunciaba el convite del día siguiente.

El sacerdote no respetaba hora ni lugar. El  padre Valencia “no dormía ni dejaba dormir”, y así, a punta de púlpito y altoparlantes  Pereira volvió por sus fueros de capital cívica de Colombia y construyó el estadio, el coliseo del centro y las piscinas olímpicas. En esa oportunidad correspondió a Ibagué el honor de ser sede de los Juegos Olímpicos Nacionales, pero en 1974 Pereira se dio el lujo de iniciar los siguientes Juegos Olímpicos el día y hora fijados, sin disculpas ni retrasos.
Tanto funcionó el Padre Valencia con sus ciclistas, la Villa Olímpica y el Deportivo Pereira desde  la Catedral, que algunas beatas y unos cuantos camanduleros protestaron ante el Obispo diciendo que el sagrado púlpito se  había convertido en el noticiero deportivo de la ciudad. –“Y hasta de pronto era cierto”- dijo el Padre Valencia con una franca y socarrona sonrisa.
Ante las continuas quejas, el obispo le quitó el micrófono y le anunció traslado a Riosucio. El sacerdote se hizo el desentendido y fue prolongando su estancia en la catedral. El obispo movió sus fichas para que todos los curas renunciaran a sus sedes y dieran vía libre para su traslado, pero el Padre Valencia no presentó renuncia.

Los riosuceños esperaban con impaciencia la llegada del Padre Antonio José a la parroquia de San Sebastián, era como si les llegara un Maradona o un Messi a la Perla del Ingrumá… y el sacerdote no llegaba. El obispo, en  otra de sus  jugadas, hizo que una delegación riosuceña se desplazara a Pereira a hablar con el sacerdote. Uno de ellos le dijo: perdóneme Padre pero parece que usted no quiere revolverse con nosotros que somos pobres y ‘patianchos’. “Hombre, no es eso, le contestó, lo que pasa es que Riosucio no tiene ciclistas”. Al fin el Padre se instaló en Riosucio y la Perla del Ingrumá, por primera y única vez, vio tremolar las banderas de una cuarteta riosueña en una Vuelta a Colombia  en bicicleta.

"El Padre Antonio José Valencia era un ser paradójico, de pequeña estatura física pero grande para la oratoria sagrada, el canto selecto y las obras cívicas. Cuando cantaba Granada, O Sole Mío, Malagueña o Torna a Sorrento se empinaba en las puntas de los pies para poder subir en las notas más altas de sus melodías predilectas".

Víctima de un infarto cardíaco muere el sacerdote Antonio José Valencia, de 85 años, la figura cívica, más insigne de los últimos cincuenta años en Pereira. Se vinculó desde muy joven a Risaralda, donde ejerció un liderazgo espiritual y deportivo que le valió el reconocimiento de la región. Fue el promotor de los Juegos Nacionales de 1974 que se realizaron en esta capital y fue el fundador de la Villa Olímpica, que hoy lleva su nombre. Fue igualmente párroco de la Catedral de Nuestra Señora de la Pobreza, de Pereira, y de las iglesias de los municipios de Belalcázar y La Virginia.


"Entre tinto y tinto tomo nota
sobre tanto que escucho y
dejo que mi imaginación reconstruya
la historia de mi pueblo"

Página siguiente: 5. Mitos y leyendas