viernes, 26 de septiembre de 2014

1. PIONERO DEL TRANSPORTE

Uno de los pioneros del desarrollo del transporte en Colombia fue Francisco Javier Cisneros (1836 - 1898) nacido en Santiago de Cuba, quien tuvo la fortuna que su abuelo militar y su padre abogado le posibilitaron económicamente realizar estudios de Ingeniería civil en la Universidad de La Habana y una especialización en el Rensselaer Polytechnic Institute (RPI) en Troy (New York), Estados Unidos. De regreso a Cuba en el año 1858, ejerció como director y administrador de ferrocarriles de la Isla durante diez años, al cabo de los cuales la vida de Cisneros dio un viraje súbito al consagrarse de tiempo completo a la causa revolucionaria anti-española, encargándose de la dirección del periódico independentista El País y participando en las actividades preparatorias de la conspiración de Yará, en 1868.
Llega a Colombia más exactamente a Antioquia en 1874 no como el revolucionario cubano, sino como el ingeniero ferroviario, quien agradecido con Colombia y sinceramente ansioso de ayudar a su progreso material, sin descartar anhelos de fortuna propia, estaba lejos de sospechar que su presencia desataría una verdadera revolución en las comunicaciones y transportes colombianos. Con su carisma personal pensó como enfrentar todos los obstáculos más comunes que se presentaban en todo concesionario ferroviario del siglo XIX, tales como: la dificultad para conseguir capitales en el exterior, la inseguridad política, los retrasos en los pagos gubernamentales, la ferocidad del trópico y las misérrimas perspectivas del tráfico. Se rodeó de un excelente cuerpo de ingenieros que le acompañarían durante veinticinco años en Colombia, entre quienes se contaron los cubanos: Ernesto L. Luaces, Aniceto Menocal y Ernesto J. Balbin, colegas del Rensselaer Polytechnic Institute: Vicente Marquetti, J.F. Pérez y Manuel F.Díaz, experto en el Ferrocarril de Panamá, los ingenieros norteamericanos: Thayer, Yeatman, Dougherty, además de maquinistas hábiles de locomotoras como el norteamericano Alexander Henry. Con todos ellos, Cisneros introdujo e impuso la trocha angosta de 91,4 centímetros, apartándose del estándar internacional de 1,435 metros, pero dando un ejemplo a la inexperta ingeniería nacional de cómo adaptar a la topografía colombiana una norma mundial, ganando agarre en las curvas forzadas aunque se perdiera estabilidad, como lo venía sosteniendo en su escrito "Ferrocarriles de vía estrecha", leído en 1872 en la Sociedad de Ingenieros Prácticos de New York, a la que pertenecía. Tanto en el Ferrocarril de Antioquia como en el de Pacífico organizó el trabajo de las cuadrillas de peones, de carpinteros y herreros, de albañiles y telegrafistas, con base en su cuaderno "Instrucciones acerca de la organización de esta empresa".

Pronto el trópico y la política tropical empezaron a rodear a Cisneros. No propiamente el tigre, la mapaná yori, el jején, los zancudos, el nuche, las fiebres delirantes, las avalanchas del Dagua o los embates del mar, sino cuatro guerras civiles e insurrecciones locales que, por ejemplo entre 1876 y 1885, le impidieron al ingeniero cubano llegar a Medellín en 1884, según lo pactado, alcanzando sólo 48 kilómetros y apenas a medio camino. Cisneros fue indemnizado generosamente y aprendió la lección: como el gobierno no cumplía los pagos pactados y las guerras civiles arrastraban tanto trabajadores como obras, lo mejor era dejar sin efecto los contratos como lo hizo también con el de La Dorada y el Pacífico. En una sociedad estamental, sin clases sociales definidas como la colombiana decimonónica, donde prevalecía el sentimiento de honor sobre la seguridad de los contratos, los ganadores eran siempre los concesionarios, como lo confirma el artículo XLV del contrato entre Cisneros y el Ferrocarril de Antioquia: "Aunque Cisneros ha ofrecido al Gobierno del Estado una garantía personal para asegurar el resultado o buen éxito del contrato esto no obstante el Gobierno confiado, como confía con sobra de razón en la elevación de carácter de aquel Señor y en la honorabilidad de sus precedentes, se conforma con la seguridad que resulta de las estipulaciones que asisten en el presente acto, y rehúsa la garantía que ofrece el concesionario".

Ojos más voraces que los de Cisneros vieron en esta debilidad del Estado una oportunidad para montar la industria ferroviaria sin chimeneas que actuó por lo general así: se celebraba un contrato entre el gobierno central o regional y un concesionario, generalmente extranjero, contrato que servía como eje de una serie indefinida de modificaciones que cambiaban totalmente el sentido de la concesión primitiva, hechas siempre a favor de la compañía concesionaria que, homogénea frente a un personal del gobierno no siempre idóneo pero sí cambiante, recibía al final fuertes indemnizaciones, muchas veces sin clavar un solo riel. Estas empresas llegaron a ser un estado dentro del Estado, auténticos monopolios de hecho, capaces de enfrentársele, con el respaldo armado de sus gobiernos, como verdaderas amenazas a la existencia de la nacionalidad.

Con su toque de Rey Midas, en 1878 creó la "Sociedad Agrícola y de Inmigración" encargada de colonizar las 200.000 hectáreas de baldíos que la Nación y Antioquia le cedieron; en 1884 fundó "Cisneros y Cía." para construir los ferrocarriles de La Dorada y de Girardot, en tanto que el ferrocarril de Bolívar llegó a su propiedad, como fruto de las obligaciones vencidas del gobierno para con él. Fue socio mayoritario de la "Compañía Colombiana de Transportes", que importó modernos barcos a vapor en el Magdalena, y a la cual aportó 92.000 libras esterlinas, o sea, casi medio millón de pesos.

Cuando en 1898 Cisneros abandonó el país, su fama era inversamente proporcional a su fortuna. En Antioquia, era ya considerado un "héroe del trabajo", ideal anhelado para reemplazar a los héroes militares. Mientras descendía, enfermo, por el Magdalena, llegó a Puerto Berrío, sitio de su primer éxito y de cuyos pantanos debió ser sacado tres veces agobiado por las fiebres tercianas. Quizá entreviera que su ecuación de los ferrocarriles colombianos estuvo mal planteada: en vez de empezar desde la inhóspita manigua hacia las frescas sabanas, debió haber procedido al revés, reduciendo riesgos económicos y naufragios morales. No obstante, la eponimia de la técnica en Colombia lo recompensó manteniendo viva hasta hoy su memoria, al darle su nombre no sólo a una plaza de Medellín, con su estatua, sino también a dos municipios situados en las líneas férreas de Buenaventura a Cali y de Puerto Berrío a Medellín. Aún le quedaban a Cisneros energías para reencontrarse con su pasado revolucionario, pues ya en New York apoyó a los independentistas cubanos con fondos propios y en misiones secretas ante el gobierno norteamericano. No pudo, sin embargo, ver el triunfo de la revolución, pues murió el 7 de julio de 1898, en la metrópoli neoyorkina.
"Entre tinto y tinto tomo nota
sobre tanto que escucho y
dejo que mi imaginación reconstruya
la historia de mi pueblo"

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