Tal como lo habían preparado a la hora y lugar indicado, el grupo de amigos se reúne en la plazoleta antes de cruzar el puente en espera de todos los integrantes y dar una última revisada a los elementos necesarios disponibles para esta nueva aventura.
Como era su costumbre el primero en estar disponible y acudir puntualmente a las reuniones sociales, era Ramón siempre acompañado de su ruidosa grabadora hasta el punto que algunos pobladores lo oían desde sus adentros al momento de pasar frente a sus casas o al cruzar las calles, al extremo de ser considerado por muchos como “el loco” por la facilidad de exteriorizar su alegría y contagiar a todo aquel que se encontraba cerca con su carisma social, su agilidad para bailar e improvisar letras en canciones reconocidas y de mucho contagio entre los adolescentes, pero pésimo estudiante no solo por las bajas notas académicas obtenidas sino también por la poca asistencia a clases aduciendo malestar físico y continuas enfermedades virales, además había repetido varios cursos. No transcurre mucho tiempo y aparecen varios muchachos equipados con mochilas listos para ir al paseo.
Después de una prolongada espera en la
plazoleta, se dan cuenta que al paseo de hoy no acudieron: Francisco, Juan y
sus hermanas, ni las amigas que habían invitado; pero de igual forma, inician
la caminata cruzando el puente para llegar al otro lado donde está la estación
del ferrocarril y allí se encontraran con el resto de amigos que viven en esa
zona, aumentando el número de asistentes y ellos, ya están bastante impacientes
con la espera. El tiempo de recorrido fue justo para coincidir la llegada de
los muchachos con la hora en la que cruza el artesanal medio de transporte
férreo que deben usar para poder llegar hasta el kilómetro cinco como el sitio
deseado.
De manera sorpresiva,
Carlos observa en la distancia como al frente de la casa cerca a la estación
del ferrocarril, debajo del árbol que da sombra, descansan en sillas mecedoras
Doña Carlota y sus hijas Pilar y Yolanda, a quién conoce desde tiempo atrás y
sin perder un minuto se acerca para saludarlas. Conocido por su habilidad de
expresión verbal y mucho cotorreo, rompe el hielo, diciendo: “Hola familia,
tengan buenas tardes” y las tres mujeres de igual forma ante éste cortés
saludo, responden: “Muy buenas tardes joven, ¿hacia donde van de paseo?”.
“Hasta el kilometro cinco a tirar baño para pasar la tarde” y de forma
repentina, como si hubiera estallado una bomba en frente de sus caras, Carlos
lanza una invitación a Yolanda la hija menor de Doña Carlota, mujer de rostro fuerte,
mala cara y reconocida por su estricto carácter de educar a sus hijas. De forma
inmediata, Doña Carlota le dice: “Mire joven, ¿Usted quién se cree que es?,
como se atreve a invitar a mi hija a un paseo donde solo van hombres?, Además
Yo no lo conozco, ni le tengo confianza para dejar que un mechudo y mi hija se
vayan a pasear solos”. Yolanda mentalmente pensaba como se le había ocurrido a
Carlos hacerle esa invitación en frente de su mamá, sobretodo cuando al paseo
solo iban hombres, pero lo más grave, era que había hecho una primera charla
con mi mamá y ya me estaba invitando a salir. Pilar congelada, más bien decir,
paralizada al escuchar la atrevida invitación de Carlos en frente de la mamá,
interrumpe el diálogo y trata literalmente de derramar un balde de agua fría
para calmar los ánimos y la ira que su madre denotaba en su hablar. “Mire
Carlos, mi mamá tiene razón, ella no lo conoce y veo que también van los hijos
del vecino y del administrador de la estación, pero si Usted me invita a mi y a
mis tres primas, tal vez mi mamá nos deje ir a todas, porque así Yo las cuido a
todas. Cierto madre, ¿Que así si nos deja ir al paseo?.” Y como por arte de
magia, Doña Carlota en tono de voz baja como acorralada por su propia hija,
aprueba la invitación con la condición que vayan todas las muchachas, pero
Carlos para sorpresa de todos por el cambio de actitud de la señora, lanza otra
nueva invitación que fue la estocada final del matador de toros, extendiendo
personalmente la invitación para que Doña Carlota también venga a disfrutar del
paseo y así tenga seguridad que no pasará nada a ninguna de las muchachas.
Todos observan a Doña Carlota porque pasó de la euforia de rabia por la
invitación a su hija menor Yolanda a la alegría de participar del paseo en compañía
de sus hijas y de paso aprobó la confianza que ofrecía Carlos para ser tratado
como un amigo de la familia, diciendo: “entonces
nos vamos todos de paseo.”
El recorrido
desde la estación hasta el punto de la carrilera del ferrocarril estuvo animado
por los cantos que Doña Carlota y sus hijas entonaban a todo pulmón con
melódicas voces que eran acompañadas por el resto del grupo, lo cual hizo que
no se dieran cuenta del tiempo de recorrido, porque de un momento a otro, el
operario detuvo la artesanal máquina férrea, deseando a todos una buena tarde
de diversión.
Mientras los
muchachos disfrutaban del agua tibia, de la sombra que producían los guaduales
que cubrían el área y los juegos improvisados para medir sus fuerzas y niveles
de competencia entre ellos, Doña Carlota buscó un sitio más tranquilo para
pescar y mientras esperaba que picaran los peces, observaba al grupo de
muchachos dentro del agua y de esta forma, estaba tranquila por la seguridad de
sus hijas. La suerte del pescador llegó y con cada lanzada que hacía la señora,
emitía un fuerte grito de alegría al ver que llenaba un gran tarro con
pescados, despreocupándose por lo que ocurría a su alrededor y concentrada en
su actividad, no observaba con recelo a los muchachos que entre saltos y
brincos alzaban agua hasta confundir su figura entre el agua.
Mientras toman
un descanso en la orilla opuesta, Alejandro conversa emotivamente con Pilar
sobre cosas triviales y en especial de como Carlos había convencido a Doña
Carlota y para todos era una hazaña muy difícil de repetir, porque la señora es
muy firme en su forma de pensar y en muy pocos casos, cambian de opinión como
lo hizo hoy, “quizás era el día de suerte
de Yolanda para compartir la tarde con Carlos”, aseguró Pilar. Y de verdad
que hoy era su día de suerte, porque al caminar entre la zona boscosa cubierta
de maleza, alcanza a distinguir en el suelo un destello luminoso fuerte que le
llamó la atención y al acercarse para recogerlo, pudo observar que era una
cadena de oro con una medalla de la virgen del Carmen y decide regresar al
grupo para mostrarla y preguntar si alguien de los presentes había perdido la
cadena. Risotadas y frases burlonas, se escuchan entre los muchachos al
cuestionar que ninguno de ellos tenía dinero para comprar algo parecido y
aunque Carlos tenía en su mano derecha un gran anillo de oro con una montura de
esmeralda y Ramón usaba una cadena de oro que le había regalado su mamá, no era
tan gruesa y costosa como la que se encontró Yolanda. Ante la admiración de todos
por la joya, concluyen que quizás pertenecía a alguna persona que estuvo
disfrutando del baño en ese mismo sitio antes de que ellos llegaran, quizás en
otro día y que “la suerte es la suerte”, indicando que ahora le pertenecía a
Yolanda, quién de inmediato corre hasta donde está su mamá y le cuenta lo
ocurrido, mostrando la joya saltando de brinco en brinco y con alboroto da
gracias a Dios por su suerte.
TEMA SIGUIENTE: PASEO DE OLLA
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