LA HISTORIA DE MI PUEBLO
(Luis Orlando Patiño Valencia)
(Luis Orlando Patiño Valencia)
La
colonización antioqueña se desplazó
hacia el suroeste y sur. Así que desde este momento, la oleada de colonos
antioqueños fue irrefrenable: Salamina, Sonsón, y Manizales. Sin embargo, los
colonos rehuyeron el valle de Risaralda, posiblemente por el clima caliente e
insalubre.
Una evocación de este
territorio como si fuera la selva primigenia, descrita por José Eustasio Rivera
en La vorágine, se encuentra en el primer capítulo de la novela: "En el
principio era la selva. Era en el principio la selva, inmensa, silenciosa,
poblada de misterio y de osadía. Los siglos rondan sobre el lomo del río al
vaivén de las aguas y los robustos árboles tutelares, coronados de orquídeas,
como dioses, presenciaban taciturnos el desfile infinito de las centurias".
La descripción geográfica se convierte así en un indicio de los rasgos
colectivos de un grupo humano.
La dicotomía
civilización y barbarie, que orientó la construcción de los proyectos
nacionales del siglo XIX, se refleja
claramente en varios los aspectos de la novela: la geografía, la construcción
de los personajes y la historia de amor que permite enlazar los dos mundos que
entran en conflicto. El punto de vista del narrador oscila entre admiración y
nostalgia por unos seres ligados casi totalmente a los ritmos de la naturaleza,
los negros; y otros, cuyo trabajo colonizador consiste precisamente en someter la naturaleza a la voluntad
humana, los colonos antioqueños.
En la novela
Risaralda, el entorno natural que está en armonía con la psique colectiva de
los esclavos negros, es la selva y el río Cauca, símbolos ambos de una
naturaleza descomunal y no domesticada. Bernardo Arias Trujillo narra el
proceso que convierte este espacio por fuera del orden civilizado, en otro
regido por el hacendando y el peón que ordenan los ritmos de la naturaleza y
los vuelven productivos. Espacio natural y espacio cultural se confunden en un
denso tejido simbólico y lingüístico donde se realiza este tránsito hacia lo
civilizado. La oralidad del negro tiene como contrapunto el discurso letrado
del narrador de la novela quien es el encargado de manejar el tinglado de voces
narrativas. La oralidad del negro va siendo reemplazada por la de los colonos, a medida que la selva va siendo derrumbada a golpe
de hacha: El hacha sembró de estrépito la montaña verde de silencio y de quietud,
y fue ensanchando el paisaje.
Los negros de
Sopinga hablan lo que se conoce como bozal, un castellano
africanizado usado con dificultad por
esclavos de origen africano. La novela de Bernardo Arias Trujillo intenta
reproducir una situación lingüística muy compleja donde prima el estereotipo racial: "el habla
del negro refleja la barbarie de su mundo".
Silvio Villegas lo
interpreta claramente, pues se refiere al uso del castellano dentro de la
población negra como vocablos bárbaros o la guturación de los negros. El mismo
intelectual se refiere al castellano de los campesinos antioqueños como una lengua vernácula que ha sufrido
pocos cambios desde la llegada de los conquistadores. Para darle más peso a su
afirmación se respalda en Antonio José Restrepo quien dice lo siguiente: "las
gentes del pueblo y de los campos conservan en Antioquia el español que
llevaron los conquistadores y que muy poco modificaron los colonos en los
trescientos años de encierro e incomunicación
en aquellas montañas
inaccesibles".
Los negros del puerto
de Sopinga son hablantes nativos de la modalidad de castellano que hablaron sus
padres, ninguno, ni aun los más viejos, recuerdan vocablos o estructuras
sintácticas provenientes de lenguas africanas. Por ejemplo, no se explica qué
significa el vocablo Sopinga con el que se bautiza originalmente el puerto.
Esta situación lingüística los marca y los separa de los campesinos blancos.
Sin embargo, algunos
comentarios de Arias Trujillo contienen una visión idílica del lenguaje del
negro basada en su musicalidad. En la introducción se refiere así a la relación
amo esclavo: "Por cada cruel azote del amo, vosotros devolvíais un cantar,
un ritmo nuevo, una copla de amor". El lenguaje del blanco es el del poder
y el del negro es el del baile y el
canto, actividades menos importantes dentro del marco de valores del colono
antioqueño. El texto no puede tomarse como un documento lingüístico, sin
embargo es un esfuerzo valioso por imitar en la escritura un castellano oral
con una marcada influencia africana.
Creo que también
es válido ver los registros orales de
esta novela como un intento de delinear más profundamente las barreras
culturales que separan el sistema de valores de los africanos libertos, de
aquellos ideales que mueven a los colonos a derrumbar los árboles milenarios de
las selvas de esta región. El negro convive con la selva y no la daña, el
colono antioqueño tumba el monte milenario para abrir potreros y sembrados. Se debe interpretar esta acción en términos de una violación que se
produce en diferentes niveles de la narración: "Se parte, entonces, de una
primera violación y es la del paisaje natural, de la impenetrable jungla y del paradisíaco
valle del Risaralda".
A medida que los
colonos tumban la selva, el paisaje se torna más hospitalario. Igualmente, los
habitantes negros van moderando sus costumbres y aquellos que no logran
acoplarse a los nuevos tiempos se van en busca de horizontes más libres. Este
proyecto de afirmación de los rasgos de
la civilización colonizadora está casi en perfecta sintonía con las acciones de
los protagonistas centrales que expresan en términos más concretos las fuerzas que mueven la oleada colonizadora
antioqueña. La llegada al valle de este nuevo grupo desplaza la población negra
hacia nuevas fronteras o les asigna un espacio subordinado y marginal dentro
del nuevo contexto cultural.
El novelista muestra
el estado primitivo de la comunidad negra a través de personajes que no tiene
capacidad para valorar la vida humana. Los habitantes negros de Sopinga
muestran un absoluto desprendimiento por su propia vida y por la de otros.
Matan aún a sus propios hijos, como el caso tremebundo de Esteban Rojas que
hace tajadas a su propia hijita de seis años porque con sus lloros le espantan
la pesca. Las peleas a machete, que terminan o comienzan los bailes, aparecen
descritas y mencionadas varias veces durante la narración como prueba del
desprendimiento que tiene el hombre negro por su propia vida y por la del otro.
En uno de estos bailes de garrote, Juancho Marín mata a un amigo suyo de la
siguiente manera: "le rebanó la cabeza con la sabiduría de una
guillotina". Luego invita al vecindario a celebrar, "porque en despué
de too habían sido guenos amigos". Arias Trujillo permite que la oralidad
de los negros de Sopinga entre al texto, los saca del silencio y este
procedimiento está relacionado con la trama de la novela que permite un diálogo
directo entre los protagonistas de la historia de amor (Juan Manuel y la
Canchelo). Sin embargo, en este contexto las expresiones de los negros respecto
a la vida y la muerte, se convierten en testimonios acusadores que prueban su
culpabilidad y su incapacidad para organizar una comunidad productiva.
En Risaralda aparecen
recurrentemente los duelos a machete, pues son maniligeros para sacar la
peinilla. Las descripciones sobre este tema constituyen un arquetipo sobre el
afrocolombiano y no pueden tomarse como producto de una observación objetiva.
Debido a estas descripciones violentas, el narrador se convierte en un juez,
que a pesar de que sienta simpatía por algunos rasgos de la conducta del reo,
lo tiene que condenar ya que su actitud violenta es una amenaza para los
valores de la civilización. La consecuencia es que el territorio ocupado por
los negros se convierte en potreros para el ganado de los dueños de las
haciendas. El testimonio del narrador está atrapado dentro de una visión que no
permite que surja un enunciado que lo contradiga. La solidaridad del narrador
desaparece y se convierte en el hombre civilizado que tiene que castigar el
acto bárbaro. Tal juicio ya indica, que el romance entre la Canchelo y Juan
Manuel Vallejo tiene que terminar en una tragedia.
Como resultado de lo
anterior, la narración de Arias Trujillo plantea claramente que la posibilidad
de construir una comunidad negra en un territorio que, abierto a la
colonización antioqueña, era imposible. A pesar de la resistencia de los
habitantes del puerto original llamado Sopinga, el nuevo nombre, La Virginia,
se impone borrando casi por completo el referente africano: ya no se llama
Sopinga y nadie recuerda esta palabra de tánta melodía, porque el puerto lo bautizaron hace mucho con un
apelativo español de mujer simple: se llama La Virginia.
El sol radiante que
caracteriza este puerto es una cualidad que debe aprovecharse para implementar
programaciones turísticas que permitan captar ese flujo turístico de los
departamentos de Caldas, Quindío y Risaralda.
Dada su estratégica ubicación
podría decirse que todos los caminos de la patria conducen a La Virginia; desde
aquí por vías de fácil acceso el turista se desplaza con rapidez al sitio
elegido.
En la vereda La Palma
existe un sitio ideal para un momento de diversión, con una temperatura más
fresca y agradable desde el cual se divisa un panorama impresionante por su
belleza sin par, donde el rio Cauca pasa muy sereno, casi quieto por el casco
urbano de La Virginia, llega al sitio "Remolinos" y se encañona para
luego seguir turbulento hasta su desembocadura en el rio Magdalena; diría Yo
que este espectáculo es una dadiva del Hacedor para el regocijo del espíritu
donde la naturaleza se confunde con lo más sublime del paisaje.
A pocos minutos
tenemos el imponente cerro del Tatamá y el majestuoso monumento a Cristo Rey
donde el turista peregrino pasa momentos inolvidables en la obra cuyo gestor
fue el presbítero Antonio José Valencia.
Aquí en La Virginia
tenemos el rio Cauca convertido en una piscina natural atravesado por el
legendario puente colgante "Bernardo Arango" obra maestra de la ingeniería
Colombiana. Este rio otrora fuera vía fluvial navegable se ha convertido en una
obsesión para muchas personas que anhelan y suspiran por verlo nuevamente surcado
por lanchas y barcazas promoviendo viajes de descanso y placer siquiera hasta
Zarzal en el departamento del Valle.
"Entre tinto y tinto tomo nota
sobre tanto que escucho y
dejo que mi imaginación reconstruya
la historia de mi pueblo"
sobre tanto que escucho y
dejo que mi imaginación reconstruya
la historia de mi pueblo"
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