jueves, 12 de febrero de 2015

INTRODUCCION

LA HISTORIA DE MI PUEBLO
(Luis Orlando Patiño Valencia)

La colonización antioqueña  se desplazó hacia el suroeste y sur. Así que desde este momento, la oleada de colonos antioqueños fue irrefrenable: Salamina, Sonsón, y Manizales. Sin embargo, los colonos rehuyeron el valle de Risaralda, posiblemente por el clima caliente e insalubre.
Una evocación de este territorio como si fuera la selva primigenia, descrita por José Eustasio Rivera en La vorágine, se encuentra en el primer capítulo de la novela: "En el principio era la selva. Era en el principio la selva, inmensa, silenciosa, poblada de misterio y de osadía. Los siglos rondan sobre el lomo del río al vaivén de las aguas y los robustos árboles tutelares, coronados de orquídeas, como dioses, presenciaban taciturnos el desfile infinito de las centurias". La descripción geográfica se convierte así en un indicio de los rasgos colectivos de un grupo humano.

La dicotomía civilización y barbarie, que orientó la construcción de los proyectos nacionales  del siglo XIX, se refleja claramente en varios los aspectos de la novela: la geografía, la construcción de los personajes y la historia de amor que permite enlazar los dos mundos que entran en conflicto. El punto de vista del narrador oscila entre admiración y nostalgia por unos seres ligados casi totalmente a los ritmos de la naturaleza, los negros; y otros, cuyo trabajo colonizador consiste precisamente  en someter la naturaleza a la voluntad humana, los colonos antioqueños.

En la novela Risaralda, el entorno natural que está en armonía con la psique colectiva de los esclavos negros, es la selva y el río Cauca, símbolos ambos de una naturaleza descomunal y no domesticada. Bernardo Arias Trujillo narra el proceso que convierte este espacio por fuera del orden civilizado, en otro regido por el hacendando y el peón que ordenan los ritmos de la naturaleza y los vuelven productivos. Espacio natural y espacio cultural se confunden en un denso tejido simbólico y lingüístico donde se realiza este tránsito hacia lo civilizado. La oralidad del negro tiene como contrapunto el discurso letrado del narrador de la novela quien es el encargado de manejar el tinglado de voces narrativas. La oralidad del negro va siendo reemplazada por la  de los colonos,  a medida que la selva va siendo derrumbada a golpe de hacha: El hacha sembró de estrépito la montaña verde de silencio y de quietud, y fue ensanchando el paisaje.

Los negros de Sopinga  hablan  lo que se conoce como bozal, un castellano africanizado usado  con dificultad por esclavos de origen africano. La novela de Bernardo Arias Trujillo intenta reproducir una situación lingüística muy compleja  donde prima el estereotipo racial: "el habla del negro refleja la barbarie de su mundo".

Silvio Villegas lo interpreta claramente, pues se refiere al uso del castellano dentro de la población negra como vocablos bárbaros o la guturación de los negros. El mismo intelectual se refiere al castellano de los campesinos antioqueños  como una lengua vernácula que ha sufrido pocos cambios desde la llegada de los conquistadores. Para darle más peso a su afirmación se respalda en Antonio José Restrepo quien dice lo siguiente: "las gentes del pueblo y de los campos conservan en Antioquia el español que llevaron los conquistadores y que muy poco modificaron los colonos en los trescientos años de encierro e incomunicación  en aquellas montañas  inaccesibles".

Los negros del puerto de Sopinga son hablantes nativos de la modalidad de castellano que hablaron sus padres, ninguno, ni aun los más viejos, recuerdan vocablos o estructuras sintácticas provenientes de lenguas africanas. Por ejemplo, no se explica qué significa el vocablo Sopinga con el que se bautiza originalmente el puerto. Esta situación lingüística los marca y los separa de los campesinos blancos.

Sin embargo, algunos comentarios de Arias Trujillo contienen una visión idílica del lenguaje del negro basada en su musicalidad. En la introducción se refiere así a la relación amo esclavo: "Por cada cruel azote del amo, vosotros devolvíais un cantar, un ritmo nuevo, una copla de amor". El lenguaje del blanco es el del poder y el del negro es el del  baile y el canto, actividades menos importantes dentro del marco de valores del colono antioqueño. El texto no puede tomarse como un documento lingüístico, sin embargo es un esfuerzo valioso por imitar en la escritura un castellano oral con una marcada influencia africana.

Creo que también es  válido ver los registros orales de esta novela como un intento de delinear más profundamente las barreras culturales que separan el sistema de valores de los africanos libertos, de aquellos ideales que mueven a los colonos a derrumbar los árboles milenarios de las selvas de esta región. El negro convive con la selva y no la daña, el colono antioqueño tumba el monte milenario para abrir potreros y sembrados. Se debe interpretar esta acción en términos de una violación que se produce en diferentes niveles de la narración: "Se parte, entonces, de una primera violación y es la del paisaje natural, de la impenetrable jungla y del paradisíaco valle del Risaralda".

A medida que los colonos tumban la selva, el paisaje se torna más hospitalario. Igualmente, los habitantes negros van moderando sus costumbres y aquellos que no logran acoplarse a los nuevos tiempos se van en busca de horizontes más libres. Este proyecto de afirmación  de los rasgos de la civilización colonizadora está casi en perfecta sintonía con las acciones de los protagonistas centrales que expresan en términos más concretos  las fuerzas que mueven la oleada colonizadora antioqueña. La llegada al valle de este nuevo grupo desplaza la población negra hacia nuevas fronteras o les asigna un espacio subordinado y marginal dentro del nuevo contexto cultural.

El novelista muestra el estado primitivo de la comunidad negra a través de personajes que no tiene capacidad para valorar la vida humana. Los habitantes negros de Sopinga muestran un absoluto desprendimiento por su propia vida y por la de otros. Matan aún a sus propios hijos, como el caso tremebundo de Esteban Rojas que hace tajadas a su propia hijita de seis años porque con sus lloros le espantan la pesca. Las peleas a machete, que terminan o comienzan los bailes, aparecen descritas y mencionadas varias veces durante la narración como prueba del desprendimiento que tiene el hombre negro por su propia vida y por la del otro. En uno de estos bailes de garrote, Juancho Marín mata a un amigo suyo de la siguiente manera: "le rebanó la cabeza con la sabiduría de una guillotina". Luego invita al vecindario a celebrar, "porque en despué de too habían sido guenos amigos". Arias Trujillo permite que la oralidad de los negros de Sopinga entre al texto, los saca del silencio y este procedimiento está relacionado con la trama de la novela que permite un diálogo directo entre los protagonistas de la historia de amor (Juan Manuel y la Canchelo). Sin embargo, en este contexto las expresiones de los negros respecto a la vida y la muerte, se convierten en testimonios acusadores que prueban su culpabilidad y su incapacidad para organizar una comunidad productiva.

En Risaralda aparecen recurrentemente los duelos a machete, pues son maniligeros para sacar la peinilla. Las descripciones sobre este tema constituyen un arquetipo sobre el afrocolombiano y no pueden tomarse como producto de una observación objetiva. Debido a estas descripciones violentas, el narrador se convierte en un juez, que a pesar de que sienta simpatía por algunos rasgos de la conducta del reo, lo tiene que condenar ya que su actitud violenta es una amenaza para los valores de la civilización. La consecuencia es que el territorio ocupado por los negros se convierte en potreros para el ganado de los dueños de las haciendas. El testimonio del narrador está atrapado dentro de una visión que no permite que surja un enunciado que lo contradiga. La solidaridad del narrador desaparece y se convierte en el hombre civilizado que tiene que castigar el acto bárbaro. Tal juicio ya indica, que el romance entre la Canchelo y Juan Manuel Vallejo tiene que terminar en una tragedia.

Como resultado de lo anterior, la narración de Arias Trujillo plantea claramente que la posibilidad de construir una comunidad negra en un territorio que, abierto a la colonización antioqueña, era imposible. A pesar de la resistencia de los habitantes del puerto original llamado Sopinga, el nuevo nombre, La Virginia, se impone borrando casi por completo el referente africano: ya no se llama Sopinga y nadie recuerda esta palabra de tánta melodía, porque  el puerto lo bautizaron hace mucho con un apelativo español de mujer simple: se llama La Virginia.


El sol radiante que caracteriza este puerto es una cualidad que debe aprovecharse para implementar programaciones turísticas que permitan captar ese flujo turístico de los departamentos de Caldas, Quindío y Risaralda.

Dada su estratégica ubicación podría decirse que todos los caminos de la patria conducen a La Virginia; desde aquí por vías de fácil acceso el turista se desplaza con rapidez al sitio elegido.

En la vereda La Palma existe un sitio ideal para un momento de diversión, con una temperatura más fresca y agradable desde el cual se divisa un panorama impresionante por su belleza sin par, donde el rio Cauca pasa muy sereno, casi quieto por el casco urbano de La Virginia, llega al sitio "Remolinos" y se encañona para luego seguir turbulento hasta su desembocadura en el rio Magdalena; diría Yo que este espectáculo es una dadiva del Hacedor para el regocijo del espíritu donde la naturaleza se confunde con lo más sublime del paisaje.

A pocos minutos tenemos el imponente cerro del Tatamá y el majestuoso monumento a Cristo Rey donde el turista peregrino pasa momentos inolvidables en la obra cuyo gestor fue el presbítero Antonio José Valencia. 
Aquí en La Virginia tenemos el rio Cauca convertido en una piscina natural atravesado por el legendario puente colgante "Bernardo Arango" obra maestra de la ingeniería Colombiana. Este rio otrora fuera vía fluvial navegable se ha convertido en una obsesión para muchas personas que anhelan y suspiran por verlo nuevamente surcado por lanchas y barcazas promoviendo viajes de descanso y placer siquiera hasta Zarzal en el departamento del Valle.




"Entre tinto y tinto tomo nota
sobre tanto que escucho y
dejo que mi imaginación reconstruya
la historia de mi pueblo"


Página siguiente: 1. Pionero del Transporte