Las personas sin
hogar o desamparados, es un término que se refiere a los individuos que viven
sin refugio en las calles o en otros lugares públicos. No estamos justificados para
llamar a las personas necesitadas, con el calificativo de: mendigos, indigentes,
desechables u otorgarles nombres menos cariñosos, pensemos siempre que en el
futuro nosotros pudiéramos vernos en esa condición.
Tenemos mucho que
aprender de todos ellos, son los que, aunque parezca extraño decirlo, pueden
vigilar y guardar las noches. No cuesta tanto ser considerados y afables con su
manera de acompañarnos por las calles. Incluso existe la responsabilidad de
ayudarles ante la necesidad de seguir caminando con nosotros y tener una visión
menos crítica.
No podemos hacer
oídos sordos a esta situación, cuando hay muchos de nuestros, jóvenes y más
entrados en años, aislados por completo de la sociedad, y ante la necesidad de
una ayuda se lanzan al vacío buscando remedios en la droga, el alcohol, la
prostitución, la delincuencia y demás.
Por tanto, no
criminalizar a los transeúntes menos afortunados, no los desprecies porque, al
fin y al cabo, sólo sirve para ridiculizar más su propio estado. Busquemos su
cara amable, recuerda que a los caminantes menos afortunados, la vida un día
les sonrió como te sonríe hoy a ti. En nombre de todos los inestimables menos
afortunados, a los que he querido representar voluntariamente, hagamos que ellos:
los que está en las calles, en los albergues, en los comedores, en los centros
de acogida, personas que se sientan mínimamente cómodos, y al mismo tiempo,
apoyado por todos.
Evitemos nuestras expresiones desagradables y huyamos de la
indiferencia. Les puedo asegurar que eso duele y provoca la lejanía de todo un
sistema, ante la imposibilidad de un retorno a lo que un día fue y es que no es
fácil alcanzar la estabilidad psicológica en medio de las dificultades, pero si
a eso le añadimos el desprecio, es casi imposible.
A continuación una
historia para reflexionar.
Una mañana una mujer
bien vestida se paró frente a un hombre desamparado de la calle, quien
lentamente levantó la vista y miro claramente a la mujer que parecía
acostumbrada a las cosas buenas de la vida, su abrigo era nuevo, parecía que
nunca se había perdido de una comida en su vida y su primer pensamiento fue:
"solo se quiere burlar de mi, como tantos otros lo habían hecho", por
favor déjeme en paz, gruñó el Indigente. Para su sorpresa, la mujer siguió
enfrente de él, ella sonreía y sus dientes blancos mostraban destellos
deslumbrantes.
¿Tienes hambre?
preguntó ella.
No, contestó
sarcásticamente. "Acabo de llegar de cenar con el presidente, ahora
vete."
La sonrisa de la
mujer se hizo aún más grande, de pronto el hombre sintió una mano suave bajo el
brazo.
¿Qué hace usted,
señora? preguntó el hombre desamparado, bastante enojado. Le digo que me deje
en paz.
Justo en ese momento
un policía se acercó.
¿Hay algún problema,
señora? preguntó el oficial de policía.
No hay problema aquí,
oficial, contestó la mujer, sólo estoy tratando de ayudarle para que se ponga
de pie. ¿Me ayudaría Usted? y entonces el oficial se rascó la cabeza y dijo:
Si, el Viejo Juan, ha sido un estorbo por aquí por los últimos años.
¿Qué quiere usted con
él?" Pregunto el oficial de policía.
Ve la cafetería de
allí? preguntó ella. Yo voy a darle algo de comer y sacarlo del frío por un
ratito.
¿Está loca, señora?
el pobre desamparado se resistió y dijo: Yo no quiero ir allá y entonces sintió
dos fuertes manos agarrándolo de los brazos y lo levantaron.
Déjeme ir oficial, Yo
no hice nada.
Vamos Viejo, esta es
una buena oportunidad para ti, el oficial le susurro al oído.
Finalmente, y con
cierta dificultad, la mujer y el agente de policía llevaron al viejo Juan a la
cafetería y lo sentaron en una mesa en un rincón de la cafetería, era casi
mediodía y la mayoría de la gente ya había almorzado y el grupo para la comida
aún no había llegado.
El gerente de la cafetería
se acercó y les pregunto. ¿Qué está pasando aquí, oficial?, ¿Qué es todo esto?.
¿Y este hombre está en problemas?.
Esta señora lo trajo
aquí para que coma algo, respondió el policía.
Oh no, aquí no, el
gerente respondió airadamente, ya que tener una persona como él aquí adentro,
es malo para mi negocio.
El Viejo Juan esbozó
una sonrisa con sus pocos dientes que le quedaban.
Señora, Yo se lo dije,
ahora si van a dejarme ir?. Yo no quería venir aquí desde un principio.
La mujer se dirigió
al gerente de la cafetería y sonrió diciéndole: "Señor, ¿está usted
familiarizado con Hernández y Asociados?, la firma bancaria que está a dos
calles de acá?.
Por supuesto que si
los conozco, respondió el administrador con impaciencia. Ellos tienen sus
reuniones semanales en una de mis salas de banquetes.
¿Y se gana una buena
cantidad de dinero con el suministro de alimentos en estas reuniones semanales,
verdad?. Preguntó la Señora.
¿Y eso que le importa
a usted, señora?
Yo, señor, soy
Penélope Hernández, Presidente y dueña de la compañía. Oh Perdón, dijo el
gerente y sonrió de nuevo. Pensé que esto podría hacer una diferencia en su
trato. Y le dijo al policía,
quien trataba de contener una carcajada. ¿Le gustaría tomar con nosotros una
taza de café o tal vez una comida, oficial?
No, gracias, señora, replicó el
oficial, estoy trabajando, de servicio.
Entonces, quizá, quiere
una taza de café para llevar?
Sí, señora. Eso estaría
mejor.
El gerente de la
cafetería giró sobre sus talones como recibiendo una orden. Voy a traer el café
para usted de inmediato, señor oficial y él lo vio alejarse, opinando: Ciertamente
lo ha puesto en su lugar, dijo.
Esa no fue mi
intención, dijo la señora, lo crea o no, tengo una buena razón para todo esto.
Se sentó a la mesa
frente a su invitado a cenar. Ella lo miró fijamente y le dijo: Juan, ¿te
acuerdas de mí?.
El viejo Juan miro su
rostro, el rostro de la mujer, con sus ojos lagañosos y la visión disminuida,
trataba de no parpadear y dijo: Creo que sí, su rostro se me hace familiar.
Mira Juan, dijo la
Señora: quizá estoy un poco más grande, pero mírame bien, tal vez me veo más
llenita ahora, pero cuando tu trabajabas aquí hace muchos años atrás, vine una
vez y por esa misma puerta, entre muerta de hambre y frio. Algunas lágrimas se
posaron sobre sus mejillas bien maquilladas.
¿Señora? dijo el
Oficial, no puedo creer lo que estoy presenciando, ni siquiera pensar que la
mujer podría haber llegado a tener hambre en el pasado.
La mujer comentó: Yo
acababa de graduarme de la Universidad en mi pueblo y había llegado a la ciudad
en busca de un trabajo, pero no pude encontrar nada y con la voz quebrantada la
mujer continuaba: Pero cuando me quedaban mis últimos centavos y me habían
expulsado de mi apartamento, caminaba por las calles, recuerdo muy bien que era
febrero y hacía mucho frío y casi muerta de hambre, vi este lugar y entre con
una poca posibilidad de que podría conseguir algo de comer. Con lágrimas en sus
ojos la mujer siguió platicando. Juan me recibió con una sonrisa.
Ahora me acuerdo,
dijo Juan. Yo estaba detrás del mostrador de servicio y Usted se acercó y me
preguntó si podría trabajar por algo de comer.
Me dijiste que estaba
en contra de la política de la empresa. Continuó la mujer, entonces, tú me
hiciste el sándwich de carne más grande que había visto antes, me diste una
taza de café, y me fui a un rincón a disfrutar de mi comida. Tenía miedo de que
te metieras en problemas. Luego, cuando miré y te vi poner el precio de la comida en la caja
registradora, supe entonces que todo iba a estar bien.
Así que usted comenzó
su propio negocio?, preguntó el viejo Juan.
Sí señor, encontré un
trabajo esa misma tarde, trabajé muy duro, y me fui hacia arriba, con la ayuda
de Dios, prosperé. Ella abrió su bolso y sacó una tarjeta y le dijo a Juan:
cuando termines aquí, quiero que vayas a hacer una visita al señor Martínez, él
es el director de personal de mi empresa y estoy segura de que encontrará algo
para que puedas hacer algo en la oficina.
Ella sonrió y dijo: creo
que incluso podría darte un adelanto del sueldo, lo suficiente para que puedas
comprar algo de ropa y conseguir un lugar para vivir hasta que te recuperes. Si
alguna vez necesitas algo, mi puerta está siempre abierta para ti Juan.
Hubo lágrimas en los
ojos del anciano. ¿Cómo voy a agradecerle todo lo que hace por mí?, preguntó el
viejo Juan.
No me des las
gracias, respondió la mujer. A Dios dale la gloria, él me trajo a ti.
Ya fuera de la
cafetería, el oficial de policía y la mujer se detuvieron un momento antes de
irse cada uno, por su lado, la señora Hernández dijo: Gracias por toda su
ayuda, oficial.
Al contrario, dijo el
oficial, gracias a Usted, hoy vi un milagro, algo que nunca voy a olvidar y
además, gracias por el café.
Si te impacto esta
historia, es probable que alguna vez, haz estado representado por el hombre
desamparado (Juan), o quizás en el papel de la mujer ejecutiva (Penélope Hernández),
o actúas como el oficial de policía, o simplemente como el administrador del
restaurante y después de reflexionar, con cuál de estas personas te
identificas?.
Acerquémonos a ellos
siempre que podamos, ellos se verán recompensados, tengamos en cuenta que están
acostumbrados a sentir frío, dolor y tristeza. Ellos están acostumbrados a
sentir como son relegados a un segundo plano, ante personas que jamás han
tenido palabras de comprensión, la dificultad para adaptarse a ese cambio ha
conseguido que a veces se les considere marginados. Y esa es una etiqueta
difícil de quitar sin un poco de ayuda y buena voluntad por parte de todos.
No nos preocupemos
por lo que vamos a recibir sino por lo que damos hoy, porque como dice el
dicho, hay que hacer el bien sin mirar a quien, debiendo siempre tener humildad
en nuestro corazón, agradecimiento y humildad. La mayoría de las veces
olvidamos todo lo que esas personas hicieron en sus buenos y nuestra respuesta
es: no tengo la culpa de su desgracia, si está tirado en la calle será por
algo, será alcohólico, es drogadicto o está perdido.
Detrás de cada
sin techo hay una vida y una historia que nos negamos a entender. Vemos la
fachada de la miseria y pocas veces pensamos en los sentimientos y en el
verdadero dolor. Son muchas las circunstancias que pueden llevar a una persona
a la calle. Son pocas las esperanzas y las oportunidades. El desarraigo, la
soledad y la pobreza tienen el rostro feo y desagradable para nuestros ojos
delicados.
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