lunes, 13 de abril de 2015

SUERTE DE PERROS

Esta vez viene a mi memoria la historia de un hombre noble y emprendedor, con el nombre de Juan, pero todos en el trabajo le llamamos "Juancho", quien era natural de un pequeño pueblo ubicado en Suramérica de donde había emigrado por razones económicas y en busca de un mejor bienestar junto con su esposa e hijos, hace ya un par de décadas. "Juancho" había aprendido ingles con su madre, la cual era catedrática universitaria en el país dejado atrás. "Juancho" era muy astuto, lo cual, le permitió obtener un trabajo estable poco después de llegar a los Estados Unidos de Norteamérica y unos años más tarde, obtuvo su estatus de residente legal.

Era un hombre muy inteligente y atrevido, de elegante apariencia que no le temía a nadie o a nada, muy pocas cosas podían intimidarlo. Su voz era potente, de un tono bajo y profundo, cuando hablaba, todos prestaban atención, no sólo por su voz, sino también porque tenía una facilidad para narrar y contar historias de eventos pasados, que involucraba personajes con características especiales tan agraciadas que ademas de convencer, en muchos casos provocaban terror. 

Estando muy bien preparado profesionalmente, y por supuesto, su conocimiento del idioma inglés fue un factor que lo ayudo muchísimo para lograr conseguir un trabajo. Con su tez blanca, su pelo negro lacio y su acento al hablar tan particular y raro, confundía a los blancos, pues éstos no podían ni adivinar su procedencia: inspiraba tanto respeto en todos que algunos le temían. "Juancho" era un fenómeno, 'mano'. Era lo que en algunos países le llaman “un ganso” y en otros países "un piloso", pues se las sabía todas, y las que no se sabía, se las inventaba.

De personas como él aprendí  como se bate el cobre en este país, como bregar, como echar pa’ lante. "Acuérdate donde está tu norte siempre y síguelo" me decía mirándome fijamente a mis ojos. 


¿A qué viniste a este país, cuál es tu meta, como vas a lograrla, 
cuánto tiempo te resta para alcanzar tu sueño 
y por qué parte del sendero andas hoy? 

Estas son las preguntas que te tienes que hacer a ti mismo en cada mañana antes de salir a la calle. Cada vez que sientas que resbalas y caes en el suelo, siéntate por un rato, piensa y medita en el porqué y la razón de que haya ocurrido, cuál ha sido el error, ó, que ocasiono tu caída; aprende algo nuevo en cada caída antes de regresar a tu lucha. Entonces levántate y embiste otra vez, pero en dirección a tu norte únicamente, de manera  que no pierdas tiempo ni energía en asuntos que nada te ayudan. Que nada ni nadie te robe jamás la bendición de haber llegado a esta tierra extraña, para tener al menos una oportunidad de proveer a tu sagrada familia un mejor bienestar que el que antes tenía y sufría.

Una de sus enseñanzas que más hondo caló en mí fue un cuento que un día le escuche: 


"No importa la procedencia, la religión o el apellido que tenga un hombre ni tan siquiera su nivel de educación para que sea un hombre bueno y noble o para que sea malo y odioso; lo uno no ata lo otro. 
Cuando yo dejé mi patria, traje conmigo a mi esposa y a mis dos hijos pequeños y para llegar a los Estados Unidos de Norteamérica tuvimos que pasar muchas fronteras, muchos países hermanos; fue una travesía difícil y muy dolorosa para todos. Pasamos hambre y sed, dormíamos en el coche hasta que nos lo robaron en un atraco a media noche, después dormíamos en la tierra, conocimos el terror que causa el peligro, tantas veces tuve miedo y angustia; tantas veces lloramos juntos mi esposa y yo, ambos abrazados clamando a Dios y la Santísima Virgen.

En cada país que pasamos encontramos gente buena que nos dieron ayuda y apoyo, nos dieron agua y alimento. Pero también tropezamos con gente mala, de mal corazón: eran unas bestias salvajes que no mostraban compasión alguna sino que avaricia, prejuicios y odio. Aquellos coyotes gritándonos insultos, atropellando a los más débiles y humildes, maldiciéndonos en todo lo largo de aquellos caminos tristes, mirando con lujuria a mi mujer; en cada frontera nos esperaba la muerte.

Entramos a los Estados Unidos dentro de un furgón. No nos detectaron en la frontera, quizás por el silencio tan profundo que hicimos todos, a veces pienso que hasta mi corazón dejó de latir en aquel momento tan crucial. Nadie habló, nadie respiró. Qué alegría tan grande fue la que nos arropó de golpe cuando el furgón arrancó otra vez y sentíamos que continuaba el viaje y esta vez en suelo norteamericano. Al mucho rato de viaje, el furgón se detuvo otra vez y comenzaron de nuevo los tormentos, las preocupaciones y el nerviosismo se apoderó de cada uno de nosotros al extremo de no poder respirar y sentir que nuestro propio sudor entraba en la boca y provocaba un ardor en nuestra lengua, era algo mas que una tortura, simplemente eran los nervios destrozadas por el desconocimiento de lo que estaba ocurriendo afuera del camión.

Oímos ruidos de metales y cadenas golpeando contra el pavimento, el furgón se estremeció de golpe. Entonces oíamos como desaparecía lentamente en el silencio el ruido del remolcador cuando se alejaba y nos dejaba atrapados  dentro en la oscuridad de aquel contenedor. Por un largo tiempo reinó el silencio y nadie habló. Poco a poco fueron naciendo los tímidos murmullos, gente comentando en voz baja, llenos de temor, temblando, la angustia creciendo en cada segundo. Gotas de sudor goteando en el piso, el terror que causa la muerte cuando se siente cerca; quejidos de niños sofocándose, lamentos, oraciones, y  ruegos. Y nadie llegaba.  

Entonces y, de repente, un mar de gritos y alaridos pidiendo auxilio que nadie parece oír. El silencio abandonando su trono para cedérselo al pánico. Clamores a todos los santos y virgenes conocidos y hasta no conocidos, para que los salve. Y entonces  apareció un hombre gringo vestido de vaquero que iba pasando, al oír los gritos corrió a abrir la puerta, la cual estaba bloqueada y asegurada desde afuera, dejándonos salir histéricos en busca de aire y espacio. Nos miró y contempló con asombro, mas no dijo nada y después de asegurarse de que todos estábamos bien, por lo menos que todos estábamos vivos, y entonces sonriendo nos dio la espalda y se fue.


Desde muy lejos, alcanzamos a oír su voz y aunque no entendíamos muy bien lo que nos decía, pudimos comprender que nos daba una voz de aliento como reconocimiento al esfuerzo fisico y a la condición de migrantes de todos los que dentro del camión estabamos. Él se alejaba a paso apresurado, fue el primer gringo que conocí, y era un hombre bueno, porque seguía diciendo: 

Welcome to America, guys…. now get a job".