Un mexicano que se
pone a prueba en Barcelona es Guillermo Reyes Pozos quien rompe cualquier molde
relacionado con migración mexicana: no se fue a Estados Unidos como los
compatriotas que salen del país y no vino a España a estudiar como la gran
mayoría de los jóvenes mexicanos que se establecen aquí por un tiempo.
Él vino de fiesta. Lo
tenía clarísimo desde que pisó Barcelona, a finales de 2008 y pagó un mes de
alquiler en el piso que compartía su amigo Omar.
Como traía dinero
suficiente, no se preocupó mucho por lo que sucedería cuando venciera su visa
de turismo y poco a poco, la ciudad lo fue conquistando.
“Durante dos meses y
medio recorrí Barcelona de arriba para abajo siempre conociendo, comiendo
bien… Mientras tuve pasta no sufrí nada;
me sentía como en la Colonia Roma del Distrito Federal. Pero cuando se acabó la
pasta decidí quedarme porque para mí este viaje fue como volver a nacer”.
Difícil de creer pero
así fue. En cuanto se vio sin dinero, Guilermo no optó por volver a su país de
origen sino que decidió luchar aquí. “Lo más fácil hubiera sido devolverme pero
me gustó este lugar y quise quedarme para generar algo”.
A sus 23 años ya
había trabajado como carpintero, albañil y tornero. Siempre se había sabido
ganar la vida, así que pensó que Barcelona no le cerraría las puertas.
Un mes completo
volvió a caminar las calles de esta ciudad pero ya no como turista sino como
demandante de empleo. Las respuestas siempre eran las mismas: “trae tu número
de la Seguridad Social y te hacemos el contrato” o “te hace falta un permiso de
trabajo en España”.
Pero Guillermo, que
sólo contaba con pasaporte y no tenía ni idea de cómo conseguir los dichosos
‘papeles’ seguía buscando. Parecía que nada lo haría desistir en su empeño por
trabajar.
“Sólo una vez gané 50
euros con un trabajito y eso me motivó más a quedarme”, explica con una
naturalidad sorprendente. Luego conseguí otro trabajo pegando etiquetas de cerrajería y con eso me
mantuve seis meses. Después conocí a una persona que estaba abriendo una tienda
y le expliqué que yo era serigrafista y rotulista. Me dio la oportunidad de
hacer el anuncio de su tienda y repartir la publicidad. Ahí tuve empleo durante
otro largo tiempo. Yo seguía con la idea de que no me hacía falta ni ir a la escuela
ni sacar los ‘papeles’.
A pequeños trabajos,
grandes retos, parecía pensar Guillermo. Pero la suerte se le torció en enero
de este año cuando viajaba en bicicleta y lo arrolló una moto. De milagro no se
rompió nada pero la inmovilidad durante dos semanas lo obligó a reflexionar en
lo que haría con su vida de ahí en adelante.
“Tuve que pedir ayuda
en Cáritas porque ya no conseguía nada de trabajo. Era una agonía despertarme
cada día y no hacer nada. Era como tener full de reinas en la mano y que te
digan ‘tú no tiras’”.
La dueña del piso en
el que –afortunadamente- podía seguir viviendo sin que le cobraran, le dio la
idea que le permitió un nuevo giro a su historia: vender quesadillas. El típico
plato mexicano que tan bien le salía, le empezó a dejar una buena rentabilidad
y le dio el impulso que necesitaba para retomar sus estudios.
“Dejé la escuela a
los 14 años porque decían que era un niño hiperactivo y con problemas de
conducta. Por eso es que siempre he
trabajado. La mujer de Cáritas me dijo que me seguiría ayudando pero que debía
hacer algo por mí y me inscribí a clases de catalán. Estaba muy contento
aprendiendo catalán y vendiendo mis quesadillas pero quería estudiar más y me
metí a un curso de ayudante de cocina en Mescladís”.
Más que aprender a
cocinar, lo que le gusta de su curso es que ha aprendido a ser más disciplinado
y constante, y que no es necesario perder su personalidad ni su identidad como
mexicano para triunfar en otro país.
Guillermo siente que,
por primera vez en su vida, debe terminar lo que empezó y no estará contento
hasta que no consiga sus ‘papeles’. Para él no es sólo una cuestión de
legalidad para encontrar un trabajo, es más que eso. Es un reto consigo mismo,
el desafío que se planteó desde que retomó los estudios. “Necesito demostrarme
hasta qué punto puedo crecer como persona. Estoy descubriendo un Guillermo que
no conocía y quiero saber hasta dónde puedo llegar”.
Unido a este objetivo
está el sueño de darse a conocer como grafitero. Él sabe que el trabajo
artístico sobre las paredes molesta a muchas personas y por eso guarda
celosamente sus diseños. Mientras estuvo convaleciente plasmó uno de ellos en
una chaqueta que finalmente no pudo exhibir “porque la tinta cuarteó la tela”,
pero lo conserva en un tatuaje porque está seguro de que tiene talento para
mostrar su trabajo en otros formatos.
“El tiempo que he
estado aquí me ha enseñado a ser paciente; así que no voy a darme por vencido
hasta inmortalizar mi obra.
Ése es mi sueño y ésa es la razón por la que me voy
a quedar y seguiré peleando hasta el final”.