Un profesor visita a
un maestro Zen y al llegar le dice:
“Hola, soy el Dr. Fulano de tal, soy esto,
soy aquello, hago tal y cual cosa, etc., etc. y me gustaría aprender Budismo”.
El maestro responde:
¿Desea usted
sentarse?. “Sí”.
¿Desea tomar una taza
de té?. “Sí”.
Entonces el maestro
vierte un poco de té en la taza y continúa haciéndolo aún cuando la taza está
llena y comienza a derramarse.
El Dr. Exclama: “La
taza está rebosando y el té se está derramando”.
A lo que el maestro
responde:
“Exactamente, Usted
ha venido con su taza llena, se está rebosando, de modo que ¿cómo puedo
entregarle algo?. Usted ya está anegado con todo ese conocimiento. A no ser que
venga usted vacío y abierto, no puedo entregarle nada…”.
Muchos de nosotros
vivimos con estas rejas, las sentimos pero no las vemos porque son invisibles.
Estas rejas son nuestras creencias, nuestros juicios y opiniones y sobre todo
lo que nosotros pensamos de nosotros mismos. En el preciso instante que
decidimos tomar conciencia de quiénes somos, dichas rejas se abren y nos damos
cuenta que somos libres y que siempre lo hemos sido. Así logramos escapar de la
prisión que nosotros mismos hemos creado.
¿Quién soy?. Ésa es
la única pregunta que debemos hacernos en la vida. El descubrir nuestra
verdadera esencia e identidad es la razón de nuestra existencia y debería ser
nuestra única preocupación, nuestra única meta. Es muy importante descubrir
quiénes somos.
A través del
Ho’oponopono, (arte hawaiano muy antiguo) se explica como la mente consta de
tres partes: el superconsciente, el consciente y el subconsciente. Esto me
ayudó a entender un poco más como funcionamos.
El súper-consciente,
es nuestra parte espiritual. Es aquella parte que, no importa lo que esté
pasando, es siempre perfecta. Es la parte que sabe, y sobre todo, tiene bien
claro quién es en todo momento.
El consciente es la
parte mental, lo que nosotros llamamos el intelecto. Es un aspecto muy
importante de nosotros, porque es el que tiene la capacidad de elegir, ya que
disponemos de libre albedrío. En cada instante de nuestra vida estamos
eligiendo. ¿Qué elegimos?. Elegimos si vamos a reaccionar y engancharnos con el
problema o si preferimos soltarlo y dejar que lo resuelva la parte nuestra que
sabe lo que debe hacer. El intelecto no fue creado para saber. No necesita saber
nada. El intelecto es un regalo, el regalo que tenemos de elegir.
El subconsciente es
nuestra parte emocional. Es el niño interior. Ésta es la parte que almacena
todos los recuerdos en la memoria. Esta importantísima parte de nosotros es
descuidada constantemente, y sin embargo, es la responsable de aquello que
manifestamos en nuestras vidas. Ésta es la parte que maneja nuestro cuerpo, la
que respira automáticamente sin que tengamos que “pensar” en respirar. Es
nuestra parte intuitiva. ¿Alguna vez notaron que se sienten nerviosos y no
saben por qué?. El subconsciente nos alerta (si prestamos atención) cuando detecta
que está por pasar algo malo. Si estuviésemos más comunicados con él, podríamos
evitar muchos eventos desagradables.
En el libro La
Enseñanza de Buda dice: “Aunque un hombre conquiste a miles de hombres en los
campos de batalla, sólo aquel que se conquiste a sí mismo ganará su batalla”.
Una vez leí el
siguiente cuento:
Había una vez, en
algún lugar que podría ser cualquier lugar, y en un tiempo que podría ser
cualquier tiempo, un hermoso jardín, con unos manzanos, naranjos, perales,
bellísimos rosales, todos ellos felices y satisfechos. Todo era alegría en el
jardín, excepto por un árbol profundamente triste. El pobre tenía un problema:
¡No sabía quién era!.
“Lo que le falta es
concentración”, le decía el manzano.
“Si realmente lo intentas,
podrás tener sabrosísimas manzanas. Ve qué fácil es”.
“No lo escuches”,
exigía el rosal. “Es más sencillo tener rosas, y ve que bellas son”.
Y el árbol
desesperado, intentaba todo lo que le sugerían, y como no lograba ser como los
demás, se sentía cada vez más frustrado.
Un día llegó al
jardín un búho, la más sabia de las aves, y al ver la desesperación del árbol,
exclamó: “No te preocupes. Tu problema no es tan grave.
¡Es el mismo de
muchísimos seres sobre la tierra!.
Yo te daré la
solución: “No dediques tu vida a ser lo que los demás quieran que seas. Sé tú
mismo. Conócete, y para lograrlo, escucha tu voz interior”. Y dicho esto, el
búho desapareció.
¿Mi voz interior?.
¿Ser yo mismo?.
¿Conocerme?.
Se preguntaba el
árbol desesperado, cuando de pronto comprendió. Cerrando los oídos, abrió el
corazón y por fin pudo escuchar su voz interior diciéndole:
“Tú jamás darás
manzanas porque no eres un manzano, ni florecerás cada primavera porque no eres
un rosal. Eres un roble, y tu destino es crecer grande y majestuoso. Estás aquí
para dar cobijo a las aves, sombra a los viajeros, belleza al paisaje. Tienes
una misión. Cúmplela”.
Y el árbol se sintió
fuerte y seguro de sí mismo y se dispuso a ser todo aquello para lo cual estaba
destinado. Así pronto llenó su espacio y fue admirado y respetado por todos. Y
sólo entonces el jardín fue completamente feliz.
Yo me pregunto al ver
a mi alrededor:
¿Cuántos serán robles
que no se permiten a sí mismos crecer?.
¿Cuántos son rosales
que, por miedo al reto, sólo dan espinas?.
¿Cuántos naranjos hay
que no saben florecer?.
En la vida todos tenemos
un destino que cumplir, un espacio que llenar. No permitamos que nada ni nadie
nos impida conocer y compartir la maravillosa esencia de nuestro ser.