miércoles, 16 de diciembre de 2009

COSAS EN LA VIDA

Las personas sin hogar o desamparados, es un término que se refiere a los individuos que viven sin refugio en las calles o en otros lugares públicos. No estamos justificados para llamar a las personas necesitadas, con el calificativo de: mendigos, indigentes, desechables u otorgarles nombres menos cariñosos, pensemos siempre que en el futuro nosotros pudiéramos vernos en esa condición.

Tenemos mucho que aprender de todos ellos, son los que, aunque parezca extraño decirlo, pueden vigilar y guardar las noches. No cuesta tanto ser considerados y afables con su manera de acompañarnos por las calles. Incluso existe la responsabilidad de ayudarles ante la necesidad de seguir caminando con nosotros y tener una visión menos crítica.

No podemos hacer oídos sordos a esta situación, cuando hay muchos de nuestros, jóvenes y más entrados en años, aislados por completo de la sociedad, y ante la necesidad de una ayuda se lanzan al vacío buscando remedios en la droga, el alcohol, la prostitución, la delincuencia y demás.
Por tanto, no criminalizar a los transeúntes menos afortunados, no los desprecies porque, al fin y al cabo, sólo sirve para ridiculizar más su propio estado. Busquemos su cara amable, recuerda que a los caminantes menos afortunados, la vida un día les sonrió como te sonríe hoy a ti. En nombre de todos los inestimables menos afortunados, a los que he querido representar voluntariamente, hagamos que ellos: los que está en las calles, en los albergues, en los comedores, en los centros de acogida, personas que se sientan mínimamente cómodos, y al mismo tiempo, apoyado por todos. 

Evitemos nuestras expresiones desagradables y huyamos de la indiferencia. Les puedo asegurar que eso duele y provoca la lejanía de todo un sistema, ante la imposibilidad de un retorno a lo que un día fue y es que no es fácil alcanzar la estabilidad psicológica en medio de las dificultades, pero si a eso le añadimos el desprecio, es casi imposible.

A continuación una historia para reflexionar.

Una mañana una mujer bien vestida se paró frente a un hombre desamparado de la calle, quien lentamente levantó la vista y miro claramente a la mujer que parecía acostumbrada a las cosas buenas de la vida, su abrigo era nuevo, parecía que nunca se había perdido de una comida en su vida y su primer pensamiento fue: "solo se quiere burlar de mi, como tantos otros lo habían hecho", por favor déjeme en paz, gruñó el Indigente. Para su sorpresa, la mujer siguió enfrente de él, ella sonreía y sus dientes blancos mostraban destellos deslumbrantes.

¿Tienes hambre? preguntó ella.

No, contestó sarcásticamente. "Acabo de llegar de cenar con el presidente, ahora vete."

La sonrisa de la mujer se hizo aún más grande, de pronto el hombre sintió una mano suave bajo el brazo.

¿Qué hace usted, señora? preguntó el hombre desamparado, bastante enojado. Le digo que me deje en paz.

Justo en ese momento un policía se acercó.

¿Hay algún problema, señora? preguntó el oficial de policía.

No hay problema aquí, oficial, contestó la mujer, sólo estoy tratando de ayudarle para que se ponga de pie. ¿Me ayudaría Usted? y entonces el oficial se rascó la cabeza y dijo: Si, el Viejo Juan, ha sido un estorbo por aquí por los últimos años.

¿Qué quiere usted con él?" Pregunto el oficial de policía.

Ve la cafetería de allí? preguntó ella. Yo voy a darle algo de comer y sacarlo del frío por un ratito.

¿Está loca, señora? el pobre desamparado se resistió y dijo: Yo no quiero ir allá y entonces sintió dos fuertes manos agarrándolo de los brazos y lo levantaron.

Déjeme ir oficial, Yo no hice nada.

Vamos Viejo, esta es una buena oportunidad para ti, el oficial le susurro al oído.

Finalmente, y con cierta dificultad, la mujer y el agente de policía llevaron al viejo Juan a la cafetería y lo sentaron en una mesa en un rincón de la cafetería, era casi mediodía y la mayoría de la gente ya había almorzado y el grupo para la comida aún no había llegado.

El gerente de la cafetería se acercó y les pregunto. ¿Qué está pasando aquí, oficial?, ¿Qué es todo esto?. ¿Y este hombre está en problemas?.

Esta señora lo trajo aquí para que coma algo, respondió el policía.

Oh no, aquí no, el gerente respondió airadamente, ya que tener una persona como él aquí adentro, es malo para mi negocio.

El Viejo Juan esbozó una sonrisa con sus pocos dientes que le quedaban. 

Señora, Yo se lo dije, ahora si van a dejarme ir?. Yo no quería venir aquí desde un principio.

La mujer se dirigió al gerente de la cafetería y sonrió diciéndole: "Señor, ¿está usted familiarizado con Hernández y Asociados?, la firma bancaria que está a dos calles de acá?.

Por supuesto que si los conozco, respondió el administrador con impaciencia. Ellos tienen sus reuniones semanales en una de mis salas de banquetes.

¿Y se gana una buena cantidad de dinero con el suministro de alimentos en estas reuniones semanales, verdad?. Preguntó la Señora.

¿Y eso que le importa a usted, señora?

Yo, señor, soy Penélope Hernández, Presidente y dueña de la compañía. Oh Perdón, dijo el gerente y sonrió de nuevo. Pensé que esto podría hacer una diferencia en su trato. Y le dijo al policía, quien trataba de contener una carcajada. ¿Le gustaría tomar con nosotros una taza de café o tal vez una comida, oficial? 

No, gracias, señora, replicó el oficial, estoy trabajando, de servicio.

Entonces, quizá, quiere una taza de café para llevar?

Sí, señora. Eso estaría mejor.

El gerente de la cafetería giró sobre sus talones como recibiendo una orden. Voy a traer el café para usted de inmediato, señor oficial y él lo vio alejarse, opinando: Ciertamente lo ha puesto en su lugar, dijo.

Esa no fue mi intención, dijo la señora, lo crea o no, tengo una buena razón para todo esto.

Se sentó a la mesa frente a su invitado a cenar. Ella lo miró fijamente y le dijo: Juan, ¿te acuerdas de mí?.

El viejo Juan miro su rostro, el rostro de la mujer, con sus ojos lagañosos y la visión disminuida, trataba de no parpadear y dijo: Creo que sí, su rostro se me hace familiar.

Mira Juan, dijo la Señora: quizá estoy un poco más grande, pero mírame bien, tal vez me veo más llenita ahora, pero cuando tu trabajabas aquí hace muchos años atrás, vine una vez y por esa misma puerta, entre muerta de hambre y frio. Algunas lágrimas se posaron sobre sus mejillas bien maquilladas.

¿Señora? dijo el Oficial, no puedo creer lo que estoy presenciando, ni siquiera pensar que la mujer podría haber llegado a tener hambre en el pasado.

La mujer comentó: Yo acababa de graduarme de la Universidad en mi pueblo y había llegado a la ciudad en busca de un trabajo, pero no pude encontrar nada y con la voz quebrantada la mujer continuaba: Pero cuando me quedaban mis últimos centavos y me habían expulsado de mi apartamento, caminaba por las calles, recuerdo muy bien que era febrero y hacía mucho frío y casi muerta de hambre, vi este lugar y entre con una poca posibilidad de que podría conseguir algo de comer. Con lágrimas en sus ojos la mujer siguió platicando. Juan me recibió con una sonrisa.

Ahora me acuerdo, dijo Juan. Yo estaba detrás del mostrador de servicio y Usted se acercó y me preguntó si podría trabajar por algo de comer.

Me dijiste que estaba en contra de la política de la empresa. Continuó la mujer, entonces, tú me hiciste el sándwich de carne más grande que había visto antes, me diste una taza de café, y me fui a un rincón a disfrutar de mi comida. Tenía miedo de que te metieras en problemas. Luego, cuando miré y te vi  poner el precio de la comida en la caja registradora, supe entonces que todo iba a estar bien.

Así que usted comenzó su propio negocio?, preguntó el viejo Juan.

Sí señor, encontré un trabajo esa misma tarde, trabajé muy duro, y me fui hacia arriba, con la ayuda de Dios, prosperé. Ella abrió su bolso y sacó una tarjeta y le dijo a Juan: cuando termines aquí, quiero que vayas a hacer una visita al señor Martínez, él es el director de personal de mi empresa y estoy segura de que encontrará algo para que puedas hacer algo en la oficina.
Ella sonrió y dijo: creo que incluso podría darte un adelanto del sueldo, lo suficiente para que puedas comprar algo de ropa y conseguir un lugar para vivir hasta que te recuperes. Si alguna vez necesitas algo, mi puerta está siempre abierta para ti Juan.

Hubo lágrimas en los ojos del anciano. ¿Cómo voy a agradecerle todo lo que hace por mí?, preguntó el viejo Juan.

No me des las gracias, respondió la mujer. A Dios dale la gloria, él me trajo a ti.

Ya fuera de la cafetería, el oficial de policía y la mujer se detuvieron un momento antes de irse cada uno, por su lado, la señora Hernández dijo: Gracias por toda su ayuda, oficial.

Al contrario, dijo el oficial, gracias a Usted, hoy vi un milagro, algo que nunca voy a olvidar y además, gracias por el café.

Si te impacto esta historia, es probable que alguna vez, haz estado representado por el hombre desamparado (Juan), o quizás en el papel de la mujer ejecutiva (Penélope Hernández), o actúas como el oficial de policía, o simplemente como el administrador del restaurante y después de reflexionar, con cuál de estas personas te identificas?.

Acerquémonos a ellos siempre que podamos, ellos se verán recompensados, tengamos en cuenta que están acostumbrados a sentir frío, dolor y tristeza. Ellos están acostumbrados a sentir como son relegados a un segundo plano, ante personas que jamás han tenido palabras de comprensión, la dificultad para adaptarse a ese cambio ha conseguido que a veces se les considere marginados. Y esa es una etiqueta difícil de quitar sin un poco de ayuda y buena voluntad por parte de todos.

No nos preocupemos por lo que vamos a recibir sino por lo que damos hoy, porque como dice el dicho, hay que hacer el bien sin mirar a quien, debiendo siempre tener humildad en nuestro corazón, agradecimiento y humildad. La mayoría de las veces olvidamos todo lo que esas personas hicieron en sus buenos y nuestra respuesta es: no tengo la culpa de su desgracia, si está tirado en la calle será por algo, será alcohólico, es drogadicto o está perdido.

Detrás de cada sin techo hay una vida y una historia que nos negamos a entender. Vemos la fachada de la miseria y pocas veces pensamos en los sentimientos y en el verdadero dolor. Son muchas las circunstancias que pueden llevar a una persona a la calle. Son pocas las esperanzas y las oportunidades. El desarraigo, la soledad y la pobreza tienen el rostro feo y desagradable para nuestros ojos delicados.


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