Es la historia de mi pueblo, que NELSON OROZCO VASQUEZ entrega como aporte
histórico y nos permite recordar con lujo de detalle, todos esos gratos
momentos que compartimos en el pueblo.
Nací en una casita de bahareque, yendo desde el Parque Principal hacia “La
Frontera”, que era como llamábamos la esquina de la Plaza de Mercado donde
iniciaba el barrio “Las Flores”, a mediados de 1960.
Viví mis primeros años de vida en el apacible Barrio “San Cayetano”, cerca
de la recién creada empresa “Muebles Clavijo”, al lado del alambrado que
delimitaba las viviendas con los inmensos potreros que permanecían sembrados,
durante todo el año, de maíz y otros comestibles generosamente compartidos por
sus propietarios con los habitantes del pueblo quienes, dotados de costales,
participábamos entusiastas en lo que se llamaba en aquel entonces “la
recogida”. La trilladora “Royal” funcionaba a todo vapor y generaba empleo para
cientos de personas, incluidas mis tías paternas, a quienes íbamos a visitar
alguna tarde para admirar la paciente labor de “escoger” el café para exportar.
No se me permitía, bajo ningún concepto, cruzar “La Central” sin la
compañía de un adulto porque había mucho tráfico vehicular que en su viaje
desde y hacia grandes ciudades como Medellín, Cali y Pereira, circulaba por el
centro del Pueblo, luego de usar el Puente “Bernardo Arango”. Como aún no
habían construido “La Variante”, era frecuente ver los carros esperando turno
para superar el rio a través del puente y, como era de una sola vía, los
policías entregaban un “dulceabrigo” rojo al último de la fila a manera de
señal para dar paso a los del lado contrario. Era común comprar a “Uñia” el
“barbudo” y el “bocachico” recién pescados del Cauca, o sardinas muy baratas
sacadas con tarrayas cerca de “Mocatán”, que era el nombre de la desembocadura
del Rio Risaralda. Paradójicamente, el agua que llegaba a las casas era color
pantano, por esta razón había que aclararla siempre con “piedralubre”; la pobre
gestión de AquaCaldas, la empresa que administraba el acueducto, proveniente de
Manizales, porque en esa época dependíamos administrativamente del Departamento
de Caldas, generaba frecuentes y masivas protestas.
Cuando tuve la edad suficiente y equipado de un maletincito de cuero con
tres grandes y coloridas letras, me matricularon en la Escuela La Enseñanza, en
el Barrio “Buenos Aires”. Fueron Doña Lola de Molina, si, la Esposa de Don
Aníbal, el eterno ebanista de “Aquí es Molina”; y Doña Rosalba Ramírez, quienes
me soportaron durante aquellos agitados años de mi niñez y me enseñaron
cancioncitas colombianas que cantábamos todos los días antes de iniciar las
clases y que, cosa curiosa, aún recuerdo.
Ya más grandecito, pasé a la Escuela Antonio Ricaurte y de la mano de Don
Gregorio Morcillo, Don Marco Julio Osorio y Don Merdardo Jaramillo, terminé mis
estudios primarios. Cómo olvidar la “Fiesta del Niño”, con sacrificio de res incluida
que, cada año, donaban los ricos de la Hacienda San Luis; o a “Murillo”, un
moreno inmenso que era boxeador; o a “Galileo”, quién ya mostraba sus dotes de
atleta; o las famosas “papas rellenas” de Roldán. Ah! Y también el “Minisiguí”,
la “harina de meme”, el mamoncillo, el mango biche con sal y demás delicias
gastronómicas que podíamos degustar a la salida del recinto.
La “cancha
municipal” quedaba al frente del Cuerpo de Bomberos y hacía furor “Bolivar” el
arquero de un equipo de futbol llamado “Sporting Virginia”. Una de las
principales diversiones de la muchachada, era ir a nadar a los diferentes
“charcos” que circundaban el pueblo como “La Garrucha”, “Guasimo”, “El Cairo”,
“La Gironda” y “La Carbonera”. Otro paseo increíble era ir “al otro lao” a ver
pasar el tren y el autoferro que circulaban por la troncal Pacifico de los
desaparecidos Ferrocarriles Nacionales y, de paso, ver bailar a cualquier hora
del día a los conductores de camión que se apeaban donde las “peludas”.
Había en aquel entonces, una serie de personajes típicos y archiconocidos
como un señor que anunciaba su producto al grito de “Limón pal´pico”; el famoso
“Pedrito Bolleyo”, un adorable anciano a quién le tenía pánico; o que decir de
“Emilio Fó”, quien no se perdía ninguna de las misas del día. Aunque también
estaba un furioso “Martin Gallo”, que a cada rato desalojaba el parque
principal a punta de cauchera. Y también “Corriendito”, que con su líchigo
colgado de la cabeza, hacía mandados todo el día. Qué decir de “Polvillo” y
“Tonto Hermoso”, dos conductores que por sus presuntas preferencias sexuales,
eran el terror de los jovencitos.
En los 60´s ya había cesado la época de La Violencia política nacional y se
vivía en relativa calma, salvo la rencilla entre “los Betancur” y los
“Gallego”. El pueblo estaba regido por grandes patriarcas que respetaban al pie
de la letra los dictados del “Frente Nacional” y que sabían de sana convivencia
como Don Arnulfo Caicedo, Don Sigifredo Zuleta, Don Ramón Ocampo, Don Joel
López, Don Benjamin Villa y muchos más. Lo más grave que podía ocurrir era que
nos enfrentáramos a “trompadas” en alguna esquina, pero de ahí no pasaba. El
mercado local contaba con respetables comerciantes: para comprar libros y cuadernos
íbamos donde Don Valentín Vanegas, la ropa donde Don Alfonso Becerra en su almacén
“La Feria de las Sedas”; los zapatos en “El Baratillo Panameño” de Don Enrique
Henao, “Mi Calzado” de don Bernardo Arcila ó “El Croydon” de Don Bernardo
Osorio; los que tenían carro, que eran más bien pocos, surtían en las “bombas”
de Don Humberto Castaño, Don Baltazar Correa o en la “Codi” de Don Ramón Ruiz y
el monta llantas lo dirigía un señor de apellido Duran, más conocido como
“guanábano”, en la bahía que quedaba en frente del Parque de Los Fundadores.
Los grandes proveedores de grano y abarrotes eran Don Gabriel Bayer, Don Jarvi
Posada del “Cucuteño” y Don Ivan Mejía en su tienda “La Lonja”. La carne era
comprada en la Plaza de Mercado, que por aquellos tiempos estaba sin pavimentar
y se formaban unos pantaneros descomunales, dónde Don Pacho Vélez y las
verduras dónde Don Enrique Restrepo. Desde luego que las afujías económicas,
eran solucionadas en la Prendería “La Guitarra” por Don José Osorio. Las
panaderías eran “La Siria” y “La Tatamá” y los farmaceutas más respetados eran
Don Ricardo Sánchez, Don Gonzalo Montes y Don Antonio Hoyos.
A principios de los 70´s, Nelson Palacio - el actual Alcalde Municipal- y Yo,
le llevábamos la comida a su hermano Evelio a la naciente “Heladería
Montecarlo”, ubicada a continuación del “Hotel El Carmen” y a todo el frente de
la Escuela “La Salle”. Algunos años después, pasaría a ocupar el local contiguo
a la casa de Don Alfonso Becerra en el Parque Principal y allí se inició la, ya
mítica, “Fuente de Soda Montecarlo”. Sin embargo, en materia de lugares de
diversión, también se podía visitar el “Anahuac”, ubicado a continuación del
almacén de repuestos de Don Rafael Arboleda, más conocido como “El Buey”; otros
sitios tradicionales que marcaron época, fueron el “Marabú”, “Las Cabritas”, o
“El Chivo” de Dario Hincapie, “El Padrino”, “El Girasol”, y “El Berioska”.
Ahora bien, si de bailar se trataba, había que ir al “Flamingo”, “El Tamacá” y “El
Estambul”, que abrían los Domingos desde el mediodía. Pero, pocos años después,
el sitio social por excelencia sería “El
Monteblanco”, manejado por Reynaldo Moscoso “Barreto” y por Octavio Tabares
“Tabaco”. No podemos dejar de lado el cine, que era una de las principales
fuentes de recreación en el “Teatro Arroyave”, con sus tres funciones
dominicales: “Matinal” a las 11, “Social” a las 3 y “Noche” a las 9,
administrado por Don Félix Torres, a quién gritábamos “Mano de Tigre” cuando se
iba la luz y sonábamos las butacas metálicas, la boletería la vendía “Nena”, la
hija de Doña Blanca Raigoza, a cuya familia apodaban los “Pateratas”.
Todos nos conocíamos, la gente sabía la conformación familiar y trataba a
nuestros ancestros. Se vivía apaciblemente; las bicicletas las alquilaban Don Ciebel
“Caneco” Betancurt y Don Enrique “El
Mocho”. Don Manuel Serna fabricaba y vendía unas radiolas enormes de marca
“Maserna” y se podía sintonizar la Emisora local llamada “RCR”, o Radio
Cultural Religiosa que tenía sus estudios en el costado de la Iglesia, regida
por Sacerdotes de antología como el Padre Naranjo y el Padre Valencia, al lado
del Barrio Bavaría, desde donde Alberto Rios suministraba la refrescante bebida
en una carretilla; posteriormente, sería Don Conrado Betancur quien fundaría “La
Voz de La Virginia”. Los mejores chorizos del mundo los vendían en “La Selva”,
dónde los Curubas y nuestros Padres y hermanos mayores iban a escuchar tangos a
“La Sombra” de los Hurtado, “Luces de Buenos Aires”, o “El Esqueleto”, manejado
por Romerito, al lado del Cementerio. El bar “Tele” era para los jugadores de
cartas y “El Alcazar” para los de billar, ambos situados, en esquinas
diferentes, en frente del Hospital viejo, a un costado de la Plaza de Mercado. Figueroa
era el encargado de poner a punto los relojes dañados y quién necesitara una
fotografía acudía donde Don Gerardo Gonzáles, o a su “Foto almacén Patiño”,
regentada desde siempre por Don Alfonso Patiño. La Flota Occidental era
gerenciada por Don Bernardo Quintana y el despachador de los buses era un señor
a quién llamábamos “El Loco”.
Eran otras épocas, la lotería se la compraban a “Alejo”, un borrachito que
venía de Pereira, y a Garzón; el “Mono Dávila” era el carpintero; Don Bernardo
Ladino el fontanero; Emilio “Chichero” el que fabricaba puertas y ventanas
metálicas; “Mina” Bedoya y Don Jorge Rangel los mecánicos; los hermanos Estrada,
“Los Mamas” y “Los Micos”, Chenier Cortes, Emilio Gallego “Peguita” y Don
Olimpo Marin los conductores; Don Dagoberto López, el Notario; y Don Manuel Montenegro, Don Celimo Saray
y Don Diofanor Ospina, los dentistas. También dejaron su huella algunas Damas
de “dudosa reputación” como eufemísticamente se calificaba a las habituales
habitantes de la “Zona de tolerancia”, como “La Chillona”, “La Bogotana” y
Rubiela, quién aún no había fundado “El Picaflor”, famoso bar dónde
posteriormente muchos jóvenes dejaron su virginidad; y reconocidos chicos como
“La Ñaña”, que era mudo, “Lola” y “Melva”, el del restaurante.
"Entre tinto y tinto tomo nota
sobre tanto que escucho y
dejo que mi imaginación reconstruya
la historia de mi pueblo"
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