viernes, 10 de octubre de 2014

17. LA VIRGINIA QUE RECUERDO

Es la historia de mi pueblo, que NELSON OROZCO VASQUEZ entrega como aporte histórico y nos permite recordar con lujo de detalle, todos esos gratos momentos que compartimos en el pueblo.

Nací en una casita de bahareque, yendo desde el Parque Principal hacia “La Frontera”, que era como llamábamos la esquina de la Plaza de Mercado donde iniciaba el barrio “Las Flores”, a mediados de 1960.

Viví mis primeros años de vida en el apacible Barrio “San Cayetano”, cerca de la recién creada empresa “Muebles Clavijo”, al lado del alambrado que delimitaba las viviendas con los inmensos potreros que permanecían sembrados, durante todo el año, de maíz y otros comestibles generosamente compartidos por sus propietarios con los habitantes del pueblo quienes, dotados de costales, participábamos entusiastas en lo que se llamaba en aquel entonces “la recogida”. La trilladora “Royal” funcionaba a todo vapor y generaba empleo para cientos de personas, incluidas mis tías paternas, a quienes íbamos a visitar alguna tarde para admirar la paciente labor de “escoger” el café para exportar.

No se me permitía, bajo ningún concepto, cruzar “La Central” sin la compañía de un adulto porque había mucho tráfico vehicular que en su viaje desde y hacia grandes ciudades como Medellín, Cali y Pereira, circulaba por el centro del Pueblo, luego de usar el Puente “Bernardo Arango”. Como aún no habían construido “La Variante”, era frecuente ver los carros esperando turno para superar el rio a través del puente y, como era de una sola vía, los policías entregaban un “dulceabrigo” rojo al último de la fila a manera de señal para dar paso a los del lado contrario. Era común comprar a “Uñia” el “barbudo” y el “bocachico” recién pescados del Cauca, o sardinas muy baratas sacadas con tarrayas cerca de “Mocatán”, que era el nombre de la desembocadura del Rio Risaralda. Paradójicamente, el agua que llegaba a las casas era color pantano, por esta razón había que aclararla siempre con “piedralubre”; la pobre gestión de AquaCaldas, la empresa que administraba el acueducto, proveniente de Manizales, porque en esa época dependíamos administrativamente del Departamento de Caldas, generaba frecuentes y masivas protestas.

Cuando tuve la edad suficiente y equipado de un maletincito de cuero con tres grandes y coloridas letras, me matricularon en la Escuela La Enseñanza, en el Barrio “Buenos Aires”. Fueron Doña Lola de Molina, si, la Esposa de Don Aníbal, el eterno ebanista de “Aquí es Molina”; y Doña Rosalba Ramírez, quienes me soportaron durante aquellos agitados años de mi niñez y me enseñaron cancioncitas colombianas que cantábamos todos los días antes de iniciar las clases y que, cosa curiosa, aún recuerdo.

Ya más grandecito, pasé a la Escuela Antonio Ricaurte y de la mano de Don Gregorio Morcillo, Don Marco Julio Osorio y Don Merdardo Jaramillo, terminé mis estudios primarios. Cómo olvidar la “Fiesta del Niño”, con sacrificio de res incluida que, cada año, donaban los ricos de la Hacienda San Luis; o a “Murillo”, un moreno inmenso que era boxeador; o a “Galileo”, quién ya mostraba sus dotes de atleta; o las famosas “papas rellenas” de Roldán. Ah! Y también el “Minisiguí”, la “harina de meme”, el mamoncillo, el mango biche con sal y demás delicias gastronómicas que podíamos degustar a la salida del recinto. 

La “cancha municipal” quedaba al frente del Cuerpo de Bomberos y hacía furor “Bolivar” el arquero de un equipo de futbol llamado “Sporting Virginia”. Una de las principales diversiones de la muchachada, era ir a nadar a los diferentes “charcos” que circundaban el pueblo como “La Garrucha”, “Guasimo”, “El Cairo”, “La Gironda” y “La Carbonera”. Otro paseo increíble era ir “al otro lao” a ver pasar el tren y el autoferro que circulaban por la troncal Pacifico de los desaparecidos Ferrocarriles Nacionales y, de paso, ver bailar a cualquier hora del día a los conductores de camión que se apeaban donde las “peludas”.

Había en aquel entonces, una serie de personajes típicos y archiconocidos como un señor que anunciaba su producto al grito de “Limón pal´pico”; el famoso “Pedrito Bolleyo”, un adorable anciano a quién le tenía pánico; o que decir de “Emilio Fó”, quien no se perdía ninguna de las misas del día. Aunque también estaba un furioso “Martin Gallo”, que a cada rato desalojaba el parque principal a punta de cauchera. Y también “Corriendito”, que con su líchigo colgado de la cabeza, hacía mandados todo el día. Qué decir de “Polvillo” y “Tonto Hermoso”, dos conductores que por sus presuntas preferencias sexuales, eran el terror de los jovencitos.

En los 60´s ya había cesado la época de La Violencia política nacional y se vivía en relativa calma, salvo la rencilla entre “los Betancur” y los “Gallego”. El pueblo estaba regido por grandes patriarcas que respetaban al pie de la letra los dictados del “Frente Nacional” y que sabían de sana convivencia como Don Arnulfo Caicedo, Don Sigifredo Zuleta, Don Ramón Ocampo, Don Joel López, Don Benjamin Villa y muchos más. Lo más grave que podía ocurrir era que nos enfrentáramos a “trompadas” en alguna esquina, pero de ahí no pasaba. El mercado local contaba con respetables comerciantes: para comprar libros y cuadernos íbamos donde Don Valentín Vanegas, la ropa donde Don Alfonso Becerra en su almacén “La Feria de las Sedas”; los zapatos en “El Baratillo Panameño” de Don Enrique Henao, “Mi Calzado” de don Bernardo Arcila ó “El Croydon” de Don Bernardo Osorio; los que tenían carro, que eran más bien pocos, surtían en las “bombas” de Don Humberto Castaño, Don Baltazar Correa o en la “Codi” de Don Ramón Ruiz y el monta llantas lo dirigía un señor de apellido Duran, más conocido como “guanábano”, en la bahía que quedaba en frente del Parque de Los Fundadores. Los grandes proveedores de grano y abarrotes eran Don Gabriel Bayer, Don Jarvi Posada del “Cucuteño” y Don Ivan Mejía en su tienda “La Lonja”. La carne era comprada en la Plaza de Mercado, que por aquellos tiempos estaba sin pavimentar y se formaban unos pantaneros descomunales, dónde Don Pacho Vélez y las verduras dónde Don Enrique Restrepo. Desde luego que las afujías económicas, eran solucionadas en la Prendería “La Guitarra” por Don José Osorio. Las panaderías eran “La Siria” y “La Tatamá” y los farmaceutas más respetados eran Don Ricardo Sánchez, Don Gonzalo Montes y Don Antonio Hoyos.

A principios de los 70´s, Nelson Palacio - el actual Alcalde Municipal- y Yo, le llevábamos la comida a su hermano Evelio a la naciente “Heladería Montecarlo”, ubicada a continuación del “Hotel El Carmen” y a todo el frente de la Escuela “La Salle”. Algunos años después, pasaría a ocupar el local contiguo a la casa de Don Alfonso Becerra en el Parque Principal y allí se inició la, ya mítica, “Fuente de Soda Montecarlo”. Sin embargo, en materia de lugares de diversión, también se podía visitar el “Anahuac”, ubicado a continuación del almacén de repuestos de Don Rafael Arboleda, más conocido como “El Buey”; otros sitios tradicionales que marcaron época, fueron el “Marabú”, “Las Cabritas”, o “El Chivo” de Dario Hincapie, “El Padrino”, “El Girasol”, y “El Berioska”. Ahora bien, si de bailar se trataba, había que ir al “Flamingo”, “El Tamacá” y “El Estambul”, que abrían los Domingos desde el mediodía. Pero, pocos años después,  el sitio social por excelencia sería “El Monteblanco”, manejado por Reynaldo Moscoso “Barreto” y por Octavio Tabares “Tabaco”. No podemos dejar de lado el cine, que era una de las principales fuentes de recreación en el “Teatro Arroyave”, con sus tres funciones dominicales: “Matinal” a las 11, “Social” a las 3 y “Noche” a las 9, administrado por Don Félix Torres, a quién gritábamos “Mano de Tigre” cuando se iba la luz y sonábamos las butacas metálicas, la boletería la vendía “Nena”, la hija de Doña Blanca Raigoza, a cuya familia apodaban los “Pateratas”.

Todos nos conocíamos, la gente sabía la conformación familiar y trataba a nuestros ancestros. Se vivía apaciblemente; las bicicletas las alquilaban Don Ciebel “Caneco” Betancurt  y Don Enrique “El Mocho”. Don Manuel Serna fabricaba y vendía unas radiolas enormes de marca “Maserna” y se podía sintonizar la Emisora local llamada “RCR”, o Radio Cultural Religiosa que tenía sus estudios en el costado de la Iglesia, regida por Sacerdotes de antología como el Padre Naranjo y el Padre Valencia, al lado del Barrio Bavaría, desde donde Alberto Rios suministraba la refrescante bebida en una carretilla; posteriormente, sería Don Conrado Betancur quien fundaría “La Voz de La Virginia”. Los mejores chorizos del mundo los vendían en “La Selva”, dónde los Curubas y nuestros Padres y hermanos mayores iban a escuchar tangos a “La Sombra” de los Hurtado, “Luces de Buenos Aires”, o “El Esqueleto”, manejado por Romerito, al lado del Cementerio. El bar “Tele” era para los jugadores de cartas y “El Alcazar” para los de billar, ambos situados, en esquinas diferentes, en frente del Hospital viejo, a un costado de la Plaza de Mercado. Figueroa era el encargado de poner a punto los relojes dañados y quién necesitara una fotografía acudía donde Don Gerardo Gonzáles, o a su “Foto almacén Patiño”, regentada desde siempre por Don Alfonso Patiño. La Flota Occidental era gerenciada por Don Bernardo Quintana y el despachador de los buses era un señor a quién llamábamos “El Loco”.

Eran otras épocas, la lotería se la compraban a “Alejo”, un borrachito que venía de Pereira, y a Garzón; el “Mono Dávila” era el carpintero; Don Bernardo Ladino el fontanero; Emilio “Chichero” el que fabricaba puertas y ventanas metálicas; “Mina” Bedoya y Don Jorge Rangel los mecánicos; los hermanos Estrada, “Los Mamas” y “Los Micos”, Chenier Cortes, Emilio Gallego “Peguita” y Don Olimpo Marin los conductores; Don Dagoberto López, el Notario; y Don Manuel Montenegro, Don Celimo Saray y Don Diofanor Ospina, los dentistas. También dejaron su huella algunas Damas de “dudosa reputación” como eufemísticamente se calificaba a las habituales habitantes de la “Zona de tolerancia”, como “La Chillona”, “La Bogotana” y Rubiela, quién aún no había fundado “El Picaflor”, famoso bar dónde posteriormente muchos jóvenes dejaron su virginidad; y reconocidos chicos como “La Ñaña”, que era mudo, “Lola” y “Melva”, el del restaurante.

Si amigos y amigas !Qué tiempos aquellos!. Ahora sólo quedan los bellos recuerdos y la gratitud eterna a nuestros progenitores por habernos permitido disfrutar de esa magnífica infancia en La Virginia.



"Entre tinto y tinto tomo nota
sobre tanto que escucho y
dejo que mi imaginación reconstruya
la historia de mi pueblo"

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